En muy poco tiempo, los asistentes de voz se han hecho un hueco en muchos hogares. Allí toda la familia tiene acceso a un dispositivo que promete cambiar el día a día con algunas rutinas como escuchar música, la domótica o el simple entretenimiento.
Hemos probado Alexa, Siri y Google Home con tres perfiles de usuarios muy diferentes: un hijo, un padre y el abuelo de la familia. Con una diferencia entre ellos de más de 80 años, ésta es nuestra experiencia.
A los 90 años, un compañero de piso
"Hola abuelo, ¿te gustaría un "cacharro" al que pudieras pedirle cosas y que las hiciera por ti? Solo con tu voz"
Ya está aquí el más raro de mis nietos. No lo dice pero debe de pensarlo. Su primer nieto, el que jugaba a tratar de atrapar las ranas que saltaban de la balsa de riego en las inolvidables mañanas de sábado en las que lo acompañaba a regar en la huerta murciana, ahora anda siempre rodeado de lo último en tecnología.
Mi abuelo, tocando ya con los dedos los 90 años, acaba de volver de una estancia en el hospital, bastante habitual últimamente. Ahora puede salir menos a la calle, pero es prácticamente autónomo para la mayoría de las tareas del día.
Cuando hay que ingresarlo unos días hay dos gadgets que nunca deja en casa y que tiene que llevar consigo sí o sí. Uno es la afeitadora eléctrica (que dirá de su nieto con esa barba) y otro es una radio portátil de tamaño considerable pero que maneja a la perfección. No quiere otro modelo más compacto ni avanzado.
Durante unos días, si la salud le respeta, le explico que tendrá cerca de él, justo al lado del televisor donde ve sus películas y cualquier deporte independientemente de la categoría o especialidad, un altavoz que le escuchará y al que podrá pedir cosas.
Mientras le configuro un Amazon Echo Dot le voy hablando de quién es Alexa. Entre chascarrillos sobre asistentes de voz que se activan sin querer le cuento qué va a poder hacer con su asistente. No voy a mentir, muy ilusionado no está. Va a ser complicado.
Pero todavía no está todo perdido. En previsión de un recibimiento tan poco entusiasta, me aseguré de coger de casa una bombilla Philips Hue para usarla como as bajo la manga. La coloco en la lámpara principal del pequeño salón donde pasa la mayor parte del tiempo y seguramente más ilusionado que él, a continuación le enseño cómo pedirle a Alexa que la encienda y apague solo con la voz.
Se ríe. Esto empieza a marchar.
Los primeros instantes con Alexa no los pasa solo. Mi abuelo llega tarde a la revolución digital, según me cuenta, así que las primeras horas las pasamos hablando juntos con Alexa, pidiéndole música, la predicción del tiempo ("eso lo escucho yo en la radio cada mañana, no me hace falta Alexa", me dice) y enseñándole algo que sí que lo atraparía definitivamente: poder realizar llamadas de teléfono sin buscar ni marcar número alguno.
Unos días después de dejarle a solas con Alexa ( y una chuleta con algunos comandos básicos) teníamos comida familiar por Navidad. Allí pudimos hablar tranquilamente de lo que le estaba pareciendo Alexa. Estaba encantado con lo bien que entendía su voz y especialmente con toda la música que ahora estaba escuchando gracias a ese altavoz y poder pedir lo que quisiera en todo momento.
Otro flechazo de mi abuelo con el Amazon Echo Dot fue con la radio. Su aparato actual requiere de modificar a mano la frecuencia para cambiar de emisora, algo que con Alexa solo implica decir "Alexa quiero escuchar Onda Regional Murcia". Esa misma idea le hubiera fascinado con la tele. "No funciona para cambiar de canal diciendo su nombre a Alexa?"
De sus quejas más recurrentes me quedo con las activaciones del asistente y el tener que utilizar instrucciones más o menos precisas para muchas tareas. Muchas de ellas las olvidaba, y aunque Alexa reconoce bastantes de ellas, en algunas ocasiones ha perdido la esperanza en Alexa al llegar a un callejón sin salida de instrucciones que el asistente no entendía por muchas opciones que le puse yo en su chuleta.
También con algún skill que le había instalado, como el de AS para recibir noticias deportivas, tuvo sus más y sus menos. Cuando no funcionaba por errores de la aplicación o encontraba noticias no actualizadas, mi abuelo se desesperaba. No poder controlar físicamente esos errores de cosas muy obvias como "leer el As" lo ponían nervioso.
Llamar por teléfono sin marcar un solo número: amor a primera vista
Lo que más ha usado y me confiesa que querría mantener: escuchar la radio, música, conocer el tiempo y poder comunicarse sin tener que pelarse con los botones de su "dumbphone" por muy grandes que sean.
Sin smartphone ni nada parecido en casa, se ha acostumbrado perfectamente a no usar el botón de marcado rápido como hasta ahora y a poder comunicarse con familiares de una manera que me confiesa que debería ser siempre así: decir "Llama a mi hija" y listo. Que la aplicación de Alexa admita añadir seudónimos a los contactos de manera clara nos facilitó mucho organizarle la agenda según su habitual manera de marcar, que no es por nombre sino por el número de marcación rápida: "Alexa llama al número 1"
Con un sistema de alarma de teleasistencia domiciliaria, contar con otra manera de poder realizar una llamada sin depender de tener el teléfono cerca o en la mano, por ejemplo en caso de caída o de pérdida puntual del teléfono (o no tener batería, una de sus pesadillas recurrentes), le ha dado una tranquilidad en el día a día que a sus 90 años no tiene precio alguno.
Precisamente de su cabeza, lúcida como pocas a sus 89 años, surgió una idea que Amazon debería tener en cuenta para las personas mayores: un Alexa Echo más pequeño, con batería y que, como me dijo él, pudiera llevar colgado del cuello cuando se mueve por casa.
Curiosamente lo de controlar las luces, pasadas las primeras veces, no lo ha usado apenas.
"Siempre se me olvida. Me acuerdo de que puedo apagarlas cuando ya me he levantado y estoy al lado del botón"
Prometí configurarle una rutina de mañana, pero finalmente prefirió no dejar automatizadas determinadas tareas que, dice, le ayudan a mantener la cabeza activa. O igual la domótica ya le pilla algo mayor.
Pero cuando me llevo el pequeño Alexa Echo a casa de nuevo (tiene que volver a las oficinas de Amazon España) se ríe y me confiesa que se lo llevaría al hospital para estar más entretenido.
Un mayordomo que enciende la tele y pone 'Hilda' en Netflix
Decidir cuál de los asistentes que estábamos probando iba a ser el conejillo de indias para la experiencia con mis dos hijos no fue sencillo. Mi idea inicial era asignarles uno para conocer cómo era la interacción específica con él, pero posteriormente opté por la solución más lógica: colocarlos por estancias y esperar.
Con el HomePod situado en el salón, justo al lado del televisor y haciendo las veces de barra de sonido cuando usamos el Apple TV y de altavoz para música e información el resto del día, el Google Home fue el elegido para tener su base más habitual en la cocina. Una reciente zona en esta estancia, en el rincón de la tele pequeña y junto a la mesa (pero alejada del sitio de cocinado) fue su hogar durante unas semanas.
A mis dos hijos no hubo falta que les indicara cómo activar Google Home ni cuáles eran las opciones más interesantes del asistente de Google. La curiosidad les puede y tan solo con la configuración inicial y algunas pruebas sueltas, la siguiente ocasión en que se quedaron a solas con el asistente ya sabían que "Ok Google" abría un mundo nuevo en la cocina.
Sin embargo, algo que no les acabó de gustar es que la activación de cada asistente se realizara con palabras clave diferentes. Los primeros días eran habituales los equívocos con OK Siri y Oye Google. Pero en cuanto el asistente no les contestaba, ellos reaccionaban hasta asimilar las diferencias entre ellos y cómo debían dirigirse en cada caso. No fueron los únicos, a mí también me pasó las primeras veces.
El momento Asistente de Google llega justo cuando la familia pasa por la cocina. En el caso de los peques, a medio día y por la noche.
"Ok Google, cuéntanos un chiste" "Ok Google, pon el nuevo disco de Izal" Incluso con el reloj del horno bien visible, es habitual que los más pequeños opten por un "Ok Google, ¿qué hora es?". Estas frases se han hecho habituales en el rato en que ponemos la mesa y preparamos la comida.
Los más pequeños, de 5 y 7 años, usan también un "Ok Google pon Hilda/Teen Titans Go en el dispositivo Cocina" para reproducir sus series actuales favoritas de Netflix en un Chromecast que tenemos conectado al televisor de la cocina y que en el ecosistema de Google tiene asignado un nombre que ellos interiorizaron automáticamente.
Pero no solo usan la voz para iniciar la reproducción sino que a partir de entonces la gestión de volumen, más capítulos, ponlo en pausa ... todo el control multimedia en la cocina ya está en manos de Google. Y no solo les ocurre a ellos. Los adultos, especialmente con la música, recurrimos a "Ok Google, reproduce la lista Coche" y similares con muchísima frecuencia.
Tener al asistente de Google en la cocina ha hecho que los más pequeños hayan ganado independencia a la hora de gestionar el apartado multimedia. Ya no tienen que pedirnos a los mayores que lancemos a Chromecast un determinado vídeo de YouTube o Netflix, o que pongamos cierta música que quieren escuchar o con la que bailar. El asistente virtual nos hace de niñera en ese aspecto.
Aunque a veces olvidan que tienen que decir las palabras mágicas para que el asistente se ponga en marcha (o lo hacen de manera muy apresurada, sin tiempo a que llegue a activarse antes de las primeras peticiones), la rutina para dirigirse al Google Home de la cocina lo tienen completamente asumida.
Esas palabras, al igual que "Oye Siri" cuando están en el salón, se integraron en su vocabulario habitual a los pocos minutos de mostrarles los nuevos dispositivos que nos acompañarías durante unas semanas en casa.
El paso de los días no ha hecho decaer el interés de los niños en los asistentes. Y les parece muy útil. De hecho me preguntan por qué no teníamos antes un Siri o "OK Google" (así llaman al asistente de Google). Es un miembro más de la familia pero que solo vive en la cocina o el salón.
Y les resulta muy divertido para, por ejemplo, cambiar ambientes de casa con la voz gracias a las bombillas conectadas y asociadas que tenemos en casa.
De vez en cuando, con novedades que lanza Google o por simple curiosidad, les enseño algún comando nuevo para estrenar o probar aplicaciones nuevas del asistente de Google. Pasó con los juegos de palabras tipo Preguntados. ¡Vaya "caja de Pandora"! Asociado a "jugar", ellos buscan la combinación de palabras ganadora que les abra un nuevo mundo de actividades con el asistente.
Es de hecho el juego Preguntados con el que mis hijos se quedarían del Asistente de Google. Y con los chistes, muy malos según ellos, pero que no se cansan de pedir a modo de entretenimiento pasajero mientras ponemos o quitamos la mesa.
En estas semanas usando los asistentes de voz en casa hemos notado una evolución en el trato de los niños con los asistentes. El más significativo es que los gritos o voz elevada para dirigirse a ellos han pasado a ser conversaciones más naturales, como lo harían con nosotros. Se han dado cuenta de que tanto HomePod como Google Home reciben las instrucciones sin necesidad de elevar la voz, pero también quiero pensar que han humanizado algo a los mismos. Al menos ya no le hablan los dos a la vez.
Esta teoría de la que no sé si alegrarme o preocuparme se refuerza porque en las últimas semanas, creo que más a modo de broma que a propósito, se suelen despedir de Siri al irse a la cama, esperando siempre un comentario divertido del asistente.
Lo que no he conseguido es que las solicitudes incluyan un por favor al principio o un gracias al final. Lo han hecho a veces, pero no forma parte del lenguaje de interacción con los asistentes que han interiorizado estas semanas de uso.
La rutina de la mañana: parece de anuncio pero es práctica
Aunque muchas de las acciones que los más pequeños realizan en casa con los asistentes de voz las compartimos los adultos, en nuestro caso hemos intentado buscar una utilidad más enfocada en la comodidad y la gestión de elementos del día a día en casa e incluso el trabajo.
Con un horario matinal que arranca durante la semana a las 5, el rol del asistente de voz se complica en mi caso. Ni mis instrucciones ni las contestaciones o gestiones del asistente de Google han sido pensadas para horarios donde lo que prima es hacer el menor ruido posible.
Cuando el único sonido en toda la casa apenas es el de los electrodomésticos tipo frigorífico o la caldera de la cafetera calentando el agua, pedir a Siri que reproduzca un podcast, nos recuerde la agenda o me de estado del tráfico antes de salir a mi centro de trabajo se vuelve casi un juego de espías imposible.
Cuando pasan las horas y amanece, pedir al asistente que ponga la radio o buscar determinada información son ya tareas que he incorporado a mi rutina matinal. La mayoría de ellas pasaban por la pantalla del teléfono y ahora es algo que puedo evitar. O compaginar con estar acabando de prepararme el café y un contundente desayuno.
A veces son los únicos momentos del día en que podemos "parar" y, con perspectiva, encontrar ideas o reestructurar una lista de tareas pendientes que solo necesitan de sencillas instrucciones para añadirse a la agenda.
En la cocina es donde más hemos usado el asistente de voz en estas semanas de uso. Con las manos en la masa, recordatorios, llamadas o temporizadores resultan tareas sencillas y prácticas. En todos los casos hacerse con su funcionamiento fue cuestión de un par pruebas de ensayo-error.
La lista de la compra actualizada por el asistente es otro de los descubrimientos a los que ya no queremos renunciar. El papel colocado con un imán en la nevera es ahora un "Ok Google añade queso fresco a la lista de la compra". Y nos encanta cómo funciona. Es lo ideal para que, organizando el menú semanal, repasando una comida con amigos o simplemente cuando nos damos cuenta cocinando de que hay que comprar algo, unas sencillas palabras nos hagan liberar la cabeza de esa tarea pendiente.
Y Google Home, incluso con música o el televisor encendido, entiende perfectamente y sin necesidad de levantar la voz lo que queremos indicarle que haga.
Nunca se ha escuchado tanta música en casa
La música es sin duda la reina de los asistentes virtuales para los adultos de casa. El consumo de temas, discos, listas y hasta vídeos musicales ha crecido de manera exponencial desde que tenemos asistentes en casa. La pereza de buscar un altavoz bluetooth, enlazarlo con el teléfono si no lo había reconocido y demás parafernalia que se torna "Everest" en el día a día, provocaba que, pese a gustarnos mucho escucharla mientras nos duchamos o realizamos tareas rutinarias, no lo hiciéramos tanto como querríamos.
Que los asistentes como HomePod o Google Home sean unos buenos altavoces es una excelente noticia para nosotros. "OK Google ponme música de Coque Malla" o una determinada lista de nuestro perfil familiar de Spotify forman ya parte de las frases más escuchadas un sábado por la mañana o recogiendo la cocina por la noche.
Esta posibilidad descubierta en este tiempo con los asistentes en casa ha hecho que por fin ordenemos las listas de música desperdigadas y con nombres sin sentido alguno. Ahora las tenemos mucho mejor gestionadas para facilitarle al asistente que las encuentre con facilidad y sin dudas que nos desesperen.
En el caso del HomePod de Apple, como contaba antes, éste quedó situado en el salón de casa. Música (con cuidado de que las peticiones de los peques no quedaran reflejadas en le historial de escucha) y algo de información han sido sus tareas más frecuentes, pero dado que buena parte del contenido que reproducimos en el televisor del salón sale directamente del Apple TV, el HomePod ha sustituido con mucha satisfacción a la salida de audio del televisor.
La domótica en casa ahora sí se usa
En casa tenemos desde hace años un serie de bombillas Hue de Philips, de colores, colocadas en diferentes lámparas tanto en el recibidor como en dos puntos del salón. Están colocadas porque son LED pero mitad por pereza de dejar colocado el puente junto al router y mitad porque nos aburrimos de su uso pronto, estaban ciertamente desaprovechadas.
Con los asistentes de voz y tras intentarlo en numerosas ocasiones, ahora sí que están en uso intensivo. Lo hacemos tanto en momentos puntuales para cambiar el tono o intensidad de las luces como especialmente con rutinas para que a determinadas horas, esas luces de apoyo se enciendan o apaguen de manera autónoma. Pedirlo a un asistente, que se encarga de todo, ha resultado ser la respuesta a nuestra dejadez en casa con la configuraciones vía terceras aplicaciones.
Plantearles a los peques que los asistentes de voz tienen que marcharse va a ser una decisión dura. Hasta esta prueba ni se nos había pasado por la cabeza tener uno en casa, "para qué". Sin embargo, y pese a nuestras reticencias por temas de privacidad, es muy probable que en alguna jornada de descuentos, abramos definitivamente la puerta de casa a un asistente que por ahora no soluciona la vida pero sí que ayuda a hacerla algo más sencilla.
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