Ponte los cascos. Es un ruego, evidentemente, no una orden. Pincha aquí y escucha. Es lo que he escuchado yo para escribir. Una playlist, hecha con amor, para que viajes conmigo a un cuándo y muchos dónde fascinantes. Los dónde: la Luna, Nueva York, Neo Tokio, Los Ángeles, Marte. El cuándo, el mismo para todos ellos, el año que respiras: 2019. Y tu vehículo: la cultura pop. Toda la cultura pop.
Lo primero es dar las gracias. Gracias a Wikipedia, por tres etiquetas sobre el tema: 21st fiction, List of stories set in a future now past y Films set in 2019. Gracias a ScreentRant por su Scifi Movies set in 2018 (& What they got right). Y gracias al equipo de esta casa, por proponerme el tema. Me lo he pasado maravillosamente. Y espero que lo notes cuando despeguemos en muy, muy pocos párrafos. Rumbo a otro 2019. A todos los 2019 que nunca fueron.
La meta que me marqué con este artículo es llegar más allá del cine, abrazar toda la cultura popular y tratar de ofrecer un destilado de las obsesiones recurrentes cuando, hace un tiempo, nos imaginábamos el año presente. ¿Hay tendencias entre los 2019 que soñamos en notas, fotogramas, dibujos y mecánicas? Evidentemente, las hay. A mí me salen, como verás, al menos cuatro 2019 que nos obsesionaban. Y uno de propina.
Pero al margen de este objetivo de síntesis y de tema, quiero ayudarte, lector, a encontrar rarezas. A que nos salgamos por la tangente. A que metamos las manos en el barro de la serie zeta y encontremos, tal vez, cosas que no esperábamos. Como un survival horror jugado con tres astronautas que no pueden tocarse porque se transformarían en una terrible criatura. Como un mockumentary sobre L. Ronn Hubbard, fundador de la cienciología, ambientado en una Luna colonizada. Como un tebeo basado en una California postapocalíptica que sueña un álbum de My Chemical Romance.
Le damos una larga calada a la pipa de Philip K. Dick y cerramos los ojos, con los acordes de Vangelis resonando en la caverna de la mente. Viajamos desde 2019 a... 2019.
El 2019 corporativo
Tyrell Corp. Better Living Industries. Sianon Corp. DBR Corp.
Si hay que empezar por algún sitio, es por aquí. 2019, evidentemente marcada por esos Los Ángeles donde los androides pierden lágrimas en la lluvia, estaba obsesionada con las corporaciones. Lo plagan todo. Son el molde que define la sociedad en todos sus aspectos, desde el urbanismo hasta los sistemas políticos. La corporación es la gran estructura social del 2019 inventado.
Esto no solo marca el tipo de argumentos que vamos a ver más repetido en estas historias: o bien la rebelión contra la corporación o bien la supervivencia por los desmanes de la corporación. También define el paisaje visual de las obras a las que nos enfrentamos. Empezamos, evidentemente, por 'Blade Runner'.
Dentro gifs.
Esos son los impresionantes planos con los que Ridley Scott apuntaló en nuestra mente la Tyrell Corporation y en general el paisaje urbano de 'Blade Runner'. Unos edificios bellos y aterradores que imitaban, empleando una estética urbana moderna, el aspecto de las grandes construcciones arquitectónicas del pasado. La Tyrell Corporation es una gran pirámide truncada con una constelación de luces ámbar y turquesa en sus perfiles oscuros.
Merece la pena leer los pensamientos de Douglas Trumbull —el especialista en efectos visuales que diseñó los sueños de Ridley Scott en 'Blade Runner' y los de Stanley Kubrick en 2001—. "No lo recuerdo con precisión, pero creo que la pirámide fue una síntesis de las ideas de Ridley Scott y las mías. Originalmente iba a ser un enorme edificio dentro de la ciudad. Pero decidimos que sería mucho más visual y sombrío emplazarlo muy, muy lejos de la ciudad, de manera que realmente descollara sobre el horizonte", declaraba Trumbull en la revista 'Souvenir Magazine' el año de estreno de la cinta: 1982.
¿Y qué se cuece dentro de esos gigantescos edificios? ¿Qué planes tienen las corporaciones del futuro? Pues básicamente todas juegan a lo mismo: Ser Dios.
En el caso de la Tyrell Corporation, su objetivo es crear razas de seres humanos, los replicantes, que puedan ejercer de esclavos. El grupo de seis renegados liderado por Roy Batty eran siervos en las Colonias Exteriores. De hecho, por cada ser humano, se le proporcionaba al colono un esclavo replicante. Al más puro estilo romano.
Sianon Corp es el malvado emporio de una película cutre, cutre de un cineasta especialista en hacer cine cutre, cutre; pero con carisma. En 'Heat Seeker' todo el motor de la trama es un torneo organizado por esta corporación que es, en realidad, una guerra de marcas. Cincuenta y pico corporaciones de todo el mundo se van a una localización remota de Filipinas a hacer luchar, hasta la muerte, a sus cyborgs.
Sianon Corp se permite, debido a que está en un territorio sin regulaciones, superar la regla internacional de implantación artificial en un humano: un 10% de su anatomía. Los cyborgs que se enfrentan en 'Heat Seeker' pueden tener hasta un 50% de implantes. Por supuesto, el prota es un ser humano y demostrará, sin ninguna lógica interna que lo avale, que el músculo puede vencer al acero.
Living Industries es un caso curioso. Se trata de la corporación contra los que luchan los killjoys, el grupo de rebeldes antisistema que protagoniza el álbum 'Dangerous Days' de My Chemical Romance.
Living Industries vampiriza la vida de Battery City. Es una corporación Gran Hermano, que monitoriza a sus ciudadanos en todas las castas sociales. De hecho, es experta en la manufactura de drogas que suprimen la singularidad del individuo mediante un proceso conocido como draculodización que borra la personalidad, los recuerdos y hasta el alma.
Es justo lo contrario que construye la Tyrell corporation para sus replicantes. En la memorable escena de Rachel y Deckard, cuando este le revela a la replicante que sus recuerdos son sintéticos, vemos que es precisamente la memoria lo que permite a los replicantes no caer en la locura. Un pasado que pueden reclamar como propio. El lema de Tyrell Corp. lo dice todo: más humano que lo humano.
Control es una parte esencial de estas corporaciones. La ambición es la otra. ¿Qué quiere, por ejemplo, la DBR Corporation de la saga 'House of the Dead'? Pues lo mismo que Victor Frankenstein: ser dios. Crear un Reactor Biológico de ADN que recombine y esculpa la vida humana y la lleve a otro nivel.
En su tercer capítulo, el ambientado en 2019, los protagonistas se enfrentan a Roy Curien, el científico loco en cuestión que inició el desastre, transformado en la criatura Type-0000; o, en su nombre mucho más poético, La Rueda del Destino. Este jefe es el resultado final de un proceso de resurrección que se prolongó durante 19 años. Algo más de lo que le llevó a Jesús, pero Curien logró al final llegar a lo mismo que el hijo de Dios.
Resulta curioso como en este 2019 corporativo, y por lo tanto deshumanizado, la mayoría del conflicto de la trama lo generan personajes aislados por su poder que deciden ser Dios, crear a su Frankenstein, y finalmente sucumben a él. El sueño de control acaba destruido por la ambición de quienes lo soñaron.
El 2019 postapocalíptico
Vamos a virar la rueda al concepto contrario. Esto es, la ausencia total de control. El postapocalipsis. El caos. La fractura definitiva de cualquier orden social. La vuelta a las tribus. A la supervivencia.
No hay imagen que lo resuma tan bien como estos dos personajes, los que llevan el fuego.
Empujar del carrito, infinitamente, por una tierra muerta. Así lo sufren el padre y el hijo de 'La Carretera', la obra maestra de Cormac McCarthy adaptada decentemente, aunque perdiendo vuelo respecto a la novela, por John Hillcoat. 2019, por lo que sea, es año que suena a distopía en la mente de los creadores. Pero hay una diferencia fundamental entre 'La carretera' y casi todos los otros ejemplos distópicos.
Según la Cormac McCarthy Society, formada por un grupo de académicos y entusiastas del enorme autor hace más de 20 años en Florida, McCarthy no describe un invierno nuclear. No hay radiación en el interior, por más que el cielo esté cubierto por un manto de polvo que atenúa el calor solar y hace la supervivencia harto difícil. Según estos expertos en el autor, McCarthy está replicando la hipótesis más aceptada sobre la extinción de los dinosaurios, las consecuencias del impacto del meteorito en Yucatán que se habría llevado por delante al 75% de las especies de la época.
Pero casi todos los otros 2019 distópicos son una interesante consecuencia del anterior 2019, el corporativo. Más concretamente del creciente abismo entre los que ostentan el poder y una sociedad distópica centrada en la supervivencia del individuo. Esto acaba detonando, sea entre gobiernos o corporaciones, un gran conflicto bélico y en consecuencia un retorno a sociedades tribales que luchan, como decía Cameron en el arranque de 'The Terminator', "en las cenizas de la hoguera nuclear".
El holocausto nuclear es el detonante, nunca mejor dicho, que dibuja el 2019 de 'The New Barbarians' y '2019. After the Fall of New York'. Las dos son dos películas (malas) de ese pulp italiano que devoraba y regurgitaba ideas ajenas. Pero ambas tienen, como solía ser costumbre en ese cine, ideas interesantes. En el caso de 'The New Barbarians', la secta de antagonistas, los Templarios, que tienen como misión exterminar a toda la vida en la tierra; como los Necromongers de Riddick.
Lo interesante de '2019. After the fall of New York' es que anticipa, más de dos décadas antes, el argumento de una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos: 'Hijos de los hombres', de Alfonso Cuarón, basada en la novela homónima de P.D. James. Explicándolo en muy pocas palabras: 'After the Fall of New York' va de un futuro en el que la humanidad se queda infértil salvo por una mujer que misteriosamente aún puede arraigar el fruto en su vientre.
La diferencia fundamental, amén de la calidad, es que la película no está concebida como una constante huida, sino como una misión de rescate. La mujer fértil está atrapada en las ruinas de Nueva York por una banda de salvajes que cometen brutales experimentos humanos a sus víctimas. Michael Sopkiw interpreta al mercenario que, en claro saqueo a '1997. Rescate en Nueva York', tendrá que rescatar a esta mujer.
Pero tal vez el 2019 postapocalíptico más interesante lo da 'Dangerous Days' de My Chemical Romance, porque usa, como 'Battle Angel. Alita' o 'Elysium', el concepto muy acertado de que en el futuro convivirán, como en el presente, realidades muy distintas. En la ciudad podemos estar viviendo una realidad distópica, de sociedad de control orwelliana. Sin embargo, fuera de los muros urbanos, el caos que también describía '2000 A.D.' en 'Juez Dredd', los yermos donde uno se podría encontrar cualquier cosa.
Los seis números de 'Dangerous Days' publicados por Dark Horse permiten apreciar que Battery City y sus aledaños son, a la vez, distopía y postapocalipsis. Un 2019 nada agradable firmado por la pluma que, años después, se sacaría de la manga 'Umbrella Academy': Gerard Way.
A veces, el salto al postapocalipsis es una excusa para abordar nuevos géneros. Eso ocurre en la peli de acción de serie Z 'Steel Frontier'. 2019, pueblo de New Hope, un escenario del Antiguo Oeste retratado desde el futuro. Un descendiente de un mítico militar confederado, William Quantrill, se enfrentará a balazos a un misterioso motero, Yuma.
Salvando todas las distancias de calidad, que son infinitas, 'Steel Frontier' es un western clásico. Un pequeño pueblo, una banda de maleantes con un líder carismático y un bala perdida que tendrá que enfrentarse a dicha banda. Hemos visto retazos de esta historia en filmes como 'Raíces profundas', 'Solo ante el peligro', 'Duelo al sol', 'El hombre que mató a Liberty Vallance' o la mítica trilogía de Howard Hawks dedicada a los ríos —'Río bravo', 'El dorado' y 'Río lobo'—, pero el cambio de ambientación futurista le da a esta cinta noventera un peculiar encanto.
Es uno de esos filmes que se beneficiarían, y mucho, de haber nacido en nuestra ecléctica época, donde la mezcla entre géneros y ambientaciones dispares gusta cada vez más al público. Hoy en día se podría imaginar a Yuma no a lomos de una motocicleta, sino de un corcel steampunk, incluso un unicornio, recorriendo el yermo nuclear al galope desbocado de sus cascos de titanio.
Resta hablar en este apartado de James Cameron. Porque sí, él también imaginó su 2019. A la sombra del pelotazo de 'Alias', y frustrada por sus peleas con el otro artífice de la función (un legendario de la tele: Charles H. Eeglee), Cameron creó en 'Dark Angel' una serie evento que iba adelantada a su tiempo. La visión de 'Dark Angel', imaginada con los medios del hoy, nos daría una posible sucesora al todopoderoso dominio de 'Juego de tronos'. Pero en los 2000 la producción televisiva no estaba lo suficientemente madura como para soportar semejante carnaval friki.
La parte que nos ocupa en este apartado (el postapocalipsis, porque hablaremos también de su faceta mutante a continuación) nos la da su fascinante contexto narrativo. Estamos en Estados Unidos, 2019; país del tercer mundo. Hace 10 años, un grupo terrorista detonó en la atmósfera un PEM (pulso electromagnético) que se llevó por delante todos los sistemas informáticos de Estados Unidos. Vamos, que estamos en esa situación que creó Snake Plissken en 2013 al usar La Espada de Damocles en el inolvidable final de '2013. Rescate en Los Ángeles': "Welcome to the human race".
Al mismo tiempo que sucedía esta hecatombe, otro evento mucho más invisible, pero también de consecuencias imprevisibles, tuvo lugar en una división secreta del gobierno de Estados Unidos: Mantícora. 12 humanos aumentados, los transgénicos, se fugan de la institución en la que eran entrenados como supersoldados. A la cabeza de todos ellos, una tal X5-452 o lo que es lo mismo, Max Guevara; que ya lleva en el apellido su futuro: la revolución.
La parte más postapocalíptica de la serie tuvo su clímax en el final de la segunda y última temporada. Max Guevara se atrincheraba con sus congéneres mutantes en Terminal City, una versión desangelada de Seattle donde los transgénicos se ocultaban del mundo. La serie terminó en un clímax, con las fuerzas del orden sitiando Terminal City y los mutantes alzando desde el interior de su Álamo una bandera. La duda, si la cosa terminaría como en 'La puerta del cielo', con todos los rebeldes muertos, o si se abriría una puerta a la esperanza. El capítulo final, dirigido por James Cameron, era un canto a la divergencia: Freak Nation.
Un título perfecto para hacer la transición a nuestro siguiente 2019.
El 2019 mutante
Son 20 minutos de cine inolvidable. El a medias combate, a medias epifanía, que sufren los dos grandes protagonistas de 'Akira', Kaneda y Tetsuo, cuando el segundo se desparrama y se transforma en un ser pesadillesco, una mole de vísceras y carne desparramada que adopta la forma de un bebé. Amén de una de las mayores demostraciones de técnica animada, esta secuencia es historia del cine de la nueva carne, de las anomalías anatómicas que han obsesionado a artistas como David Cronenberg, Clive Barker o el propio Katsuhiro Otomo.
Pero, ¿de dónde viene esta obsesión por la carne? En un interesantísimo capítulo del libro 'Hibakusha Cinema' (Taylor & Francis, 1996), 'Akira y el sublime postnuclear', Freda Frieberg habla sobre el marco teórico de Fredrik Jameson para definir los dos rasgos característicos de la narrativa postmoderna: el pastiche y la esquizofrenia.
Cito:
"Como pastiches de textos [obras] preexistentes, en vez de obras originales, sus referencias son otros textos, en vez de la creación original de un autor expresando sus preocupaciones personales, sus referencias son otras obras en vez de lo real. Saquea, reinventa y recombina imágenes, sonidos, narrativas y temas de toda la historia de la cultura —alta cultura, baja cultura, historia del arte, historia del cine, mitología y folclore, tiras de tebeo, ópera, rock, literatura y publicidad—. Bajo el capitalismo de consumo, afirma, las distinciones entre lo real y lo ficticio, entre la copia y el original, entre la alta cultura y la baja cultura, han colapsado; así como la noción del individuo como un creador en solitario.
El segundo rasgo de la posmodernidad es la esquizofrenia. Sus narrativas están dislocadas o incoherentes, faltas de una continuidad lineal o una coherencia orgánica. El tiempo no está experimentado como un continuo, como una progresión lineal del pasado al futuro, de la niñez, a la edad adulta a la vejez, sino como una serie continua de presentes. En vez de una experiencia de la historia pasando ante nuestros ojos, tenemos una batería sensorial de alta intensidad.
Ambos rasgos son evidentes en 'Akira'".
Lo son; y aunque me atreveré a enmendarle la mayor a Jameson con parte de la reflexión —concretamente: "en vez de la creación original de un autor expresando sus preocupaciones personales" y "[ha colapsado] la noción del individuo como un creador en solitario"—, la sencillez del marco teórico y lo bien que aplica a la posmodernidad (y sigue aplicando) es fascinante. Pero si entendemos el final de 'Akira' en estos términos, la reflexión es abrumadora. Hiroshima y Nagasaki, el horror nuclear, fueron el colapso de la realidad. El Tetsuo transformado en un recién nacido mutante es Japón (y la humanidad) gritando ante este horror que ha "dislocado" nuestra realidad, nuestro espacio-tiempo, en "una serie continua de presentes".
En cualquier caso, lo mutante juega un aspecto esencial en los múltiples 2019. Desde luego, el desenlace de 'Akira' es su punto álgido, pero nos podemos encontrar con toda clase de visiones interesantes sobre los transhumanos a poco que rasquemos. Una de las que más me fascina no es una idea narrativa o estética, sino una mecánica tremendamente sugerente de un olvidado survival horror para PlayStation y Windows.
El juego en cuestión se llama 'Martian Gothic Unification' y tenía una idea tan sugerente como aterradora. Los tres astronautas que se quedan aislados en una base marciana jamás podían verse cara a cara; si tal cosa sucedía, se transformaban en una terrible criatura, un trimorfo, y la partida terminaba.
Esta obra jugaba de una manera parecida con el cambio de personajes a las aventuras gráficas de LucasArts 'Zack McKraken and the Alien Mindbenders' o 'The Day of the Tentacle'. La idea era resolver con cada personaje su sección del puzle e intercambiar objetos entre ellos cuando el progreso se bloqueaba. Pero esta mecánica terrorífica, ligada a la mutación y la nueva carne, añadía otra dimensión.
De 'House of the Dead III' ya hemos hablado. En él, como en toda esta saga, que mama de 'Resident Evil', la mutación es la excusa para ser imaginativo con el diseño de enemigos y explorar los tópicos visuales del cine de terror más criaturesco. Aparte del ya mencionado, La rueda del destino, destaco también al Sol (Type-8330), un claro homenaje a un clásico de la ciencia ficción, 'El día de los trífidos', una gigantesca planta caníbal que luce en su tallo una orla de cráneos humanos.
También fascinantes resultan los subsiders de 'Daybreakers', una interesante película del dúo de hermanos Spierig que, aunque no está a la altura de su premisa —el mundo dominado por vampiros que cosechan humanos como ganado para siempre andar sobrados de sangre fresca—, cuenta con ideas poderosas. La que encaja en este apartado son estas criaturas, vampiros ya transformados en una versión animalizada, cercana al murciélago semihumano. Es el terrible destino al que se enfrentan aquellos vampiros que no logren beber sangre durante un tiempo prolongado. Es la versión zombi de los vampiros, ya que los subsiders pierden todos sus recuerdos y se guían únicamente por el ansia de devorar.
Cerramos bloque con esa estupenda escena que mencionábamos en el primer apartado, la que cierra la serie de James Cameron, 'Dark Angel', en el episodio 'Freak Nation'. Los mutantes de estos 2019 son, como apuntaba Jameson, alegorías de la posmodernidad, de esa narración mutante e intergenérica que se estaba adueñando a toda prisa de la cultura pop. Pero son también la encarnación definitiva de los rebeldes. Los freaks orgullosos de serlo.
Al igual que los monstruos de 'Razas de Noche' —la cinta de Clive Barker con la que 'Dark Angel' tiene muchísimo que ver—, los transgénicos se unen bajo su particular Che Guevara (la Max de Jessica Alba), y alzan la bandera que celebra su diferencia. Es una visualización de ese futuro inquietante para la raza humana que apunta el esculpir genético de nuestro ADN. ¿Habrá una futura guerra entre los puros y mutados en un futuro más o menos lejano? Cameron, como Dan Simmons, creyó que sí. Y fabuló que sería en este año que mediamos cuando dicha guerra se libraría.
En la bandera de los transgénicos, despliega sus alas una paloma blanca, la misma que escapa entre las manos de Roy Batty en su último suspiro.
El 2019 androide
La penúltima obsesión recurrente de estos 2019 son, cómo no, los androides. Los que sueñan con ovejas eléctricas y los que se parten la cara en torneos a lo 'Mortal Kombat'. También, los que han trascendido y buscan destruir la raza humana. Lo robótico juega un papel esencial en todos estos 2019 que nunca fueron porque en esa obsesión posmoderna por el pastiche y el tiempo infinito, el robot es la encarnación perfecta llamada a sustituirnos. Una máquina que nos supera en todo. Que brilla, como le dice Tyrell a Batty, con una enorme intensidad.
Lo maravilloso es cómo esta idea del ser humano perfecto, del superhombre de Nietzsche, se transforma en algo mucho más frágil en la obra maestra de todos los 2019: 'Blade Runner'. Conozco esta película de memoria; fotograma a fotograma. La he visto más de un centenar de veces. He escrito sobre ella al menos una docena de veces. Me fascina. Me subyuga. Es mi película favorita de todos los tiempos.
La conozco hasta el punto que lo que más me fascina son ya los microdetalles. Por ejemplo, el unicornio que puede advertirse en una esquina de la casa de J.F. Sebastian, sugiriendo que fue él quien plantó esa imagen con la que sueñan los replicantes, un unicornio corriendo por un bosque, la imagen más natural en el edén onírico del ser más sintético. O, por ejemplo, las reacciones emocionales de Roy Batty para expresar un súbito cambio en su espíritu.
La más memorable es esta. Dura un auténtico suspiro y abarca dos instantes. Lo pongo bien en grande, para que se aprecie qué hace el increíble Rutger Hauer con su rostro.
Estas emociones efímeras que cruzan el rostro de Batty son testigo de hasta qué punto construyó su personaje Hauer. Los replicantes tienen las emociones de un animal salvaje; o un niño. Son duendes. Sus reacciones emocionales duran pestañeos. En el primer gif, podemos ver su reacción de miedo y sorpresa al contemplar la casa de autómatas en la que vive Sebastian, mezclada por el dolor que alberga por la confesión que está a punto de hacer. En la segunda, el dolor lo atraviesa por completo, su cuello se contorsiona y su rostro se desborda de pesar. Va a confesar a Pris que Leon está muerto. Que ya solo quedan ellos dos.
El genio de 'Blade Runner' es precisamente este. Que sus androides, al contrario que los empleados por Skynet para nuestro exterminio, son más humanos que lo humano; no menos.
Más allá de 'Blade Runner', hay mucho androide. Algunos, tan cazurros como los que se pegan de leches en la ya mencionada 'Heatseeker' de Albert Pyun. Aunque hay un detalle interesante en su villano, que necesita del amor, evidentemente la novia del protagonista, para mejorar en su entrenamiento y alcanzar la imprevisibilidad que tiene su oponente humano. Por amor Pyun entiende: follar.
Mucho más interesante resulta el planteamiento del manga y anime 'Linebarrels of Iron', creada por Eiichi Shimizu y Tomohiro Shimoguchi. Lo que empieza de una manera bastante típica, la lucha de unos chavales con mechas contra una gran farmacéutica, da un giro complejo tan del gusto japonés. Nuestra realidad está siendo asediada por seres biomecánicos de otra dimensión que es, en realidad, la humanidad futura, evolucionada hasta el punto de convertirse en una inteligencia artificial colectiva y decidida a exterminar su pasado enviando poderosísimos androides al 2019.
Las anatomías de extrañas entidades, conocidas como Machinas, se encuentran compuestas de nanobots llamados D-S.O.I.L. Esta peculiar arquitectura interna les permite autoregenerarse y generar unas fibras musculares que sangran. Estamos en el mismo paradigma que explotó Hideo Kojima en 'Metal Gear 4. Guns of the Patriots' y que Platinum Games llevó al paroxismo con la mecánica de desmembramiento de 'Metal Gear. Rising', protagonizado por la versión ciberninja de Rayden.
Pero la reina y señora es, evidentemente, 'Blade Runner'. Y en concreto su archiconocido monólogo, porque supone la suma coherente de todo su mensaje filosófico y la renuncia a la lucha, a entender la progresión tecnológica como una mera escala exponencial de nuevas y mejores versiones de hardware y software (incluido el humano). Roy Batty, en los últimos instantes de su existencia, lo comprendió. La vida, la vida de cualquier ser, independientemente de su origen, es infinitamente valiosa. Y cada uno de sus instantes vividos y revividos en la memoria, irrepetibles lágrimas que se pierden en la lluvia.
Y cómo escucha el Deckard de Harrison Ford.
Cómo escucha...
El 2019 raruno
Cerramos por todo lo alto: con cienciólogos en la Luna. 'Mock up on Mu', escrita y dirigida por Craig Baldwin, aluniza un mockumentary alucinógeno —muy influido por la inmortal 'La Jeteé' de Chris Marker, aunque con mucho más sentido del humor— sobre un 2019 imposible que entreteje a cinco figuras históricas obsesionadas con el ocultismo. Carne de Sundance o Rotterdam en estado puro dividida en 13 partes que duran menos de 10 minutos cada una.
El contexto y los protagonistas son fascinantes. Ya hemos dicho que estamos en 2019 y que arrancamos en la Luna. Allí domina a la plebe L. Ron Hubbard, el fundador de la cienciología, que reina sobre un gigantesco parque temático de su hermandad. Marjorie Cameron es una de sus lugartenientes más privilegiadas, históricamente la mujer de James Parsons y conocida ocultista que fundó una secta sexual que pretendía crear una nueva raza: los hijos de la Luna, para mayor gloria del dios Horus. En 'Mock up on Mu', Cameron es una subordinada de Hubbard y la antigua fundadora del movimiento 'New Age'.
La trama se desarrolla con la misión que Hubbard le encomienda a Cameron de seducir a dos ocultistas en La Tierra: Lockheed Martin y Richard Carlson. El primero, el contratista de armas más famoso del mundo; el segundo, la identidad secreta de James Parsons, el fundador del Jet Propulsion Lab de la NASA que cayó en desgracia por su obsesión ocultista y falleció en un incendio en 1952.
A partir de ahí, la trama se desboca y acaba por invocar al mismísimo Alastair Crowley, uno de los magos más famosos de la historia, para que Marjorie recupere la memoria y recuerde su antiguo matrimonio con Parsons. Un delirio total que recuerda, tanto por los protagonistas elegidos como por la importancia de la historia del ocultismo en Estados Unidos, a lo narrado por Marc Frost en la extraordinaria pareja de libros que acompañan a la tercera temporada de 'Twin Peaks': 'La historia secreta de Twin Peaks' y 'El dossier final'.
Pero ya no es solo que la trama sea delirante. La forma de narrarla es también un delirio. Baldwin utiliza, como Marker, mucho material de archivo (salen hasta fragmentos de la versión Harryhausen de 'Duelo de titanes') y todo tipo de texturas visuales en un montaje hiperacelerado que recuerda a las imágenes que torturaban a Alex en 'La naranja mecánica'. Afortunadamente, los cortes entre capítulos ayudan a no enloquecer definitivamente.
La película, por cierto, se puede comprar en Vimeo, sin DRM, por seis euros y pico y alquilar a la mitad de precio.
Cienciólogos en la luna me parece la mejor manera de terminar este viaje a los 2019 que nunca fueron. Por supuesto, hay más, como el 2019 imaginado por la saga del abogado más famoso del videojuego: Phoenix Wright. La adaptación hortera y divertidísima de 'The Running Man', protagonizada por Arnold Schwarzenegger, una de las historias más inquietantes escritas por Stephen King bajo su seudónimo Richard Bachman. El niño que construye su propio robot de combate en la visual novel nipona 'Robotics; Notes'. O esas autopistas que surcaban mares en 'Outrun 2019'.
Pero no hay mejor delirio con el que cerrar este repaso a los 2019 que nunca fueron que este de Craig Baldwin. Un año, este que vivimos, inolvidable en la ficción. Bello y aterrador. Asombroso. Como esos rayos C que resplandecen entre las tinieblas de la Puerta de Tanhäuser.
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