El ser humano lleva contando historias desde mucho antes de empezar a grabar la suya propia. Durante la mayor parte de ese tiempo, cuentos, leyendas y épicas se transmitían oralmente. Aun después de inventarse la escritura y aún después de que inventos como el pergamino, el papel o la imprenta la fueran popularizando la humanidad no dejó de transmitir historias por la palabra.
Pero las formas de la transmisión oran han cambiado mucho. De los cuentos épicos al teatro y después a las radionovelas y, en cierto modo, el cine. En los últimos años ha surgido una nueva forma de transmisión oral: el audiolibro. Se trata, además, de un formato que va ganando audiencia a pasos agigantados desde que se introdujo en nuestros smartphones.
Un mercado en alza
Los audiolibros y audiolibros gratis están, pues, ganando popularidad. Spotify es la última empresa en saltar a este ruedo (aunque este salto lleva ya un tiempo cocinándose), y parece que hay sitio para más. La facturación de este sector en Estados Unidos (según datos de la propia industria) fue de 1.600 millones de dólares en 2021, un 25% más que el año anterior. Esta cifra habría marcado el décimo año consecutivo de crecimiento por encima del 10%.
El aumento en el número de audiolibros publicados en 2021 con respecto al año anterior fue más modesto: un 6%. Aun así esto implicó que se alcanzaran los 74.000 nuevos títulos en un año. No es solo una cuestión de ventas. De nuevo según la industria, los lectores de audiolibros escucharon en 2021 más del doble de horas de las escuchadas en 2017.
En España el mercado también crece. Aunque con retraso, el mercado hispanohablante recupera terreno, y en 2021 creció un 137% según Bookwire, empresa también del propio sector editorial. Audible, marca de Amazon en el segmento de los audiolibros, es quien domina este mercado. Con un 80% del catálogo de audiolibros en castellano, será seguramente el rival a batir por Spotify.
El sector de los audiolibros está tan vinculado al mundo editorial como al tecnológico. Esto lo convierte en un mercado muy dinámico y cambiante. Hasta el punto de que alguien podría pensar que se trata de un nuevo mercado. Nada más lejos de la realidad: Las primeras referencias a audiolibros datan de principios de la década de 1930.
Los primeros experimentos son más antiguos aún. Thomas Edison trató de grabar versiones narradas de textos literarios a mediados del siglo XIX, aunque con escaso éxito. En 1931 el Congreso de los Estados Unidos legisló en favor de la promoción de los audiolibros para que las personas invidentes o con dificultades tuvieran acceso a la lectura en las bibliotecas estadounidenses.
El primer empujón a la industria llegaría con los cassettes. Estas cintas convirtieron los audiolibros en portátiles, primero en los coches y después en Walkmans. Después vendrían los CDs y finalmente los MP3. La llegada de los smartphones, las aplicaciones dedicadas y el streaming son los factores que han dado a los audiolibros su segundo (y más fuerte) empujón. El audiolibro incluso ha dejado de ser un "volcado" del texto para trasnformarse en un medio con identidad propia, y aún queda camino por recorrer.
El usuario de audiolibros también ha cambiado, como no podría ser de otra forma. En primer lugar, el desarrollo técnico ha abaratado notablemente los costes de producción de este formato y con ello su precio para el consumidor.
El usuario de audiolibros es hoy en día más joven. Los audiolibros además parecen haber equilibrado algo los hábitos de lectura, al menos en América donde uno de cada cuatro libros iba a parar a manos de hombres mientras que las compras de audiolibros se reparten casi por igual entre géneros.
De nuevo según un estudio realizado por la industria del audiolibro, el consumo de audiolibros está positivamente correlacionado con los hábitos de lectura “tradicionales”. Eso no quiere decir que consumir audiolibros fomente la lectura, es más probable que los que son lectores habituales sean más propensos a compaginar su lectura “convencional” con escuchar audiolibros.
Las comparaciones son odiosas... y también útiles
Quizá podamos explicar parte del fenómeno audiolibro remitiéndonos a algunos antecedentes más o menos directos. En el presente los audiolibros se entremezclan (también en su éxito) con otra forma de transmisión oral: los podcasts. Y éstos son a su vez herederos de la radio. La radio fue posiblemente el primer medio de comunicación de masas auténtico, capaz de llegar a todos los rincones en un tiempo donde el analfabetismo aún era alto.
La radio generó un impacto social inmenso y los eventos que marcaron el siglo XX no podrían ser entendidos sin su llegada. Sin embargo, su impacto a nivel personal, en el desarrollo de cada individuo no pareció ser tan grande como se esperaba en un primer momento.
La importancia de la experiencia
La pregunta del millón, ¿qué dice la ciencia al respecto? Antes de consultar a la ciencia podemos hacer caso de nuestra intuición: no, no es lo mismo. Pero las diferencias pueden ser menores de lo que creemos.
Una de las formas en las que los audiolibros pueden afectar a nuestra lectura es nuestro nivel de concentración. No podemos dar este por hecho (quién no ha tenido que volver dos párrafos, o dos páginas, atrás en la lectura después de darse cuenta de que lleva leyendo distraído varios minutos), pero en general nos concentramos más leyendo “con los ojos”.
Es muy habitual escuchar audiolibros mientras realizamos otras tareas. La experiencia y la retención no será la misma, pero lo cierto es que nada nos impide utilizar los audiolibros concentrados, es algo que dependerá del uso que se haga de éstos.
Leer, por el contrario, nos exige, si no concentración, cuanto menos dedicación plena. Salvo que aprovechemos un viaje para leer, la lectura convencional no se puede compaginar con otras actividades. Es precisamente en este hecho en que cada modalidad nos lleve en una dirección ahí donde surgen las diferencias entre ambas experiencias. Y donde surgen las diferencias entre lo que retenemos al leer y con lo que nos quedamos al escuchar.
Pero… ¿es lo mismo leer que escuchar?
Se han realizado diversos estudios sobre cómo retenemos la información tras leer en distintos formatos, pero estudiar los efectos de los audiolibros es una tarea más difícil de lo que parece. Los resultados varían, entre otras cosas porque tratan de responder a cuestiones diversas. Por ejemplo, los análisis pueden comparar entre lectura de un texto y su escucha, pero también pueden medir lo que ocurre si se escucha y se lee a un mismo tiempo. Los resultados pueden variar si se trata de textos de ficción y no ficción, de su nivel de dificultad o de la edad de los participantes y su experiencia como lectores. Algunos estudios han medido incluso la motivación de los participantes junto a su comprensión del texto leído.
Así, algunos estudios hallaron que no existía diferencia entre la lectura convencional y la escucha (atenta) de un texto, ni siquiera entre estas modalidades y la combinada. Esta parece ser la teoría más extendida, aunque está lejos de ser universalmente aceptada.
Un estudio, por ejemplo, comparó los niveles de comprensión de un texto (de no-ficción) entre dos grupos de alumnos. Tras realizar un test, observó que el nivel de retención de información era mayor en el grupo que había leído frente al que había escuchado. También la motivación era mayor en el primero.
¿Y qué ocurre a largo plazo? He aquí una pregunta importante… para la que no tenemos respuesta aún. Los estudios a largo plazo son difíciles en este caso. Los hábitos de lectura son algo que no se puede controlar en laboratorio. Por eso analizar qué ocurre a largo plazo con nuestra capacidad lectora o nuestro rango de atención cuando sustituimos la lectura por la escucha es difícil. Cualquier estudio tendrá que enfrentarse al hecho de que muy a menudo la escucha es un complemento y no un sustituto de la lectura tradicional.
Hay un momento de nuestra vida en el que podría darse esta sustitución. Los hábitos lectores suelen aparecer en la infancia y la adolescencia, por lo que a algunos expertos les preocupa que el acceso a audiolibros cree una situación en la que los estudiantes opten simplemente por la opción fácil.
Aquí debe hacerse la distinción clave, saber cuál es el objetivo de la lectura. Cuando el objetivo es la mejora de la destreza lectora no cabe duda de que hay solo una manera de conseguirla, y es leyendo. Una vez esta habilidad se ha adquirido los estudios vuelven a indicar que hay pocas diferencias entre audiolibros y lecturas convencionales, puesto lo que pueda perderse en concentración se gana al poder escuchar la pronunciación de las palabras y entonación de las frases.
Hay un problema a tener en cuenta al analizar los estudios realizados entorno a los audiolibros, y es el idioma. ¿Cuántas veces hemos oído eso de “aprendí más inglés a través de series y videojuego que en clase”? No es ninguna tontería. La lengua inglesa, a diferencia del castellano, tiene unas diferencias significativas entre escritura y pronunciación, lo que hace que la escucha pueda ayudar a retener palabras, especialmente cuando éstas son nuevas y tienen pronunciaciones contraintuitivas.
El problema surge del hecho de que esta ventaja de los audiolibros es menos evidente en otros idiomas, pero la mayor parte de los estudios hechos en cuanto a ventajas e inconvenientes de los audiolibros pueden presentar un “sesgo idiomático” si los intentamos extrapolar a nuestra lengua. En nuestro contexto, los audiolibros siguen presentando potencial para ayudar, por ejemplo, en el aprendizaje del inglés como lengua extranjera.
Desde el inicio, o especialmente antes de que se popularizaran, los audiolibros han sido herramientas con las que acercar la lectura a personas con dificultades para la lectura “convencional”, siendo el caso más evidente el de las personas ciegas. Pero incluso en este campo ha contado con sus detractores. En este caso, los críticos se mostraban preocupados porque los audiolibros perjudicarían las capacidades de los invidentes a la hora de leer en braille.
¿Podemos sacar conclusiones?
Los audiolibros se están convirtiendo en un medio aparte. Sin llegar a poder compararse con las adaptaciones en cine o televisión, presentan sus rasgos propios y tienen herramientas con las que distinguirse como por ejemplo el uso de una variedad de dobladores. Por eso las comparaciones son difíciles, una cuestión de gustos al final.
Como explicaba Frank McCourt, autor de Las cenizas de Ángela, para él la experiencia lectora más completa es la tradicional, “pero prefiero que la gente escuche el libro a que no lo hagan en absoluto.” Esperemos no llegar a tener que elegir.
Imágenes | Jukka Aalho, Andrea De Santis, Karolina Grabowska
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