Ponte en situación. Estás inclinado sobre tu escritorio, en el departamento de Contabilidad de la empresa, con los codos enterrados en una mullida capa de papeles y la vista fija en el calendario que cuelga de la pared. Allí, marcado con un doble círculo rojo —rojo infierno, te parece—, está la causa de todos tus males: faltan cinco días, cinco, y eso contando el fin de semana, para que tengas que entregar a tu jefe todos los gastos extra de la plantilla, 250 almas voluntariosas que desde hace días parecen empeñadas en hundirte aún más, hasta los hombros, entre facturas atrasadas.
"Al lío", te dices. Coges calculadora, boli, el dietario y una regla metálica para no equivocarte de renglón como otras veces y te resignas a dejarte las pestañas durante las próximas ocho horas.
— Oye, he escuchado que hay un software, VisiCalc, que igual te interesa.
La voz es la de tu compañera de Recursos Humanos. Lo sabes por el timbre porque, francamente, no has entendido casi nada de lo que ha dicho. Es diciembre de 1979 y para ser honestos apenas sabes qué es un software. Y no, no tienes ni la menor idea de qué va eso de VisiCalc.
No tardarás en saberlo.
Tú y las decenas de miles de administrativos que a lo largo de los años siguientes verán el cielo abierto gracias a sus hojas de cálculo con ayuda de los ordenadores Apple II.
Auge meteórico, caída meteórica
Hoy estamos más que acostumbrados a trabajar con hojas de cálculo en nuestros equipos y desenvolvernos con Excel. Dentro y fuera del trabajo. Lo usamos para elaborar horarios, repartir tareas, calcular gastos, escribir facturas... Por haber, hay hasta quien hace arte con él.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que los despachos no quedaba otra que echar mano de calculadora y dietario. Si llegabas al enésimo cálculo y te dabas cuenta de que en la segunda casilla habías añadido un dato erróneo o que sencillamente se había quedado desactualizado no te quedaba otra que armarte de paciencia, rehacer el camino y revisar todas tus cuentas.
Hoy disfrutamos de la bendita magia de Excel para que nuestro trabajo sea más llevadero; pero mucho antes de las hojas de cálculo de Microsoft o incluso Lotus 1-2-3 hubo un programa que abrió camino: VisiCalc, abreviatura de visible y calculator. Lo más curioso es que el software, de la firma VisiCorp, no solo ayudó a quienes tenían que manejarse con cuentas pesadas y mecánicas. También contribuyó a la popularización de los ordenadores personales y, en concreto, al éxito de Apple II.
Su historia es relativamente sencilla y, en cierto modo, avanza las crónicas de éxito y caída fulgurante que se han sucedido desde entonces en el sector. Hacia 1978 Dan Bricklin, estudiante de Harvard, se propuso crear una herramienta electrónica que ayudase con las tareas de cálculo más engorrosas. La idea no era del todo nueva y antes que él ya se habían dado algunos pasos en esa dirección en la década de los 60. En lo que sí acertó de lleno fue en cómo planteó la solución, con un programa que más tarde le ayudaría a desarrollar su compañero Bob Frankston, del MIT.
Además de en gestión de empresas, Bricklin tenía formación técnica y conocía las engorrosas aplicaciones de cálculo que se usaban en los ordenadores centrales de las grandes compañías. Su objetivo era simplificarlo, lograr un recurso que, en caso de error o cambios, no obligase a rehacer todo el trabajo. No solo eso. Quería además una herramienta que pudiese estar al alcance de las computadoras personales, capaz de prestar ayuda en los hogares y pequeños negocios.
En 1979 la pareja había formado ya su propia empresa y meses después empezaban a comercializar el resultado, VisiCalc. El programa —recuerda Histoy Computer— empezó a venderse a finales de ese año por unos cien dólares y fue un éxito inmediato; tanto, que muchos distribuidores decidieron ofrecer el Apple II con aquel nuevo software que facilitaba enormemente las cuentas y el manejo de las hojas de cálculo. El primer prototipo de VisiCalc se había probado de hecho en un Apple II utilizando Apple Integer Basic, aunque con unas funciones todavía muy limitadas.
Gracias en parte a su atractivo y el enorme provecho que podían sacarle en las oficinas, VisiCalc contribuyó a que los ordenadores personales entrasen con fuerza en los negocios. En 1982 su precio se había disparado ya a 250 dólares y en cuestión de seis años consiguió vender más de 700.000 copias. Aunque su éxito animó a otras empresas a seguir sus pasos, VisiCalc consiguió valerse del tirón de su marca para aguantar como el principal referente... Al menos durante un tiempo.
En 1983 la compañía tuvo que enfrentarse a un nuevo adversario: Lotus 1-2-3, una herramienta deliberadamente similar a VisiCalc pero que sacaba mucho más provecho de los PC. Aquella doble apuesta —explotar las ventajas de un producto ya conocido y con buena penetración, combinándolas con mejoras considerables— gustó y 1-2-3 no tardó en tomar el relevo de VisiCalc. A pesar de que anunció una versión para IBM PC en el 84, sus ventas se despeñaron y en 1985 la empresa pasó a Lotus Development. A la historia de VisiCalc no le quedaban ya muchos capítulos más.
Se calcula que en total se vendieron hasta un millón de copias de VisiCalc. La competencia acabó llevándoselo por delante y rompiendo su posición dominante, pero eso no quita que protagonizase un capítulo clave en la historia de la informática y allanase el camino para los programas que vendrían después, incluida Excel, que no llegó hasta mediados de los 80 en una versión para Macintosh.
Imágenes | Dave Winer (Flickr), Marcin Wichary (Flickr) y Gortu (Wikipedia)
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