Crossness Pumping Station, la Capilla Sixtina de las aguas residuales de Londres que demuestra la fuerza de la ingeniería victoriana

Puestos a hacer las cosas, mejor hacerlas a lo grande, ¿no? Algo parecido debió de pensar el equipo de ingenieros y arquitectos que a mediados del siglo XIX asumió la encomienda de construir una estación de bombeo de aguas residuales que ayudase de una vez por todas a sanear Londres, controlar la peste que emanaba del río Támesis y frenar sus brotes de cólera.

Más de un arquitecto hubiese despachado el encargo sin florituras ni grandes aspiraciones —¿Para qué ponerse exquisitos con un edificio que, al fin y al cabo, estaba destinado a encargarse de las inmundicias de los londinenses?—; pero no fue ese el caso de los "padres" de Crosness Pumping Station. Tan a fondo se emplearon, tanto empeño pusieron en su oficio, tan alto aspiraron y con tanto esmero cuidaron los detalles, que aún hoy, más de siglo y medio después, la estación se conoce como “la Catedral del pantano” o incluso “la Capilla Sixtina” de las aguas residenciales.

Ahí es nada.

Objetivo: poner fin a la pestilencia

Hacia mediados del siglo XIX el cuidado de las aguas residuales de la pujante y creciente —sobre todo creciente— City empezaba a ser una tarea apremiante. Más que una cuestión de buen gusto, comodidad o urbanismo, el tema era ya una prioridad para la salud pública.

A pesar de que en 1848 las autoridades habían aprobado un proyecto de ley que establecía que todos los pozos negros y desagües debían conectarse a las alcantarillas, lo cierto es que la cantidad y las condiciones en las que se vertían los detritus al río Támesis eran alarmantes y favorecían frecuentes brotes de cólera. Entre 1853 y 1854 la enfermedad segó la vida de más de 10.500 personas, menos en cualquier caso que las 14.000 del brote de 1848 a 1849.

Cuando en 1858 un verano particularmente sofocante hizo que se elevase del río un aroma pestilente, tan nauseabundo que incluso hoy en día se recuerda como “Great Stink” (Gran Hedor) y acabó afectando a la actividad del Parlamento, las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto. La situación, sencillamente, amenazaba con convertir la ribera en un área insoportable. Antes de que finalizara el año se aprobó una enmienda que dio carta blanca a Joseph Bazalgette, ingeniero de la Junta Metropolitana de Obras, para que extendiese un amplio sistema de saneamiento.

El ambicioso proyecto de Joseph Bazalgette contemplaba más de 130 kilómetros de túneles cubiertos diseñados para interceptar las alcantarillas de menor tamaño antes de que vertiesen su funesto cóctel de desechos humanos, animales e industriales en las aguas del Támesis, una vasta malla de desagües y estaciones de bombeo, entre ellas la de Crossness, situada en el distrito londinense de Bexley. Además del ingenio de Bazalgette, en el proyecto participaron también el arquitecto Charles Henry Drive y William Webster, encargado de dar forma a las obras.

Los trabajos del nuevo saneamiento arrancaron poco después del “Great Stink”, en 1859, y para 1865 se habían completado ya en el lado sur del Támesis, incluida la nueva y flamante estación de bombeo Crossness. El centro, inaugurado por el mismísimo Príncipe de Gales, integraba una sala de máquinas y otra de calderas, taller de montaje, válvula, chimenea y aljibe cubierto. En la parte alta del embalse se repartían además las casas que alojaban a los operarios de la planta.

Más allá de sus impresionantes ornamentos de hierro y forjados, de sus interiores pintados, de sus líneas victorianas o de su decoración, cuida al milímetro y con tal mimo que convierte a Crosness —en palabras de Nikolaus Pevsner— en “una obra maestra de la ingeniería: una catedral victoriana de herrajes”, la estación destaca por su equipamiento para el bombeo de aguas residuales.

Entre las piezas más sorprendentes con las que se dotaría con el paso del tiempo sobresale su sistema de cuatro motores de vapor, responsables de bombear el agua y elevarla varios metros. Fabricados por James Watt & Co siguiendo las indicaciones del propio Bazalgette, se bautizaron con guiños a la Corona británica: “Victoria”, “Albert Edward”, “Príncipe Consorte” y “Alexandra”.

A 11 revoluciones por minuto, la estación bombeaba aproximadamente 6.800 litros de aguas residuales por cada carrera de motor a un depósito con capacidad parea unos 122.700 metros cúbicos. Para generar el vapor necesario la estación sumaba una docena de calderas de Cornualles que requerían un aporte considerable de carbón galés: 5.000 toneladas al año.

A medida que se requería mayor capacidad de bombeo —necesidad directamente ligada con el propio crecimiento de Londres—, se fueron reforzando las instalaciones de Crossness. También lo hizo su propio funcionamiento, que se adaptó a los tiempos. El bombeo y vertido de las aguas sin tratar, por ejemplo, se mantuvo hasta 1880, cuando después del desastre del SS Princess Alice —un naugrafio en el Támesis que se saldó con cientos de fallecidos, buena parte por inhalar desechos tóxicos de las aguas residuales— se pasó a un sistema de asentamiento y separación que distinguía entre líquidos, que siguieron arrojándose al río, y sólidos, que se transportaban en botes al mar.

La obra de Bazalgette sobrevivió al cambio de siglo y continuó actualizándose al ritmo de una ciudad de crecimiento imparable que exigía instalaciones más modernas y potentes. Con el paso del tiempo —a comienzos del XX— las autoridades llegaron a reemplazar las máquinas de vapor de triple expansión por motores diésel. Las décadas, sin embargo, acabaron haciendo mella en la "catedral victoriana" y en los años 50 la estación de bombeo se desmanteló. En los 70 el edificio acabó en el Registro de Patrimonio en Riesgo a la espera de su restauración.

Hoy, más de un siglo y medio después de su inauguración regia, con el sistema de saneamiento urbano mejorado y el Támesis dando incluso muestras de recuperación, Crosness puede visitarse como museo y homenaje al genio victoriano. Sus salas de máquinas, escalinatas, engranajes y atrios, ya recuperados, ofrecen una de las mejores muestras de la grandiosidad de la ingeniería inglesa del XIX... También de que los detritus pueden presumir de tener catedral propia.

Imágenes | Loz Pycock (Flickr) y Neil Turner (Flickr) y Steve Cadman (Flickr)

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