No estudió matemáticas, ni se alistó en el ejército: Elizebeth Friedman, sencillamente, se enamoró de Shakespeare y ese amor la embarcó en una aventura que la llevó a destapar redes de espías nazis en la Segunda Guerra Mundial, encerrar a lacayos de Al Capone y sentar las bases de la moderna NSA.
Esta es la historia de cómo, con la única ayuda de un lápiz y un papel, una poetisa del Medio Oeste americano se convirtió en una de las criptógrafas más importantes de Estados Unidos. También es la historia de cómo ocultaron su trabajo y nos olvidamos de ella durante décadas.
El sueño de una noche de verano
Aunque era la pequeña de nueva hermanos y creció en una familia cuáquera de la Illinois rural, Elizebeth se graduó en literatura inglesa por el Hillsdale College de Michigan. Casi en seguida comenzó a trabajar como maestra. Esa parecía que sería su vocación hasta que Shakespeare se volvió a cruzar en su camino.
La Newberry, una biblioteca de investigación de Chicago, buscaba una asistente. No era nada demasiado llamativo excepto por el hecho de que, según se contaba, en los fondos de la biblioteca se guardaba un original del dramaturgo de Stratford-upon-Avon. Eso era suficiente para Elizebeth.
Fue allí, trabajando en la Newberry, donde conoció a George Fabyan, un millonario convencido de que las obras de Shakespeare habían sido escritas por Francis Bacon. No es una creencia demasiado extraña, durante siglos el confuso pasado del poeta inglés ha generado ríos de tinta sobre quién era en realidad William Shakespeare. Lo que no había pasado hasta ese momento es que un excéntrico muchimillonario decidiera poner su fortuna al servicio de la idea.
En 1916, con 23 años, Elizebeth empezó a trabajar en el 'think tank' de Fabyan, un laboratorio privado, Riverbank, donde se investigaban cosas tan variadas como ingeniería genética o se trabajaba en el desarrollo de armas. Ahora, además tendría un equipo dedicado a encontrar las pistas que Bacon 'había dejado' en obras como 'Hamlet' o 'Romeo y Julieta'.
Ese de Riverbank, fue seguramente uno de los primeros laboratorios de criptografía modernos. Allí Elizebeth conoció a su marido, William Friedman. Juntos, y sin pretenderlo, darían forma a la criptografía moderna de Estados Unidos y jugarían un papel muy importante en los siguiente 50 años de la defensa norteamericana.
'We few, we happy few, we band of brothers'
Todo empezó porque, en plena Primera Guerra mundial, al ejército se le ocurrió recurrir a Riverbank para ayudarles con el descifrado de códigos. Fue un éxito tan grande que la Secretaría de Guerra los fichó y se llevó al matrimonio a Washington D.C.
Al poco tiempo de llegar, Elizebeth comenzó a trabajar para el Tesoro: se acababa de aprobar la decimoctava enmienda (la famosa Ley Seca) y las redes de traficantes de alcohol campaban a sus anchas por todo EEUU. Elizebeth fue terriblemente productiva. Se estima que, entre 1926 y 1930, descifró una media de 20.000 mensajes de contrabandistas al año desmontando cientos de sistemas de cifrado en el proceso.
Y llegó la Segunda Guerra Mundial. El papel de los criptógrafos americanos "no fue muy importante", pero entre ellos los Friedman brillaron especialmente. Las habilidades de Elizebeth ya eran conocidas y sirvieron para desmontar una compleja red de espías nazis en América Latina que trataba de impulsar revoluciones fascistas y debilitar el “patio trasero” de EEUU. Pese a ello, los recursos eran escasísimos y el reconocimiento, aún menor.
Seguramente su trabajo más impresionante fue el que llevó a la detención y encarcelamiento de Velvalee Dickinson, la "mujer de las muñecas", una espía detenida en 1942 por pasar toda clase de información a Japón (oculta en cartas sobre muñecas de charol) durante la Segunda Guerra Mundial.
“Sus habilidades eran tan inusuales que se volvió indispensable”, explicaba Jason Fagone que ha escrito un libro espectacular sobre Friedman ‘The Woman who smashed codes’. “Era llamada repetidamente para solucionar problemas que nadie más podía solucionar. Un arma secreta”. Sin embargo, y pese a la publicidad de estos casos, el apellido Friedman no transcendió.
Trabajos de amor perdidos
No fue un olvido. Hoover, el famoso y polémico director del FBI, borró a los Friedman del mapa y adjudicó los méritos de cada uno de los casos a su Agencia. Nada sorprendente en una figura, la de Hoover, clave en gran parte del siglo XX norteamericano capaz de crear la mayor oficina de investigación del mundo y, a la vez, usarla como si fuera su 'ejército privado'.
Aunque el trabajo de Elizebeth y el de su marido fueron el germen de lo que luego se convertiría en la NSA, su figura fue olvidada, relegada y, hasta hace muy pocos años, permanecía sin rescatar en el cajón de la historia. En 1999 entró en el 'Hall of Fame' de la NSA y en 2002 se le dedicó un edificio. Es otra de esas 'figuras ocultas' sin las que no podríamos entender el mundo actual.
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