Al arquitecto Herman Sörgel no acababa de convencerle el mundo en el que vivía, así que decidió cambiarlo. Literalmente. A finales de los años 20 cogió papel, regla, cartabón y, con más ganas que medios y apoyos, redibujó el planeta. Literalmente. De su mesa de trabajo salió Atlantropa, seguramente uno de los mayores proyectos de ingeniería concebidos en el siglo XX.
Hoy las ideas de Sörgel harían temblar a cualquier ingeniero o político con un mínimo de conciencia medioambiental, pero en la primera mitad del XX alcanzó cierto predicamento. Si bien nunca llegó a estar cerca siquiera de materializarse, sí protagonizó debates e, igual que todos los grandes proyectos, se granjeó partidarios, escépticos y detractores, halagos y burlas.
¿Qué planteaba exactamente?
Pues redibujar el mar Mediterráneo para crear un único y gigantesco continente con lo que hoy conocemos como Europa y África. ¿Cómo? Pues desecando parcialmente el Mare Nostrum.
Tal cual.
Objetivo: redibujar el mundo
Lo que Sörgel proponía era construir descomunales presas entre el Océano Atlántico y el Mar Negro, moles que permitiesen que en un siglo el nivel del mar se redujese entre 100 y 200 metros, un buen pellizco si tenemos en cuenta que la profundidad media del Mediterráneo ronda los 1.500 m y en el Estrecho de Gibraltar el dato oscila entre los 280 de Umbral de Camarinal y 900 de Algeciras.
Por su ubicación, como puerta al Atlántico, el mayor de esos gigantescas titanes de hormigón se situaría en Gibraltar. Allí Sörgel proyectaba —recuerda La Vanguardia— una presa coronada por un rascacielos de acero y cristal de 400 metros, mayor incluso que el Empire State Building.
La del Estrecho de Gibraltar no sería la única mole del Mediterráneo.
Los mapas trazados por el arquitecto alemán contemplan casi una decena de centrales hidroeléctricas repartidas por puntos estratégicos, como el Estrecho de Dardanelos o el Canal de Suez. Según los cálculos de Sörgel, sus turbinas generarían una cantidad ingente de energía con la que podría abastecerse a Europa y África y se crearían cientos de miles de empleos.
Además de las megapresas contemplaba nuevas infraestructuras para mejorar las comunicaciones entre Europa y África, como un túnel en el Estrecho de Gibraltar y enlaces por carretera y ferrocarril. La propia fisionomía del Mare Nostrum tras el brutal desecado ayudaría a suturar el territorio y unir poblaciones. Al descender el nivel de las aguas se preveía, por ejemplo, que Silicia quedase conectada a la franja continental de Italia y Mallorca y Menorca acabasen uniéndose.
Si su faraónico proyecto hubiese conseguido los apoyos necesarios y llevado a cabo, nuestros mapas serían hoy bastante distintos. De entrada habríamos ganado al mar unos 660.200 kilómetros cuadrados, más que la superficie de Ucrania, y el Mediterráneo estaría dividido en dos cuencas: una con 100 m menos de calado y otra con 200. A mayores habría lagos en África Central y estaríamos desviando agua desalinizada para irrigar el Sáhara y generar nuevos terrenos fértiles.
"Un segundo 'Nilo' creado artificialmente en África occidental regaría el desierto del Sahara y lo haría fértil, mientras que Congo y Chad estarían siendo represados para formar vastos mares interiores de casi un millón de kilómetros cuadrados. ¡Un proyecto geopolítico de superlativos!", explica un artículo del Deutsches Museum, que en 2018 preparó una muestra con documentos de Atlantropa.
Probablemente estaríamos padeciendo también sus consecuencias más dañinas. La brutal modificación del Mediterráneo que planteaba Sörgel tendría un impacto medioambiental de calado, causaría inundaciones en otras partes del globo con baja altitud y expondría el territorio a catástrofes naturales, como terremotos. Su impacto económico en ciertos puertos sería también tremendo.
La gran pregunta llegados a este punto es: ¿Por qué? ¿Qué llevó a Sörgel a plantear Atlantropa?
Si bien el arquitecto alemán era hijo de su tiempo y tenía una clara visión colonialista, lo más curioso es que su objetivo principal no era conseguir poder, ni riqueza. O no solo, al menos. Su proyecto se alumbró en el período de entreguerras —con el recuerdo muy vivo aún de la Primera Guerra Mundial y el nazismo en ascenso— y lo que buscaba era en cierto modo evitar otro desastre bélico.
Con su descomunal dimensión, Atlantropa ayudaría a generar nuevos empleos, reduciría el paro, garantizaría el suministro energético y captaría una inversión que no podría destinarse a una nueva guerra. En clave geopolítica, el nuevo supercontinente ayudaría a equilibrar fuerzas y reforzar el peso de Europa y África en el tablero internacional frente a otras potencias, como Asia o EEUU.
Las enormes plantas hidroeléctricas del Mediterráneo estarían controladas además por un nuevo organismo independiente y de carácter internacional, lo que le daría una posición de fuerza especial a la hora de penalizar a naciones que fuesen especialmente beligerantes. El arquitecto quería, en definitiva, favorecer la paz mundial no a través de la política, sino de la tecnología.
El proyecto llegó a despertar de hecho el interés de la ONU y si bien contó con defensores importantes, incluidos arquitectos de renombre y artistas, se topó con la oposición de dirigentes destacados. Entre quienes no acaban de ver la propuesta de Sörgel —ni tampoco al propio arquitecto, casado con una mujer de raíces judías— estaban los mandos nazis.
Su proyecto acabó muriendo con él, a finales de 1952, cuando falleció de forma prematura tras sufrir un grave atropello mientras acudía en bicicleta a una conferencia en una universidad alemana.
Hoy queda como una de las grandes propuestas utópicas del siglo XX.
Imágenes | Deutsches Museum y Wikipedia
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