En lo que se refiere a formatos propietarios no estandarizados, los discos Zip de Iomega, que aparecieron a mediados de los años 90 del siglo pasado, llegaron mucho más lejos que la mayoría de sus competidores. Consiguieron mejorar un formato al que el público estaba acostumbrado (los diskettes de toda la vida), lo justo para conseguir ganar notoriedad.
Años antes de que los pendrives se generalizasen como medio extraíble, estos floppys remodelados servían a la perfección a las personas que necesitaban compartir grandes cantidades de datos. Recordemos que en el momento de su aparición los CDs vírgenes no eran de uso generalizado y no eran regrabables, mientras los diskettes se podían reescribir y eran fácilmente portables, pero tenían muy poca capacidad. En su época no sólo convivió con los diskettes, sino que incluso consiguió una base de usuarios domésticos bastante grande y leal, lo que para su momento no dejaba de ser impresionante.
Sin embargo, aunque el disco Zip tenía que competir contra un producto ya establecido como los diskettes y tuvo bastante notoriedad en el momento de su lanzamiento, estuvo asolado por los problemas casi desde el principio. La unidad tuvo fallos que generaron grandes problemas para Iomega, que acabó cerrando su vida útil a principios de la primera década del siglo XXI. Hoy queremos recordar al disco Zip, junto con la era del almacenamiento propietario para PC. Nos vamos a meter en territorio SCSI, abrochaos los cinturones.
La Bernoulli Box, el antepasado de los Zip
Daniel Bernoulli, un matemático suizo del siglo XVIII, dijo lo siguiente sobre la importancia de saber matemáticas para monetizar un producto:
No hay filosofía que no esté fundada sobre el conocimiento de los fenómenos, pero para conseguir cualquier beneficio de este conocimiento es absolutamente necesario ser matemático.
Estas palabras nunca fueron más ciertas que cuando Iomega lanzó su primer producto popular, conocido como Bernoulli Box. El sistema de discos, nombrado así por la forma en que seguía el Principio de Bernoulli (que describe el comportamiento de un líquido moviéndose a lo largo de una corriente de agua), fue bastante popular en su época.
La Bernoulli Box apareció en 1983 y admitía discos de hasta 230 MB. Se conectaban al ordenador a través del puerto SCSI. Se consideró que este producto estaba muy bien hecho para su tiempo, con reviews como una de PC Magazine de 1984 donde destacaban su diseño duradero.
El problema era el elevado precio del producto. Una Bernoulli Box costaba miles de dólares en el momento de su lanzamiento al mercado. Además, el producto tenía diversos problemas de los que se hablaba en una review de Infoworld. Para más inri, Iomega sólo daba una garantía de 90 días. En la reseña se podía leer lo siguiente:
Es un producto atractivo en muchos sentidos y hemos disfrutado usándolo, pero su precio, su corto período de garantía, su falta de autoarranque en algunas máquinas y la atención que requiere evita que le demos una puntuación mejor.
La Bernoulli Box fue el punto de partida para que Iomega empezase a trabajar en sus unidades Zip, si bien no comparten ninguna tecnología ni son compatibles. Afirmar que este sistema fue el único propietario de aquella época sería quedarse corto. El de Iomega no fue el único, sino que se vio acompañado por otros sistemas propietarios durante los 80 y los 90.
Las unidades de almacenamiento propietarias de los 80 y 90
Durante los años 80 y 90 surgieron distintas unidades de almacenamiento no estandarizadas que intentaron sentar cátedra a su manera. Tengamos en cuenta que durante esta época convivieron también ordenadores con filosofías y sistemas operativos muy diferentes.
Podemos destacar cinco tipos distintos que, al igual que el ZIP, también compartieron escenario con los diskettes y los CD-ROM. Por un lado tenemos los discos magneto-ópticos de los NeXT de Steve Jobs, aparecidos en 1987. En un principio debían permitir a los usuarios transferir sistemas de archivos completos cuando cambiaban de ordenadores. Eran muy lentos para asumir dicha operación, pero la tecnología utilizada en el formato encontró una segunda vida en los Minidisc de Sony.
Encontramos también a las unidades SyQuest, surgidas en 1996. Funcionaban de manera similar a los discos magneto-ópticos de los NeXT. Estos discos duros portátiles (tenían platos de disco en su interior, de hecho) contenidos en un cartucho contaron con un seguimiento que podríamos equiparar al de los discos Zip. Fueron especialmente populares sus unidades de 44 MB.
En tercer lugar tenemos los discos floppy compactos, que se lanzaron a principios de los años 80 (hay anuncios de Hitachi que datan de 1983). Se trataba de un diskette como cualquier otro, sólo que algo más pequeños que los de 3,5 pulgadas (estos eran de sólo tres pulgadas) y con la misma capacidad de almacenamiento que sus primos de 5,25. No contaban con la tapa de metal deslizante ni había un estándar sobre cómo debían ser físicamente. Sufrió una muerte lenta, como un formato olvidado.
La cuarta posición es para las unidades flópticas, que intentaron conseguir un hueco hacia 1993. No, ni estoy borracho ni lo he escrito mal. Estos dispositivos de principios de los años 90 del siglo pasado ofrecían 21 MB de capacidad añadiendo lectura láser al estilo de la de los CD-ROM a su formato. Intentaron conseguir un espacio ofreciendo retrocompatibilidad con los diskettes, pero no tuvieron mucho éxito.
En último lugar, pero no por ello menos importante, hablamos de las tarjetas SmartMedia que llegaron al mercado en 1995. Estos ejemplos primerizos de memoria flash llegaron para reemplazar a los diskettes. Fueron especialmente comunes en las primeras cámaras digitales y reproductores MP3, pero no consiguieron imponerse en el mercado que se fijaron como objetivo.
No sería hasta la llegada del disco Zip que las unidades de almacenamiento propietarias no conseguirían notoriedad entre los usuarios. El disco Zip hizo mucho ruido, si bien no todo fue bueno.
El nacimiento de Zip
Iomega introducía el disco Zip a finales de 1994. Originalmente se lanzaron con capacidad de 100 MB, aunque más adelante en su ciclo de vida se llegaron a ver versiones de 250 y 750 MB. Se convirtió en el formato más popular de las unidades de almacenamiento propietarias, si bien nunca llegó a tener la misma repercusión que los diskettes a los que quería sustituir.
En cualquier caso, las historias hay que empezar a contarlas desde el principio. En este caso tenemos entre manos una de las mejores sobre el éxito de una tecnología en los años 90 del siglo pasado. Iomega, una década después del experimento de la Bernoulli Box, acertó de pleno vendiendo discos no muy caros con capacidades de hasta 100 MB en sus primeras versiones.
Las unidades también experimentaron un descenso de precio significativo. Si una Bernoulli Box costaba varios miles de dólares, una unidad Zip externa costaba 149 y 99 si era interna.
Sí, la idea había tenido mucho éxito y se ganó un público debido a que no se había podido mejorar el estándar del diskette de una forma en que pudiese seguir manteniendo el ritmo de los tiempos. La capacidad para poder almacenar archivos era esencial, pero pocos estándares de la era eran lo bastante buenos para las necesidades de los usuarios modernos. Por entonces los CD-ROMs vírgenes no eran muy comunes aún.
El éxito del disco Zip hay que atribuirlo a un CEO de Iomega llamado Kim B. Edwards, que venía del mundo del marketing en lugar del de la tecnología. Es algo similar a lo que pasó con John Sculley en Apple, y en primera instancia supuso que la empresa tuviese mucho éxito.
En un artículo de 1998 publicado en Businessweek se habla de una idea de Edwadrs que consistía en poner precios populares a una unidad propietaria. ¿El objetivo? Conquistar el mercado doméstico. Impulsó a sus equipos a construir tal dispositivo en un año y, para cuando llegó al mercado, abrumó a la competencia a base de publicidad para desalentarlos.
Incluso llegó a convencer a grandes fabricantes informáticos para que los discos Zip llegasen preinstalados en sus máquinas. Por ejemplo, fueron una de las características más notables de los Power Mac G4, aunque Dell también los convirtió en un estándar en sus ordenadores.
Estas estrategias fueron una forma muy inteligente de sortear las propias regulaciones y trabas internas de Iomega. Además, ayudaron a que la empresa sobresaliese entre la competencia y el resto de formatos propietarios que se podían encontrar en el mercado. Y lo más importante, ayudaron a que se dejase de percibir sus productos como dispositivos caros sólo al alcance de grandes empresas.
Todo eran celebraciones, euforia y palmaditas en la espalda. Pronto todo esto iba a cambiar. Se cernían nubes negras sobre el futuro del Zip.
La sentencia de muerte de Zip: fallos mecánicos y nuevos formatos del amacenamiento
Este ruido rítmico que se escucha en el vídeo es el conocido como "clic de la muerte" de los Zip. Este claqueteo señalaba que había problemas de fabricación urgentes que solucionar.
En las primeras unidades que se fabricaron los cabezales se acababan desalineando en el uso cotidiano. Al introducir un disco en una de estas unidades se conseguía, sin que el usuario lo supiera, convertir los discos en un trozo de plástico imposible de leer. Y lo que es peor: al introducir un disco roto en una unidad que funciona, se desalineaba el cabezal de la unidad que funcionaba. Casi parece una plaga bíblica.
Por su parte, Kim B. Edwards intentó quitarle hierro al asunto de cara a la prensa, sugiriendo que estos problemas afectaban a sólo el 1% de las unidades disponibles en el mercado. Esto fue un terrible error de juicio, que precipitó su salida de Iomega y se tradujo en un torbellino de mala prensa e ingresos descendentes.
Esto se debía a que la estrategia de Iomega funcionaba vendiendo las unidades con un escaso margen de beneficio y los discos con uno sensiblemente más alto. Pero entre 1999 y 2003 las ventas de estos diskettes vitaminados bajaron de forma considerable. La empresa se enfrentaba a grandes pérdidas y, en lugar de cambiar la estrategia, Edwards siguió apostando por una campaña de marketing agresiva.
La compañía luchó por sobrevivir después de que este CEO abandonase el barco. Después de esto nada volvió a ser lo mismo. Las unidades Zip nunca recuperaron su popularidad a pesar de intentar producir discos con capacidades cada vez mayores. Ya había otros formatos en el mercado que le complicaron mucho la existencia, haciendo que usarlos fuese cada vez menos viable.
Y esto sólo fue el principio. La era de Geocities ayudó a avivar una guerra contra Iomega que finalmente acabaría por extender un mensaje de descontento que haría a muchos usuarios desconfiar de sus productos.
El odio hacia Iomega gana la batalla
En la página no oficial sobre el clic de la muerte de Geocities podemos leer lo siguiente:
El año pasado el clic de la muerte era algo que sólo pocas personas conocían, y muchos pensaron que era un rumor. Desde la introducción de la página web de la UICD a principios de 1998, decenas de miles de personas de América a Zimbabwe han conocido un problema muy real. Esta web está aquí para que los consumidores medios puedan hacer que sus voces sean escuchadas.
Esta página web jugó un papel muy importante en informar al público sobre el problema del clic de la muerte. El sitio web, que levantó preocupaciones sobre la falta de interés de Iomega para ofrecer soporte a aquellos que tenían dispositivos dañados o habían perdido datos, fue uno de los muchos actores que jugaron un papel en la interposición de una demanda contra la compañía. La sentencia se conoció en 2001, resultando en que los afectados recibieron compensaciones en forma de otros productos de la compañía.
En 1998 el New York Times escribía que "aquellos que se quejan con más vehemencia de la empresa en Internet están particularmente desilusionados sobre lo que ellos consideran que es una falta de respuesta continuada". Este artículo aparecía un mes antes de que Kim B. Edwards se apease de la nave.
La fundación de Iomega fue anterior a la era de Internet, pero a pesar de que como empresa su objetivo era construir tecnología punta dirigida a los hogares, no consiguieron entender la importancia de la web como un vehículo para la mala publicidad. Los rumores sobre el clic de la muerte, por cierto, empezaron a llegar al mismo tiempo en el que Geocities se poblaba de páginas despotricando contra Internet Explorer.
Al igual que muchas empresas de su época, Iomega ya no existe tal y como lo hizo en su apogeo. Se ha fusionado con otras compañías a lo largo de los años y hoy en día es una subsidiaria de Lenovo. Sus discos han quedado para uso en grupos muy reducidos, y han sido suplantados por los pendrives, las tarjetas SD y el almacenamiento en la nube.
Durante unos cuantos años, sin embargo, Iomega consiguió convertir en estándar una plataforma propietaria. No duró mucho tiempo, y una razón para ello fue la mala gestión que se hizo del asunto de los clics de la muerte, en parte al menos.
No ayudó tampoco que los discos duros fueran creciendo hasta lograr capacidades de varios gigabytes, lo que hacía que almacenar datos en discos ZIP fuera cada vez menos económico. Conforme los CDs y DVDs grabables coparon el mercado, seguidos más tarde de la llegada de las memorias USB, el transporte y el almacenamiento de datos en grandes cantidades era algo muy común y sencillo.
Todos estos factores sacaron al ZIP del mercado, si bien durante muchos años fueron la única manera de compartir archivos que no cabían en un diskette o que no se podían adjuntar en un correo electrónico.
Imagen | functoruser
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