En una de las charlas TED más emblemáticas de la historia, Hans Rosling se plantó en el escenario con una lavadora. Así, como suena. El médico sueco contó que tenía cuatro años cuando vio a su madre poner, por primera vez en toda su vida, una lavadora. Contó cómo su abuela fue al primer uso de la máquina con un entusiasmo enorme: cómo durante toda su vida, había tenido que calentar el agua en la hoguera y lavar a mano. Pero, sobre todo, contó como la lavadora había cambiado buena parte del mundo y cómo va a seguir haciéndolo.
Sé que es una tesis arriesgada, pero lo interesante de todo esto es que la lavadora es solo un ejemplo. Un ejemplo bueno, claro: la cantidad de horas que las sociedades (sobre todo, las mujeres) dedicaban a una actividad tan dura como lavar la ropa antes de las máquinas era una auténtica bestialidad. Pero ejemplos, hay muchos más. Uno poco conocido tiene como protagonista a un zaragozano y su revolución que alcanzó a las cocinas de medio mundo.
La tecnología y la sociedad van siempre de la mano
Largas jornadas de trabajo (de hasta 16 horas); insalubridad generalizada; falta endémica de seguridad en las fábricas y minas, ausencia de asistencia médica o ayudas sociales de ningún tipo... podemos decir que las condiciones de vida de los obreros durante la incipiente revolución industrial fuero deplorables. Y no sólo por la explotación a la que les sometían los patrones.
Esas condiciones de vida lamentables se debieron también a que los obreros (procedentes, en su mayoría, de un mundo rural que por una mezcla entre el crecimiento demográfico y la privatización del campo ya no podían mantenerse) llegaban a aquellos barrios de aluvión obligados por las circunstancias y sin saber cómo organizar su vida. Esta situación los llevó en muchas ocasiones "al alcoholismo, al juego, la prostitución e incluso la delincuencia".
Con jornadas de 16 horas que no atendían a géneros (recordemos que, en 1839, "la mitad de la clase obrera británica estaba constituida por mujeres"), las prácticas rurales eran imposibles. Nadie podía ir a las fuentes o ríos, recoger agua, calentarla y frotarla hasta que estuviera limpia; nadie podía tenderla (si es que había sitio para hacerlo) y vigilarla para que no la robaran; nadie podía dedicar horas a hacer la comida o, en un contexto de baja escolarización, cuidar de los niños (los que estaban en casa, claro, en la década de 1859 "trabajaba el 28% de la población comprendida entre los 10 y 15 años").
Bueno, sí había gente que lo hiciera, claro. Casi siempre mujeres, pero lo hacían mal, tras larguísimas trabajo; tratando de buscar la forma de reciclar todas aquellas prácticas que traían de casa en un contexto totalmente distinto. Poco a poco, la situación fue mejorando, pero la falta de tiempo seguía haciendo muchas de esas cosas inviables y fue uno de los factores que, durante las siguientes décadas, acabó por "masculinizar" la fuerza de trabajo (con vistas a que las mujeres asumieran las tareas domésticas).
Máquinas a las que le llega su momento
En muchos sentidos, la historia de la humanidad es la historia de cómo hemos inventado las cosas un montón de veces. La versión habitual es que la máquina de vapor se desarrolló y perfeccionó en Inglaterra entre finales del siglo XVII y finales del XVIII; pero no es algo exacto.
La eolípila, el primer "motor de vapor", fue inventada por Herón de Alejandría en el siglo I después de Cristo. Es cierto que tenía una finalidad recreativa, pero el mismo Herón creó también puertas automáticas o fuentes hidráulicas. Es decir, si nos fijamos en los detalles, no parece arriesgado decir que los científicos romanos tenían capacidad más que suficiente diseñar la máquina de vapor de Thomas Savery.
Con los molinos de agua, pasa algo parecido. Durante décadas, se ha considerado que este tipo de molinos se había descubierto en la Edad Media porque los primeros que habíamos encontrado datan de ese periodo histórico. Pero ahora se sabe que empezaron a expandirse también a lo largo del siglo I d.C.
¿Por qué ni la máquina de vapor ni los molinos de agua se desarrollaron plenamente bajo el imperio romano? Más allá de la cuestión tecnológica, todo parece indicar que, en una sociedad esclavista como aquella, no había muchos incentivos para desarrollar alternativas a la baratísima mano de obra esclava. Sin ese interés, daba igual que "teóricamente" se pudiera construir algo de eso: no llegaba a desarrollarse.
La olla que llegó en el momento justo.
Algo así ocurrió con la olla exprés. Si somos rigurosos, hay que reconocer que todo parece indicar que la primera olla a presión de la historia fue diseñada por Denis Papin en 1679 y la presentó en la Royal Society. No gozó de mucho éxito: primero porque el científico francés la orientó como una forma para convertir los huesos en gelatina y, así, investigarlos. Segundo, porque nadie lo necesitaba realmente. Las cocinas de los ricos eran enormes; los pobres, mayoritariamente personas del contexto rural, tenían tiempo de sobra para cocinar a la lumbre mientras seguían con sus quehaceres habituales.
Parece ser también que en 1864, Georg Gutbrod empezó a hacer ollas a presión en Stuttgart. Sin mucho éxito tampoco. En aquel momento, como decía más arriba, la masa de trabajadores se estaba 'masculinizando' y las mujeres estaban siendo expulsadas de muchos centros de trabajo (a medida que las máquinas se volvían más eficientes). La olla se convirtió en un producto caro e inútil. Algo que se mantuvo durante décadas en las patentes americanas o europeas con cacharros demasiado grandes para ser usados en una cocina normal.
Pero cuando el zaragozano José Álix Martínez patentó su olla exprés en 1919 la cosa estaba a punto de cambiar. Si a principios de siglo XX el mercado de trabajo está muy masculinizado en todo el mundo, es a partir de los años 30 cuando se inicia la progresiva re-entrada de mujeres que en los 70 ya está completamente consolidada. En EEUU, por ejemplo, el 50% de las mujeres solteras y el 40% de las casadas ya trabajaba en 1970. Así era en la mayoría de países desarrollados. Es entonces cuando la aparición de ollas a presión fácilmente usables se vuelve en mainstream.
Las casas volvían a quedarse vacías y, como ocurrió con la lavadora, la olla exprés se convirtió en un elemento clave en ese proceso (uno de los productos más vendidos del mundo). Una muestra más de que no hay nada como una idea (tecnológica) a la que le ha llegado el momento.
Imagen | Nayan j Nath
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