A Canal+ le ocurrió algo difícil de imaginar para una cadena, y más de pago, en días de plataformas de suscripción, streaming y una apabullante —¿indigestible?— sobreoferta de contenido audiovisual como los que vivimos. Fueses o no abonado, tuvieses o no su legendario descodificador negro tamaño reproductor VHS bajo la tele del salón, era imposible vivir en España y no conocerla.
Y no hablo de la marca, el logo o una idea más o menos difusa de su programación. No. Hablo de conocerla igual que conoces los hábitos y costumbres de tu vecino de arriba.
Entre finales de los 90 y primeros de los 2000 el canal de la crucecita negra y el aro multicolor, más tarde reconvertido en una simple y mucho más sobria enseña blanca con fondo negro, formó parte del atrezo patrio. Lo mismo que las ovejitas de Carmen Sevilla o las vaquillas del 'Grand Prix'.
Salvo que fueses un ermitaño recluido en una cueva de la Mariña lucense conocías los acordes de guitarra de Manolo Sanlúcar de su sintonía, conocías 'Lo + Plus', los guiñoles de Michael Robinson e Hilario Pino, el partidazo, 'El día después', las sobremesas con 'Friends', las molestas líneas grises con su baile desafinado y, sí, sí, también aquellas pelis porno de madrugada que supuestamente podías ver aunque no fueras abonado con ayuda de un folio de papel cebolla o un colador.
Si entrabas en un bar, allí estaba su decodificador negro debajo de la tele y si visitabas a un amigo afortunado que estuviera abonado al "Plus" lo más seguro es que tuviera su revista mensual abierta sobre la mesa de la cocina con el despliegue de programación de las siguientes semanas.
Y es justo que "el Plus" fuera tan conocido.
Una cadena con personalidad propia
Al fin y al cabo, y con permiso del efímero Canal 10, fue la primera cadena de pago que triunfó en una España acostumbrada a una parrilla televisiva tan escuálida, tan rematadamente paupérrima, que sonaría a ciencia ficción a cualquier centennial acostumbrado a Netflix y HBO.
Da vértigo decirlo, pero los orígenes de Canal+ se remontan a la España de la década de los 80, la de Felipe González y la que cenaba viendo el 'Un, dos tres' o 'El precio justo' de Joaquín Prat. Fue su Ejecutivo el que en 1988 decidió sacar a concurso tres licencias para la tele privada analógica.
Una fue para Antena 3. Otra para Telecinco. Y la tercera para un actor que tal vez le sonase menos a los telespectadores de la época: Sogecable, luego reconvertida en Prisa TV. Eso sí, con condiciones especiales. Debía emitir seis horas en abierto. De ahí salió Canal+ y su peculiar oferta de contenidos: una cuarta parte del día con barra libre, tres cuartas partes con su galimatías de barras, inteligible solo para quienes pudiesen hacerse con uno de sus decodificadores por 3.000 pesetas al mes.
Poner a andar el proyecto requirió de algún tiempo y rodaje. Las emisiones en pruebas empezaron en junio de 1990 y tres meses después, ya a las puertas del otoño, se arrancó de forma regular. El rasgar de guitarra de Sanlúcar, la crucecita negra, el aro multicolor… Y a tirar.
Los telespectadores de la época no tardaron en familiarizarse con su peculiar estética, los saltos entre contenidos en abierto y codificado y una programación cuidada y de calidad. Acabó haciéndose un hueco en la presintonización de canales de la tele. Y a través de él en los propios hogares.
En el 97, aún con la década sin cumplir, el proyecto dio un paso más con la creación de Canal Satélite y el salto al mundo digital, ampliando su despliegue con Canal+ Azul y Canal+ Rojo. Años después, ya en el XXI, tras la fusión de Canal Satélite Digital y Vía Digital, se lanzaba Digital+.
Por si lo de su condición de pionera no fuera suficiente para ganarse un hueco en la crónica televisiva patria, “el Plus” destacó desde muy pronto por su apuesta de contenidos: taquillazos de estreno, una oferta deportiva que acabó convirtiéndolo en casi un imprescindible para cualquier bar que quisiera hacer caja los domingos, series del tirón de 'Friends' o 'Seinfeld', cine porno y habilidad a la hora de escoger formatos, algo en lo que le ayudaba la experiencia del Canal+ francés.
Las entrevistas de Swchartz, Pradera y García-Siñeriz en 'Lo + Plus' —por su plató desfilaron desde estrellas de Hollywood a políticos, futbolistas e intelectuales de primer nivel—, los análisis deportivos con acento extranjero del 'El día después', la calidad de los montajes de 'El zapping' o las noticias del guiñol dejaron de los mejores momentos de la tele española de la época. Se comparta o no esa impresión, premios tiene desde luego que reconocen al menos cómo cuidaba el diseño.
En su empeño por innovar llegó a tontear incluso con formatos como el 3D (hola Canal+3D).
La de Canal+ fue una historia ligada a la propia crónica televisiva nacional. En su alumbramiento. En su evolución. Y en su jubilación. El siguiente gran cambio, tras su nacimiento y el lanzamiento en el 97 de Canal Satélite, llegó en 2005, cuando cesaron sus emisiones en abierto.
El hueco analógico que dejó lo ocupó un nuevo canal, Cuarto, cien por cien en abierto. En un gesto que marcó su primer adiós los contenidos se quedaron en la plataforma de pago Digital+.
El siguiente capítulo clave llegó en 2014, cuando Telefónica compró Canal+, al que siguió el lanzamiento de Movistar+. Fue un aviso, un anticipo de un cambio ya más radical que marcaría, este ya sí, el fin de una época: en febrero de 2016 “el Plus” cedía su lugar a una nueva cadena, #0.
Su marca se mantuvo en la plataforma de Movistar, pero su identidad, aquella que la hizo famosa en los 90 y los primeros 2000, la que todos conocíamos como al vecino de arriba, quedaba ya atrás.
Queda su recuerdo, su lugar histórico en la crónica televisiva nacional.
Y una montaña de leyendas urbanas, como si realmente el papel cebolla daba para tanto.
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