Es curioso cómo cambian las cosas. Desde pequeño, me crié con la idea de que si encontrábamos agua en Marte, estaríamos ante uno de los grandes descubrimientos de la historia de la humanidad. Con el tiempo, aprendimos que el agua líquida no podía existir de forma estable en su superficie. También aprendimos, a principios de este siglo, que había grandes cantidades de hielo. Eran tiempos fascinante.
Lo que no sabiamos y acabamos de descubrir es que hay al menos ocho lugares accesibles con grandes reservas de agua congelada. Sin embargo, en este tiempo, nuestra mirada ha cambiado: Marte ha dejado de ser una sueño científico en mitad del espacio para convertirse en la meta final de una carrera espacial que, sobre el papel, parece cada vez más emocionante.
Por eso, lo que en otra época habría sido uno de los descubrimientos del año, hoy tendrá poco impacto en nuestros planes del viaje hacia el planeta vecino. Si me permiten la expresión, el "sueño de convertirnos en una especie interplanetaria" cada vez tiene menos que ver con la ciencia y más con la economía.
¿Qué significa el descubrimiento de esta semana?
En primer lugar, que las reservas de hielo (estructuras verticales de más de 170 metros originadas hace cientos de miles de años) son más accesibles de lo que creíamos en un principio. Eso es bueno porque van a ser más sencillas de estudiar y, a medio plazo, más sencillas de explotar.
No obstante, no debemos cantar victoria demasiado rápido. Debemos obtener muestras de ese hielo y estudiarlo con detenimiento. No sólo en términos de explotación de recursos, ni de viabilidad de su consumo. Sobre todo, porque nos pueden dar claves muy interesantes de la evolución geológica del planeta rojo, algo que será necesario para vivir allí de forma permanente.
Sin embargo, no será sencillo. Los tiempos, la competencia entre agencias y la hype social van a convertir los próximos 15 años en algo muy movido. Elon Musk ha fechado en 2024 el primer viaje tripulado a Marte y la NASA no quiere quedarse a la zaga. Seis años son pocos para estudiar esas reservas (o cualquier otro aspecto planetario) con el detalle necesario.
Entonces, ¿Ahora qué?
Esa es una de las grandes preguntas. Sabemos lo que tendríamos que hacer a nivel de investigación planetaria, pero, como digo, la lógica espacial hace años que dejó de ser estrictamente científica. Zahaan Bharmal explicaba en The Guardian cómo estamos intentando resolver los principales retos que nos quedan para poder acometer este viaje en los próximos 15 años. Sus conclusiones son que, a nivel de propulsión (lo que engloba en la categoría de 'cohetes'), todo apunta a que tendremos esta tecnología a punto.
El resto de retos pendientes están bastante menos desarrollados. No tenemos soluciones razonables para proteger a los astronautas de la radiación y nuestro conocimiento sobre los problemas fisiológicos y los deterioros cognitivos que puede causar la misión son limitados. Precisamente esto dice más sobre la forma en que se está encarando el viaje de lo que pensamos.
Ya hace dos años, Bezos señaló que "el espacio podía llegar a ser el nuevo internet", pero que para ello alguien tenía que encargarse de la infraestructura para ello, el trabajo pesado. Si examinamos objetivamente los proyectos privados que están en marcha, a seis años del gran viaje a Marte, el sueño espacial está sirviendo, sobre todo, para financiar esa infraestructura, la industria espacial en la órbita terrestre.
No tiene por qué ser un gran problema: desde su fundación, las agencias espaciales han usado la 'magia espacial' para desarrollar y conocer mejor el espacio. La historia nos ha enseñado que cada euro invertido en el espacio, es un euro invertido en mejorar las condiciones de este planeta. Sin embargo, puede serlo.
Conforme los nuevos descubrimientos nos señalan lo poco que conocemos sobre el Universo, la duda crece entre los expertos: si el gran viaje al final se queda en nada, ¿habremos quemado el sueño espacial para toda una generación?
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