Cuando escuchamos las palabras Silicon Valley, la mente dibuja, en un fogonazo, estas imágenes.
Pero, ¿qué son esas imágenes más allá de las imágenes en sí? ¿A qué conceptos nucleares apuntan? Éxito, dinero, erotismo, religión, sorpresa, lujo... Todo ello emociones positivas, placenteras, dionisíacas, onanistas...
Nuestra mente ha aprendido, como acto reflejo, a identificar Silicon Valley con El Dorado de nuestra era, esa Caverna de Alibabá llena de riquezas inagotables. Ese ágora de sabios, o, peor aún, de mesías, donde se escuchan las palabras que realmente tienen sentido, las que mueven el mundo.
Pero Silicon Valley tiene otra cara, una que se puede dibujar en números. 500, por ejemplo, la cifra de dólares a la hora que gana un scort de lujo en el valle californiano, según la CNN. 45.000, los miles de millones de dólares que invierte la mayor fuente de riqueza que alimenta el corazón tecnológico de Estados Unidos, Arabia Saudí, según TechCrunch. 18, las horas que Gary Vee, un business angel autor de varios best-sellers sobre el éxito, recomienda a sus seguidores que trabajen. Todos los días. Sin vacaciones, ocio o vida privada. Una última pareja de guarismos para cerrar, 4,4, el porcentaje de empresas que cuentan con una fundadora mujer, según la consultora Pitchbook.
De todo lo anterior se deduce una rápida conclusión. Silicon Valley, como siempre ocurre en la historia, solo vende la historia de los vencedores, omitiendo la de los anónimos cadáveres que van quedando por el camino o los detalles más vergonzosos de cómo se alcanzaron dichos logros.
Pero algo está cambiando en esta época de ficción febril, que nos deja tan exhaustos como esas jornadas maratonianas que pide Gary Vee, y que es insaciable en ir retratando en múltiples narraciones y formatos todo lo real. Silicon Valley también está en el punto de mira de los cineastas, showrunners y escritores. Y pronto se apretará el gatillo.
A continuación repasamos cuáles son esos grandes temas del Silicon Valley sombrío y cómo se están tratando en la ficción. También, cuáles son aquellos que esperan en el banquillo a airear sus miserias.
Los vendehumos
Hay que empezar por aquí. Por esas charlas inspiracionales. Por ese entusiasmo kamikaze a ser yonkis del trabajo. Por esa veneración absurda a los logos y las convenciones.
La primera parada, supongo que para sorpresa de nadie, es una tal Elizabeth Holmes, la billonaria más joven del mundo, CEO de Theranos. HBO ha sido la primera en poner el dedo en la llaga con 'The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley' una película televisiva rodada por Alex Gibney, que está acostumbrado a meterse en asuntos espinosos: del caso Monica Lewinsky a la Cienciología.
De su estupenda entrevista en The Guardian hablando de la película, rescato dos citas que me parecen especialmente reveladoras:
"Me interesaban no solo los detalles de la historia si no lo que está tenía que decir sobre la psicología del fraude: no solo en cómo alguien engaña a otros, pero en cómo se engañan a sí mismos para poder engañar a otros, y cómo la gente engañada es engañada. ¿Cómo ocurre?".
"Finge hasta que lo hagas es algo que está imbuido en el ADN de muchas compañías de Silicon Valley (las más respetables) que aún están mintiéndole a la gente. Mira a Apple y su batería. Mira a Facebook y Google, cómo están minando nuestros datos y cómo están usando mal nuestra información y de alguna manera promoviendo nuestros peores instintos.
"En cierto sentido, Elizabeth era un caso aparte, y es verdad que muchos de los fondos de inversión más poderosos de Silicon Valley no invirtieron en ella porque no vieron las pruebas [de que la tecnología de Theranos funcionaba] y sospechaban de ella. Pero creo que, en la ética del 'muévete rápido, rompe cosas' sin tener en cuenta el daño que podría causarse y cómo eso puede degenerar en algo culturalmente problemático, comparte el mismo ADN que las otras firmas de Silicon Valley."
Gibney sorprende al periodista, una aguda Julia Carrie, con su empatía por un personaje tan turbio como Holmes. El cineasta confiesa que intentaron que participara en la cinta por activa y por pasiva y muestra una compasión por sus castillos de mentiras, por los muros falsos que alzaba para intentar lograr a escondidas aquello que ya decía poseer a plena luz.
Hay otro implicado por el que Gibney siente congoja y al que le de da protagonismo: Roger Parloff, el primer periodista que firmó en Fortune un perfil contando la historia de Holmes y Theranos, vendiéndola como un triunfo. Gibney tiene una reflexión sobre los periodistas y su difícil, muy difícil trabajo, que a mí, al menos, me ha llegado al corazón: "Los periodistas son buscadores de la verdad pero también son narradores. Encontrarse a Elizabeth Holmes era encontrarse una historia poderosa que realmente querían contar: una joven emprendedora en un ambiente dominado por hombres a la que se le había ocurrido algo que realmente haría un bien en el mundo. Pero cuando te encuentras con algo tan maravilloso, a veces tienes que preguntarte si no es un cuento de hadas. Y no se lo preguntaron lo suficiente".
Este aspecto de Silicon Valley, el de los vendehumos, es el mejor y más nutridamente retratado por la ficción. En la irónica comedia 'Silicon Valley', seis temporadas ya en HBO, el espíritu vendehumos se transpira en cada episodio. Las mejores citas en este sentido las tiene el personaje de Gavin Belson, el villano de la serie. Por ejemplo:
"La grandeza de los triunfos de la humanidad siempre se han medido por el tamaño. Cuanto más grande, mejor. Hasta ahora. Nanotecnología. Coches inteligente. Lo pequeño es el nuevo grande. En los próximos meses, Hooli lanzará Nucleus, el software de compresión más sofisticado que el mundo ha visto jamás. Porque si podemos hacer tus archivos de audio y video más pequeños, podemos hacer el cáncer más pequeño. Y el hambre. Y el SIDA".
Para cerrar este apartado, cabe recordar un diálogo brillante del biopic sobre Steve Jobs que protagonizó Michael Fassbender. La escena sucede entre Steve Wozniak (el cofundador de Apple) y Jobs.
Steve Wozniak. ¿Pero qué haces tú? No eres un ingeniero. No eres un diseñador. No podrías pegarle un martillazo a un clavo. ¡Yo construí la placa base! ¡El interfaz gráfico se robó! ¿Entonces, por qué leo diez veces al día que Steve Jobs es un genio? ¿Qué es lo que haces?
Steve Jobs. Los músicos tocan los instrumentos. Yo toco la orquesta.
El sexo, #metoo y la cultura bro
Se llama Josephine y tiene una camiseta de 'Juego de tronos'. La más típica, la de "Se acerca el invierno". Pero en realidad guarda una auténtica colección de camisetas frikis con eslóganes pegadizos, de los que despiertan una sonrisa en el hermano geek. Josephine es una prostituta de San Francisco. Y, simplemente, está adaptando la oferta a la demanda.
Así arranca uno de los muchos y escalofriantes artículos sobre la mayor negrura de este reverso oscuro de Silicon Valley, el que conecta a los empleados de las grandes compañías tecnológicas con la esclavitud sexual y el tráfico de seres humanos. Newsweek, CNN, Daily Mail, Vanity Fair ofrecen teselas de un problema mucho mayor que se conecta con otros dos: el acoso a las mujeres y la cultura de vestuario masculino que se practican en este entorno laboral.
Aunque el problema del sexo ha reflotado con el #metoo, en realidad lleva siendo un viejo fantasma de Silicon Valley. Ya en 2014, podían leerse artículos macabros sobre las fiestas desaforadas de los ejecutivos del NASDAQ. En el Daily Mail, se destacaba la acusación de homicidio a Forrest Hayes por parte de una prostituta veinteañera, Alix Tichelman, que se acabaría declarando culpable de inyectarle (accidentalmente) una dosis letal de heroína del cuello para luego marcharse del yate.
Pero lo más sintomático e ilustrativo es la declaración de otra prostituta, Maxine Holloway, a la CNN: "Están trabajando muy duro, por muchas horas, lo que les da una gran cantidad de efectivo pero también ese estilo de vida no deja lugar a las citas tradicionales". Lo cuál vuelve a apuntar a esa receta del éxito de Gary Vee que apuesta por eliminar cualquier otra dimensión vital que no sea el trabajo.
Tal vez el reportaje más escalofriante sea el que publicó Newsweek como artículo de portada en 2015, que detalla las conexiones entre el tráfico de personas, el auge de la prostitución y los ejecutivos tecnológicos. La creciente presencia tecnológica en Seattle, según detalla un estudio del Departamento de Justicia de Estados Unidos, disparó también la prostitución, doblando sus ingresos en siete años (2005 a 2012). El detalle que pone los pelos como escarpias son los códigos que usan los solicitantes de sexo y los chulos para ponerse al día de las novedades en la oferta: esto es, mujeres en venta, en muchos casos, esclavas sexuales. Los empleados de las tecnológicas contestaban a los emails de los proxenetas con un aparentemente inocuo: "Creo que se ha equivocado usted de email". Era el código para un: "Sí, quiero".
En paralelo a este problema con la prostitución, pero evidentemente conectado con él, están los casos de acoso sexual en el trabajo. Le costaron la cabeza al ejecutivo de Amazon Roy Price, que fue sustituido por Jennifer Salke. La caída de Travis Kalanick, CEO de Uber, desveló que la exitosa startup estaba podrida por dentro y que el acoso sexual campaba a sus anchas, como refleja este reportaje de Bloomberg. Y a finales de 2018, una marcha de miles de empleados de Google salieron a la calle para protestar por los derechos de las mujeres.
¿Cómo ha tratado este asunto la ficción? Pues, de momento, de manera inapreciable. O al menos yo no he sabido encontrar películas, series o novelas que hayan reflejado este problema de manera central o significativa. Y no es de extrañarse, artículos como este de El País o este otro de BuzzFeed denuncian que, en general, la reacción al #metoo en Silicon Valley ha sido tímida, a pesar de las cabezas cortadas. Y que en realidad esas cabezas han sido cortadas solo en apariencia, pues BuzzFeed detalla que los acosadores han vuelto a encontrar trabajos de directivos en el mismo Valle.
Así que los únicos lugares de la ficción que tratan de momento este problema hay que encontrarlos en otras películas. 'Shame', por ejemplo, con un espectacular Michael Fassbender, hace un trabajo extraordinario en mostrar cómo funciona este sexo deshumanizado, alimentado de porno y prostitución porque la empatía no existe en estos intercambios. Un brutal coito contra una ventana resume el problema en una imagen.
La otra película que lo ha ilustrado magníficamente es 'El Lobo de Wall Street' de Martin Scorsese, la interminable y terrorífica fiesta en la que vive su protagonista, un gurú del dinero, es simplemente una precuela de esta cultura bro que impera en Silicon Valley. Inolvidable ese adoctrinamiento, con tarareo incluido, de Matthew McConaughey en la siguiente escena:
El 'crunch'
"Cuando empecé a escribir para 'Silicon Valley', en una de las temporadas de la serie, se nos ocurrió esta historia pero la abandonamos. La idea es que Hooli, la gran, malvada compañía de la serie, iba a anunciar planes de construir este enorme rascacielos subterráneo —como un rascacielos boca abajo que tuviera veinte pisos bajo el suelo— y que tendría a todo el mundo como en una colonia de hormigas. Entonces, jamás tendrían que irse. Todo lo que necesitarías estaría en tu Hooli-plex".
Este es el argumento, que nunca fue, de un episodio de 'Silicon Valley' que trataría el último gran tema de su cara oscura, que ya hemos venido anticipando en los anteriores y que realmente es el caldo de cultivo para todos los demás: el exceso de trabajo. La cultura de quemar horas y horas como única receta del éxito.
Las palabras de ese entrecomillado pertenecen a una entrevista de la Universidad de Pensilvania al autor y periodista Dan Lyons, que contribuyó como guionista a la exitosa sitcom durante 10 episodios. Es una conversación muy reveladora y que puedo constatar en lo personal, por mis múltiples visitas a sedes de estas empresas. Nunca se me olvidará esos paneles de gadgets tecnológicos gratuitos para sus empleados que tiene Netflix; con la etiqueta del precio debajo, para que el trabajador conozca cuánto le cuesta a la empresa el regalo que le hace.
Lyons reflexiona sobre cómo todo el planeta, en todos los sectores e industrias, se ha vuelto completamente loco con Silicon Valley y sus métodos. Y cómo este reflejo se queda ante todo con lo superficial, con las mesas de ping-pong y la plantilla millenial y, por supuesto, la cultura de trabajar ad nauseam. Peor aún, refleja la suplantación del espacio íntimo por el espacio del trabajo. La adhesión de ocio para que el trabajador no pueda salir ya del laberinto de su oficio.
Contra esta inercia, contrapone el ejemplo de una empresa que estaba apostando por un paradigma diferente; con éxito: "Basecamp, en Chicago [...]. Tienen un máximo de 40 horas semanales. En el verano, hacen 32 y todo el mundo se toma los viernes libres. Si eso significa que no se ha logrado el objetivo, dicen: "Vale, lo meteremos en el próximo ciclo [...]. No hay mesas de ping-pong, ni futbolín. Ni ruido [...]. Es muy silencioso. Vas, haces tu trabajo, te concentras, y te vas a casa".
A la ficción se le está escurriendo también entre los dedos este aspecto crucial, porque hasta ahora las cintas se centran en los ejecutivos o las startups y no han puesto el foco con la intensidad debida en las condiciones de trabajo, en la esclavitud de ratón y teclado. Es otra de las minas pendientes de prospección, ahora que el impulso por pasar más allá de la superficialidad del éxito parece haberse tomado.
Vamos, que es una pena que ese capítulo de 'Silicon Valley' con Hooli orquestando su propio hormiguero jamás vaya a cuajar. En él podría insertarse el sueño de uno de sus empleados, el laborar, entre los coros de gregoriano, en una monástica empresa que defendiera como su más sagrado axioma la bendita jornada de 32 horas.
La oportunidad
El ciclo es casi siempre el mismo. Se empieza por un libro; por ejemplo, 'Bad Blood, The Inventor: Secrets and Lies in a Silicon Valley Startup', la investigación sobre Theranos y su CEO, Elizabeth Holmes, firmada por John Carreyrou. Luego, se busca a un buen director para que lo marque como proyecto estrella; en este caso, el veterano Adam Mckay, que convenció el año pasado con su excelente biopic de Dick Cheney 'El vicio del poder'. Y luego, llega la guinda; el rostro. En este caso: Jennifer Lawrence.
Tales son los ingredientes de 'Bad Blood', una de las películas que verán la luz el próximo 2020 y que abordará uno de los mayores escándalos de Silicon Valley. Lo hará 10 años después de que David Fincher abriera la lata con la vibrante 'La red social', que ya atinó a mostrar ese lado deshumanizado, frío, reptiliano de los grandes genios del Valle. Y pondrá sobre la marquesina al nombre de la actriz que más ha triunfado de su generación.
Y, sin embargo, sabe a poco. Sabe a poco porque hay material para mucho más. Por ejemplo, 'Brotopia', el bestseller de Emily Chang, periodista de Bloomberg, que ha destapado todo lo que venimos destapando en este artículo: la normalización de una cultura tóxica y deshumanizada como bandera de Silicon Valley. En su entrevista con TechCrunch, Chang lo resumía así:
"Todos sabemos cuánto desangra la vida personal el trabajo en estas industrias. He hablado con ingenieras de Uber que eran invitadas, rutinariamente, a clubes de striptease y bondage en medio de su jornada laboral [...]. De lo que estamos hablando es de un mal comportamiento que no ha sido solo tolerado, sino normalizado".
'Brotopia' es la semilla más clara de lo que parece pedir a gritos el lado oscuro de Silicon Valley: una gran serie que destape el día a día del corazón económico del planeta en todas sus miserias, porque de las glorias (económicas) ya sabemos suficiente. Salvo de una; sería magnífico que tal serie, que solo me puedo imaginar en manos del dueto HBO/David Simon, metiera también las manos en el fango de la financiación del Valle por parte del gobierno de Arabia Saudí. Ese gobierno que mata periodistas con terribles torturas sin pestañear.
Pero más allá de ese gran arco narrativo, esa serie que resumiera a vista de pájaro el fenómeno, hay muchas otras microhistorias que merecen ser contadas. Por ejemplo, la que afronta Bit, una TV Movie que narrará el intento de encajar de un emprendedor negro en la blanca, muy blanca, Silicon Valley.
Otro ejemplo interesante, y que supondrá además uno de los títulos de lanzamiento de esa curiosa apuesta que es Quibi —una plataforma que se dedicará a la ficción mínima, episodios de 15 minutos enfocados al smartphone—, será el de 'Frat Boy Genious'. Esta obra se inspira en el libreto que fue votado como el mejor de la Black List —la lista anual de libretos profesionales no producidos en Hollywood— y que esculpe un retrato muy poco favorecedor de Evan Spiegel, el fundador de Snapchat. La serie se contará desde el punto de vista de una compañera suya de Stanford que desarrolló una de las características clave de Snapchat para ver cómo Spiegel la reemplazaba al frente del futuro éxito.
Otra de los libretos destacados en el Black List del año pasado, 'Analytica' de Scott Conroy, de momento no ha encontrado casa para ver la luz. Aunque este mismo mes Netflix estrena un documental original, 'The Great Hack', sobre este escándalo.
Silicon Valley necesita luz en sus tinieblas. Y, poco a poco, parece que la luz llegará.
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