El imparable desarrollo de las capacidades fotográficas de los teléfonos móviles ha puesto contra las cuerdas a las cámaras digitales. Pero no a todas. Al menos no con la misma intensidad. Las cámaras digitales que peor han soportado la embestida de los smartphones han sido las que no tienen un objetivo intercambiable en general, y las compactas en particular. Y la explicación es evidente: estas son las cámaras utilizadas mayoritariamente por el gran público, y, por tanto, las que entran en competencia con los móviles.
Un estudio reciente de la consultora Statista refleja que la distribución de cámaras digitales ha caído un 87% entre 2010 y 2019. Sin embargo, aunque se han reducido las ventas de todas las categorías, las cámaras con óptica intercambiable han soportado el chaparrón mucho mejor. Y es lógico que haya sido así debido a que no entran en competencia directa con los smartphones. Aun así, a las DSLR y las CSC, que son los dos formatos con objetivo intercambiable consolidados, no les queda más remedio que continuar desarrollando su potencial y aportando valor añadido si no quieren quedar relegadas al sector profesional. De esto no cabe duda: el rumbo que han tomado durante los últimos años refleja con claridad que el software es el camino a seguir.
Los elementos mecánicos nos dejan poco margen de mejora
La estructura fundamental de una cámara de fotos apenas ha cambiado desde que llegaron a las tiendas las primeras cámaras comerciales, a mediados del siglo XIX. Los principios básicos de funcionamiento del daguerrotipo que Alphonse Giroux diseñó para Daguerre e Isidore Niépce en 1839 son los mismos de la cámara digital más avanzada que podemos encontrar actualmente en las tiendas, pero ahí acaba su parecido. La forma en que están implementados el soporte fotosensible, los elementos mecánicos y los componentes ópticos de ambas cámaras es radicalmente distinta, como podemos intuir.
El desarrollo de la técnica de fabricación de los elementos ópticos ha permitido a los fabricantes de objetivos minimizar las aberraciones cromáticas y geométricas de sus ópticas
La llegada de la electrónica a las cámaras de fotos más de un siglo después de la invención de aquella primera unidad comercial de Giroux acrecentó aún más el abismo tecnológico que ya entonces separaba a las primeras cámaras de las modernas. Sin embargo, durante las últimas cuatro décadas el desarrollo que han experimentado los componentes mecánicos y ópticos de las cámaras han sido tímidos. Todos sabemos que el desembarco de la fotografía digital comercial hace algo más de dos décadas cambió las reglas del juego, pero desde entonces lo que más se ha desarrollado ha sido la capacidad de proceso de las cámaras.
Los principales fabricantes de objetivos, como Canon, Nikon, Leica, ZEISS, SIGMA o Sony, entre otros, no llevan décadas dormidos en los laureles. El desarrollo de la técnica de fabricación de los elementos ópticos les ha permitido minimizar las aberraciones cromáticas y geométricas introducidas por sus objetivos, así como incrementar su nivel de detalle y luminosidad. Pero si echamos la vista atrás por un instante y comprobamos cómo eran los objetivos hace un par de décadas comprobaremos que su desarrollo tecnológico no ha ido en absoluto parejo al que han experimentado los componentes electrónicos y lógicos de las cámaras. Estos últimos han avanzado mucho más.
Con los elementos mecánicos de las cámaras ha sucedido exactamente lo mismo. El obturador, que es uno de los componentes de naturaleza mecánica más relevantes, ha evolucionado durante las últimas décadas, pero lo ha hecho sobre todo gracias al respaldo de la electrónica. Sin su capacidad de control de los electroimanes que actúan sobre el propio obturador las velocidades de obturación que nos ofrecen las cámaras actuales más avanzadas habrían sido inalcanzables porque mediante procedimientos estrictamente mecánicos son inviables.
Esta tendencia no cambia ni siquiera si nos fijamos en el chasis y el cuerpo de las cámaras. Las más sofisticadas llevan muchos años utilizando materiales que les confieren una gran rigidez y capacidad de absorción de impactos, como la aleación de magnesio o el aluminio, pero en este contexto tampoco tenemos mucho margen de mejora a medio plazo. En el ámbito de la ingeniería de materiales se sigue innovando, por supuesto, pero es razonable asumir que parece poco probable que vayamos a presenciar la aparición de un nuevo material que vaya a revolucionar la fabricación de los cuerpos de las cámaras.
El panorama que estamos pintando parece poco halagüeño, pero, en realidad, las cámaras fotográficas no han dejado de avanzar. Lo que sucede es que este desarrollo está vinculado sobre todo a los componentes electrónicos y al software que rige el funcionamiento de la cámara, y no tanto a los elementos mecánicos que forman parte de estos dispositivos prácticamente desde su origen. Eso sí, es importante que no confundamos el software del que estamos hablando con el software fotográfico que utilizamos los usuarios para procesar nuestras capturas a posteriori.
Si nos ceñimos a los sistemas de naturaleza mecánica con los que cuentan las cámaras de fotos el margen de mejora que tenemos es, como hemos visto, reducido. Y, por supuesto, las marcas lo saben mejor que nadie. Esta es la razón por la que todas ellas, sin excepción, están apostando por dedicar muchos recursos a afinar el software que rige el funcionamiento de la cámara y les permite sacar el máximo partido posible a sus componentes mecánicos y electrónicos.
Esta es la estrategia de los fabricantes de cámaras digitales
Una manera eficaz de valorar el rumbo que ha tomado el desarrollo de las cámaras digitales durante los últimos años consiste en, sencillamente, revisar algunas de las novedades introducidas en los últimos modelos insignia que han sido presentados. Dos opciones interesantes en las que podemos fijarnos son la EOS-1D X Mark III de Canon y la Alpha 9 II de Sony, dos cámaras profesionales que ponen encima de la mesa las últimas innovaciones introducidas por estas marcas en sus modelos más avanzados. Además, estas cámaras son una buena elección porque la primera ejemplifica de maravilla lo que nos ofrece actualmente una unidad DSLR afinada al máximo, y la segunda ejerce un rol similar pero en el contexto de las cámaras CSC.
Una de las novedades más relevantes introducidas por Canon en su modelo insignia es su nuevo algoritmo de enfoque automático, que está diseñado para mejorar la estabilidad de la captura y el seguimiento de los objetos en movimiento tanto al utilizar el visor óptico como al disparar usando el modo Live View. Según la marca japonesa el corazón de este enfoque es un algoritmo de inteligencia artificial con capacidad de aprendizaje profundo sobre el que recae la responsabilidad de garantizar un enfoque preciso incluso en condiciones desfavorables.
Además, esta cámara tiene un nuevo procesador DIGIC X con una alta capacidad de cálculo que no está diseñado únicamente para resolver el enfoque continuo en escenarios de captura que requieren una alta velocidad de disparo; también se encarga de reducir el ruido en todo el rango de sensibilidades ISO, mejorar la nitidez e incrementar el rango dinámico. Y, como podemos intuir, es el responsable de ejecutar el algoritmo de aprendizaje profundo que rige el enfoque automático de esta cámara. Pero hay algo más. También se encarga de ejecutar el algoritmo de optimización digital del objetivo de la cámara, un software de procesado que pretende minimizar los problemas ópticos que no se pueden resolver durante la fase de diseño de la óptica, como las aberraciones o la difracción.
Vamos ahora con la cámara insignia de Sony. Aunque no es una característica exclusiva de este modelo, no cabe duda de que el enfoque 4D es una de las prestaciones más atractivas de la Alpha 9 II. Esta tecnología recurre a un algoritmo que es capaz de analizar el movimiento del objeto que estamos fotografiando con el propósito de predecir con precisión cuál será su posición un instante después. Su propósito es garantizar que su seguimiento sea estable y el enfoque, óptimo.
Además, Sony también utiliza la inteligencia artificial para identificar en tiempo real las características del objeto que estamos fotografiando, como la cara, los ojos, el color o si existe algún tipo de patrón, con la intención de afinar el enfoque tanto como sea posible. Estos algoritmos requieren procesar una enorme cantidad de datos en tiempo real, por lo que es imprescindible que la cámara incorpore un microprocesador que sea capaz de asumir esta carga de trabajo con suficiencia. La Alpha 9 II se apoya en la última revisión del chip BIONZ X de la marca nipona.
Estas no son las únicas innovaciones que Canon y Sony han implementado en sus actuales cámaras insignia, pero reflejan con mucha contundencia lo importante que es el software actualmente en estos dispositivos. De hecho, es un componente que realmente marca la diferencia debido a su capacidad de empujar los límites de la cámara un paso más allá y conseguir que el hardware rinda al máximo. Afortunadamente, no tenemos que hacernos con una cámara profesional como estas para beneficiarnos del impacto que tiene el software en sus prestaciones. La mayor parte de los modelos de gama media y alta, que no tienen vocación profesional, disponibles actualmente en las tiendas recurre al software para incrementar sus prestaciones y mejorar su rendimiento.
El software integrado tiene aún mucho recorrido en las DSLR y las CSC
Las cartas están sobre la mesa. Todo lo que hemos visto a lo largo del artículo nos recuerda el rol central que ocupa el software en las cámaras fotográficas modernas. No cabe duda de que en este elemento reside buena parte del potencial que tendrán en el futuro, y que, además, su porvenir estará ligado en gran medida al respaldo que puede darles el software integrado. Las capacidades de los smartphones con vocación fotográfica llevan sorprendiéndonos varios años, y el software y los algoritmos de fotografía computacional son en gran medida los responsables de la atracción que ejercen los teléfonos móviles sobre los aficionados a la fotografía.
El hardware fotográfico de los smartphones ha mejorado principalmente gracias a la incorporación de un mayor número de cámaras que, sobre el papel, nos permite resolver con más flexibilidad un abanico más amplio de escenarios de disparo. Sin embargo, el reducido espacio disponible dentro del cuerpo de un teléfono móvil impone restricciones muy serias tanto a la óptica de cada cámara como al tamaño máximo al que pueden aspirar los sensores. Este es el contexto en el que el software ha adquirido tanto protagonismo debido a que es la herramienta que está permitiendo a los fabricantes de smartphones superar muchas de las limitaciones que impone el hardware fotográfico.
El escenario que tienen delante las cámaras fotográficas es diferente debido sobre todo a que el espacio disponible condiciona en mucha menor medida las características de su hardware fotográfico. Por esta razón, el rol del software no es tanto derribar las limitaciones que impone este último como conseguir que sea capaz de entregarnos lo mejor de sí mismo. Potenciar sus capacidades y enriquecerlo con otras nuevas. Es un matiz importante que merece la pena que tengamos en cuenta porque puede provocar que un entusiasta de la fotografía se decante por una cámara de fotos y no por un móvil con prestaciones fotográficas avanzadas.
El software integrado ya ejerce un papel protagonista en las cámaras de fotos actuales, una realidad que se ha manifestado en el breve vistazo que hemos echado a los actuales modelos insignia de Sony y Canon. Y es evidente que esta es la baza que permitirá a las cámaras de fotos superar el escaso margen de mejora que ponen a su alcance los componentes de naturaleza óptica y mecánica. Además, la fotografía computacional estricta, entendiéndola como las técnicas de captura y postprocesado digital que recurren a algoritmos informáticos y no a procesos ópticos, aún no ha calado tan hondo en las cámaras de fotos como lo ha hecho en los smartphones, por lo que en el futuro podría tener un impacto todavía más importante sobre ellas.
Por todo lo que hemos visto resulta razonable aceptar que la fotografía del futuro estará dominada por la marca que consiga trasladar a sus cámaras la innovación en software que ya nos proponen los teléfonos móviles más avanzados. Y lo que vendrá.
Imágenes | Omar Houchaimi | Andre Furtado
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