Estamos en agosto de 1330. Los ejércitos de Alfonso XI rodean Teba, Málaga. En una pequeña escaramuza, unos caballeros deciden perseguir a unos nazaríes que huyen. Pero no huyen: se trata de una vieja táctica militar bereber en la que los soldados fingían huir para acabar envolviendo a sus enemigos. Los castellanos están familiarizados con ella, claro; pero los caballeros no son castellanos, vienen de Escocia.
Por eso, unos minutos después, sir James Douglas, un heroico veterano de las guerras frente al inglés, se ve rodeado por las tropas nazaríes. Tiene suficiente experiencia para saber que no va a salir de ahí con vida, pero (antes de ponerse a luchar) se lleva la mano al pecho, coge un relicario que lleva colgado y lo lanza con todas sus fuerzas hacia las líneas castellanas. Esta historia, sin embargo, empieza un poco antes.
Una petición no tan extraña
"Enterrad mi cuerpo en Escocia y llevad mi corazón a Jerusalén". Estas fueron una de las últimas palabras de Robert the Bruce; es decir, estamos en los primeros días de junio de 1329. Aunque pueda parecer una petición extraña y algo bizarra, no tenía nada de singular: durante la Edad Media el embalsamamiento del corazón se convirtió en un fenómeno muy común.
En plenas cruzadas, trasportar un cuerpo por media Europa (en viajes que podían durar fácilmente meses) no parecía lo más razonable. Por ello, se empezó a buscar alguna forma de transportar el que, para ellos, era el órgano más importante: el corazón. Hay decenas de casos: además del injustamente tratado por 'Braveheart' Robert the Bruce, el más conocido es el de Ricardo corazón de León que acabó perdido en un relicario de la iglesia de Notre Dame de Rouen durante siglos antes de volver a ser descubierto en 1838.
Cómo conservar un corazón
Sin embargo, buena parte de las técnicas que usaban los embalsamadores medievales se perdió conforme estas prácticas dejaron de usarse. Además, durante siglos los eruditos han estudiado el proceso desde un punto de vista más simbólico, teológico o ritual que eminentemente biológico.
Por ello, en 2013, Philippe Charlier y un equipo de investigadores del departamento de medicina forense y patología del Hospital Universitario R. Poincaré decidieron examinar los restos del relicario de Ricardo I para ver qué podían encontrar.
Una de las primeras cosas que encontraron fueron trazas de polen de mirto, margaritas, menta, pino, roble, álamo, campanillas; algunas de esas plantas florecen en abril, lo cual coincide con la fecha de la muerte del rey inglés y, pese a que no existen dudas históricas serias, refuerza la idea de que el corazón era legítimo. Las que no florecen en esa fecha, solían usarse en procesos históricos de embalsamamiento.
Sin lugar a dudas, una de las cosas más curiosas que mostró el análisis biomédico completo del corazón momificado de Ricardo I es que, además de algunas técnicas relacionadas con la desecación, se utilizaron sustancias inspiradas en textos bíblicos. Por ejemplo, los investigadores descubrieron que el corazón fue envuelto en un tejido de lino y depositado en un relicario de plomo. Además, encontraron mercurio o incienso, que son materiales con un importante peso simbólico.
En términos generales, Charlier y su equipo (famoso por realizar autopsias a personajes históricos franceses como Enrique IV de Francia y Diana de Poitiers) descubrieron que las técnicas de conservación del corazón no tenían nada que ver con la que se describían en tratados de otras épocas. Era algo nuevo y muy interesante. Algo que, en definitiva, nos devuelve a una pregunta demasiado moderna: cuántas tecnologías hemos inventado y olvidado a lo largo de la historia.
Imagen | Wellcome Library
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