La ropa no nació como herramienta para combatir el frío. Nació, fundamentalmente, como ornamentación y forma de individualización. Más allá de que finalmente hayamos usado la ropa para tener menos frío, su razón principal de ser tiene más que ver con la lucha por el estatus y por sentirnos únicos y especiales (o formando parte de un clan único y especial).
Por esa razón, cuando perdimos el pelo, anduvimos durante miles de años totalmente desnudos, sin necesidad alguna de vestimenta. Así pues, la ropa no apareció como consecuencia de esa pérdida de pelo, sino mucho más tarde, como se sugiere la aparición del piojo del cuerpo (Pediculus humanus humanus), que se aferra a los tejidos y no al pelo.
Del piojo de la cabeza al piojo del cuerpo
El piojo del cuerpo descrito por primera vez por Carlos Linnaeus en la décima edición de Systema Naturae (1735), divergió del piojo de la cabeza hace aproximadamente unos 107 000 años, coincidiendo con el tiempo en que los seres humanos comenzaron a utilizar ropas y ofreciendo así un nuevo hábitat al piojo de la cabeza, del que evoluciona el piojo del cuerpo.
Sin embargo, el genetista Alan Rogers ha determinado que el color de la piel de los homínidos pasó del rosa pálido de los chimpancés a los tonos más oscuros (con un mayor grado de protección a los grados ultravioleta) hace unos 1,2 millones de años. Es decir, que durante un millón de años, el ser humano vivió sin pelo ni ropa.
La forma que tuvieron nuestros antepasados de sobrevivir al frío y sin pelaje fue el fuego, tal y como sugieren también las observaciones etnográficas de las culturas de cazadores recolectores. Como abunda en ello Cody Cassidy, en su libro ¿Quién se comió la primera ostra?: Los pioneros detrás de las mayores innovaciones de la historia, cuando Fernando de Magallanes bordeó la costa de América del Sur, las tribus de yaganes y alacalufes vivían sin ropa:
Para mantenerse calientes, untaban su cuerpo con grasa animal y encendían grandes hogueras, hasta el punto de que los navegantes llamaron a aquel lugar Tierra del Fuego.
La ropa, pues, no es un universal humano antropológico. Hay quienes la usaban, y quienes no. No era imprescindible para sobrevivir. Sin embargo, las pinturas, los tatuajes, los pendientes o las modificaciones corporales sí que son universales humanos. Es decir, que la ropa sería solo una forma de adorno, una forma de identidad, como los brazaletes o los collares.
La ropa nació de la misma fuente de deseo humano que los abalorios. Es una tecnología de prestigio. Sirve para atribuir estatus. Como las joyas. De hecho, es más que probable que las primeras prendas de ropa de la humanidad fueran poco prácticas, como lo son hoy en día una corbata o unos tacones.
Fue con el tiempo que, tras ser adoptada por cada vez más individuos, la ropa pudo evolucionar hasta convertirse en una protección extra para conquistar latitudes más norteñas. A partir de entonces, si bien la moda tuvo funciones prácticas, sobre todo sirvió para formar parte de un clan, para mostrar estatus, tal y como sucedería posteriormente. El vestido como reflejo de una determinada posición social y también, a menudo, como objeto de diferenciación sexual
Fue así como irían naciendo las modas cada vez más extravagantes, las marcas, las tendencias, el lujo, la ostentación. Porque la vestimenta no deja de ser como las pelucas o el maquillaje. Y la moda, según Georg Simmel (Filosofía de la Moda, 1905), es "una continua emulación de los grupos prestigiosos", en el sentido de que las clases inferiores buscan emular a las superiores. Lo cual, también, explica el escaso éxito que tuvo la moda de fabricar ropa de papel.
Ropa barata pero no exclusiva: error
La Scott Paper Company comercializaría, en 1966, una prenda de papel que costaba un dólar. Esta empresa estadounidense ya producía papel higiénico, toallitas húmedas para bebés, servilletas, toallas de papel y otros productos. Al parecer, Scott tenía un programa de cupones y el vestido de papel era un diseño para promocionarlos*.
Scott comercializó dos estilos de vestidos rectos sin mangas hechos con un nuevo material no tejido a base de celulosa llamado Dura-Weve. Por el costo de un dólar + 25 centavos por el envío, junto con un recorte del cupón, cualquiera podría recibir un vestido de papel por correo. Al principio, fue todo un éxito. En solo ocho meses, vendió medio millón de unidades, lo cual era todo un hito teniendo en cuenta que las prendas se rompían, no eran lavables, eran inflamables y, además, al mojarse, desteñían.
La mayor baza de la ropa de papel era su bajo precio. Así que la ropa de papel continuó adelante, hasta el punto de que varios diseñadores y compañías se sumaron a la tendencia. “Parece que la ropa de papel ha llegado para quedarse”, informaba la revista Time en marzo de 1967.
Campbell's Soup Company, los de las latas que había usado Andy Warhol hasta convertirlas en un icono pop, diseñó un vestido de papel. La Mars Manufacturing Company de Asheville, en Carolina del Norte, fue el principal fabricante de ropa de papel del país, con ventas de ochenta mil vestidos de papel a la semana. Sus precios no podían ser más seductores, tal y como detalla Mark Kurlansky en su libro Papel: Páginas a través de la historia:
Un vestido recto básico costaba 1,75 dólares. Los monos de campana, una prenda muy popular en los años sesenta, 4 dólares. Los delantales costaban 1,35 dólares y los chalecos de papel para hombres, 1,99. Otra empresa, Sterling Paper Products, lanzó al mercado un traje de pantalón con estampado de cebra por 7,50 dólares, un vestido premamá por 8 dólares e incluso un vestido de novia por 15. También había vestidos de niña por 40 centavos.
Poco a poco, se fabricaron prendas de papel más resistentes, que también eran resistentes al agua y hasta al fuego, pues llevaban un siete por ciento de nailon. La ropa de papel tuvo éxito, además de por su precio, porque era moda de usar y tirar, desechable. Sin embargo, a finales de los años setenta, la moda de los vestidos de papel decayó por completo. Ni siquiera se llevaron a cabo los planes del Ejército estadounidense de fabricar uniformes de combate desechables de papel, o tiendas de campaña de papel, o hasta paracaídas de papel que se destruyeran fácilmente al aterrizar.
A medida que el atractivo de la novedad de la ropa de papel se desvanecía, sus desventajas se hicieron más evidentes: generalmente no quedaban bien y eran incómodas, sus colores chillones podían borrarse, a menudo eran inflamables y eventualmente terminaban como desperdicio. Para 1968, la ropa de papel había desaparecido del mercado como si nunca hubiera existido. Con todo, los vestidos de papel de la década de 1960 también siguen inspirando a los diseñadores de moda contemporáneos, incluidos Yeohlee y Vivienne Tam, que en ocasiones han incorporado papel en sus diseños.
Hacer vestidos de papel fue un oficio para mostrar el talento de las modistas, en su mayoría mujeres, en la España de los años 50. Desde 1963 se celebra en Mollerussa, España, un concurso de confección de vestidos de papel, en torno al 13 de diciembre, día de Santa Lucía, patrona de las costureras. Un museo fundado en 2009 alberga las piezas ganadoras del concurso
Además de los problemas técnicos que llevaba aparejados el hecho de usar ropa de papel, se había olvidado que la gente no solo se viste desde un punto de vista utilitario o económico, sino, sobre todo, para señalizar su estatus o su clase social. La ropa de papel era tan accesible que todo el mundo podía tenerla. Sin contar que una mayor conciencia del impacto ambiental hizo que la ropa de usar y tirar resultara un gasto inaceptable.
Como podemos ver, el éxito del papel en la ropa tuvo un éxito fulgurante por su naturaleza rara y original, pero traicionaba una importante necesidad humana: la ostentación. Su precio y su formato no eran los apropiados para una clase social cada vez más acomodada. En 1899, cuando el sociólogo Thorstein Veblen publicó la Teoría de la clase ociosa, Veblen sugirió que, para la clase ociosa, la ostentación del lujo, aunque sea inmaterial, tiene una función concreta de afirmación social.
El conocimiento de las lenguas muertas o la última moda en ropa forman parte de esa clase de lujos. Como en tiempos pretéritos fue vestirse. Si no fuera así, aún viviríamos fundamentalmente desnudos, tal y como lo hicieron nuestros antepasados cuando perdieron su cobertura de pelo.
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