Yo ya programaba en la década de los 60: así trabajaban los primeros programadores en España

Están jubilados. Superan los 60, los 70 e incluso los 80 años años de edad. Tienen estudios universitarios, pero en muchos casos alejados de la informática. Pero todos fueron algunas de las primeras personas que programaron en nuestro país.

Lo hicieron en empresas como BBVA, GHESA, IBM, Telefónica o Unisys. Lo hicieron incluso en tarjetas perforadas que, si se desordenaban, dejaban de cumplir su función. Programaron cuando los ordenadores ocupaban habitaciones enteras y cuando entrar a trabajar en algunas de esas empresas era casi como hacer una oposición: un trabajo para toda la vida.

Esta es la historia de Carmen, Teresa, Eusebio, Isabel y Paz.

Paz Gimeno, IBM

Es la persona de más edad con la que hemos tenido oportunidad de hablar. Paz Gimeno es Licenciada en Física y tiene 83 años.

Entró en IBM en la primavera de 1962. “Todavía no había ningún ordenador como tal, aunque empezaban a llegar. Eran máquinas que se programaban cableadas”, recuerda. Uno de los primeros sistemas con el que tuvo que trabaja estaba en la escuela de ingenieros industriales. “Necesitaban gente para mantener esos grandes sistemas. Fui a una selección de personal y me cogieron, por lo que me convertí probablemente en la primera mujer programadora en España”, asegura.

De hecho, para realizar esta labor primero tuvo que estudiar dentro de IBM. “Me dieron cursos para conocer la programación. Nos adentrábamos en Fortran, un lenguaje científico más que de negocio como los que hay ahora”, recuerda. En ese periodo también llegó la primera máquina IBM, con la que tanto ella como sus compañeros “pudimos probar lo que estábamos aprendiendo”.

Tarjetas perforadas que se usaban para programar

Gimeno reconoce que en aquellos años “era todo muy primitivo” y la programación poco tenía que ver con lo que se hace ahora. En aquellos años se trabajaba con fichas perforadas. “Si te equivocabas en la ficha había que tirarla. No había cintas, discos, ni memoria”, explica. Estas fichas llevaban un orden para que las ejecuciones se pudieran realizar correctamente. “Si se caían las fichas al suelo estabas perdido. No servía nada de lo que habías hecho, era imposible volver a ordenarlas”, nos cuenta.

Se programaba en fichas perforadas que seguían un orden. Si se caían al suelo y se desordenaban, el trabajo estaba perdido

En estos inicios, los programadores como ella tenían que diseñar y codificar todos los programa. Ella estaba en un centro de cálculo, con otros 5 o 6 compañeros más, aunque el personal fue creciendo con los años. “Luego conocí Cobol para labores más administrativas, para hacer nóminas. Ahora hay de todo, pero antes no había nada”, se ríe.

Paz Gimeno estuvo 10 años programando. Una década en la que tuvo la oportunidad de conocer todos los lenguajes de entones: ensamblador, lenguaje máquina, Cobol… Luego pasó al departamento de soporte técnico y dejó de desarrollar. “Los sistemas operativos tenían más potencia, aparecieron las cintas y discos y todo avanzaba”, rememora. “Tenemos mucha más potencia en cualquier teléfono de ahora que la que teníamos en las máquinas de aquellos años”, reflexiona.

Aunque ya han pasado muchos años, Paz Gimeno recuerda aquella época, que le pilló en su juventud, como bonita. “Tenía un buen trabajo, me pagaban y disfrutaba haciéndolo”.

María Teresa Lozano, Telefónica

María Teresa Lozano es, con 74 años, Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Madrid y Técnico de Sistemas Informáticos en la primera promoción de esta carrera Informática en la Universidad de Madrid.

Fue programadora en Telefónica, después de que la operadora comprara a IBM su ordenador para “fundamentar un nuevo departamento de Proceso de Datos”. María Teresa recuerda que IBM ofrecía becas a los recién titulados para que se iniciaran en su conocimiento. Ella, como uno de esos recién licenciados, pensaba que era “un buen complemento para nuestros estudios”.

IBM 360, uno de los primeros ordenadores

Esas becas impartían conocimientos del Sistema Operativo, periféricos de entrada “principalmente tarjetas perforadas y de salida”, impresoras y “sistemas de análisis y programación” como Cobol o Fortran.

Esta profesional recuerda que, casi de forma simultánea, una empresa de selección de personal, TEA-CEGOS, publicó un anuncio en prensa solicitando recién licenciados e ingenieros “para formarlos en informática cara a crear un departamento de Proceso de Datos en una gran empresa cuyo nombre no nos dijeron. Seleccionaron unas 20 personas entre analistas y programadores, yo fui seleccionada para el segundo grupo”, recuerda.

Y, tras más de un año de formación, “nos incorporamos a Telefónica”. Cuando ella aterrizó en la compañía ya existía la toma de datos por tarjetas perforadas y, recuerda, “habían formado a administrativos en funciones de análisis y programación, de manera que ya se procesaba la nómina o la facturación”, entre otras tareas, de manera informatizada.

En los 70, lo normal era que las empresas formaran a jóvenes licenciados de cualquier rama para que aprendieran a programar

María Teresa Lozano explica que, en aquellos momentos, los analistas “hablaban con los llamados “usuarios”, que eran los departamentos que solicitaban mecanización de sus procedimientos, realizaban el llamado “cuaderno de cargas” que pasaban a los programadores, que realizaban las instrucciones en Cobol si la aplicación era de carácter comercial y en Fortran si era matemática o científica”.

Es decir, que “la labor era muy artesanal, las instrucciones se tenían que perforar en tarjetas, con lo que el programador disponía de una batea con cientos de fichas”. Estas fichas se probaban “casi siempre por la noche en el ordenador. Salía un listado de errores que una vez subsanados había que testar con un juego de prueba”.

Lozano confiesa que el trabajo no le gustó y que por eso no aguantó más de un año para centrarse en realizar estudios económicos y de oportunidad de todo lo nuevo “que con gran celeridad estaba apareciendo en el mercado”.

Pese a eso, María Teresa Lozano estuvo 30 años en Telefónica Proceso de Datos, que pasó de ser una subdirección de Intervención a una División “con un montón de Servicios y Departamentos” gracias al “meteórico desarrollo de esta tecnología”. De hecho, recuerda cómo “se pasó de la secretaria con máquina de escribir y las mil repeticiones a los PCs con sus aplicaciones de Word y Excel superútiles para las administrativas y en general para todos nosotros”.

Prejubilada desde 1999, confiesa que cuando habla con compañeros del Distrito-C “lo que cuentan me parece “galáctico””.

Eusebio Huélamo, GHESA

Este Ingeniero Aeronáutico ha trabajado, sobre todo, con Fortran al 95%, Basic de forma esporádica, C y EL (Ecosim Language). Eusebio Huélamo aclara que “nunca fui un programador profesional, solamente programaba para que las máquinas nos ayudasen a resolver problemas físicos, ingenieriles.”

Su pasión por el cálculo numérico y la automatización se remonta a 4º de carrera, cuando asistió a un seminario voluntario sobre esta disciplina en el que usaba una Olivetti P101. “Tiene su propio lenguaje, el número máximo de instrucciones por programa es de 48 pero los programas se pueden almacenar en tarjetas magnéticas y ligarlos secuencialmente. El usuario tiene que gestionar los registros de memoria. Con esta máquina conseguí programar, en dos secuencias, el diseño aerodinámico de un álabe de turbina”, nos explica, añadiendo que guarda un gran cariño a este profesor (García Conca) dado que él fue el que le introdujo en este mundo, “enseñándome los rudimentos de la programación, FORTRAN incluido, y métodos elementales de cálculo numérico que, ahora, parecen muy simples pero que para el neófito suponían todo un hallazgo: Bairstow, Newton-Raphson, Runge Kutta, Gauss,…”.

Es a partir de ese momento cuando el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid empieza a usar Fortran. “Había un IBM (creo que un 360 pero no estoy seguro de ello) con una unidad de memoria de ferritas que ocupaba un inmenso armario y lector de tarjetas perforadas como unidad principal de entrada”, recuerda. “Había una salita con unas cuantas máquinas perforadoras de tarjetas, en las que cada usuario se preparaba las suyas. La Cátedra de Matemáticas de la ETSIA tenía como código MDAE01 con el cual se nos permitía pasar trabajos de hasta 3 minutos de CPU y 1000 líneas de escritura. Cuando, al curso siguiente, para mi proyecto fin de carrera de un motor en estrella, quise hacer el diseño de un plato de levas (precioso problema en el que se mezclan geometría y dinámica) y que el trazador CALCOMP me lo dibujase, ya tuve que pedir un código especial porque con las limitaciones del gratuito no era posible”, añade.

Todos estos conocimientos adquiridos le permitieron, cuando se produjo el parón nuclear y disminuyó la carga de trabajo para las compañías eléctricas, proponer a sus jefes la mecanización de algunos de los cálculos que, hasta entonces, se habían hecho a mano. “Por ejemplo la realización de un balance térmico de un ciclo de vapor llevaba más de seis meses a tiempo completo a un ingeniero avezado para cerrar dos iteraciones y hacer que el proceso –más o menos- convergiese. Un buen programa de cálculo lo consigue actualmente en décimas de segundo, entonces en 5 o 10 minutos de CPU”, explica. “Afortunadamente mis jefes me dieron carta blanca y esa época fue extraordinariamente productiva para la generación de nuevas herramientas de cálculo que, a posteriori, se demostrarían de muy grande utilidad”, añade.

Olivetti P101, uno de los primeros ordenadores con los que Eusebio Huélamo programó

Huélamo recuerda que la tarea más ardua era la gestión de la memoria. “Había cálculos en los cuales era necesario hacer una pausa y cambiar el disco duro (una especie de cubo cilíndrico cuya capacidad en KBytes coincidía, más o menos, con su peso en kg) para que el cálculo continuase. Cálculos medianamente complicados podían resultar en miles de ecuaciones entre ODE, PDE, algebraicas no lineales y lineales. Su resolución requería una optimización del espacio de almacenamiento. Invertir una matriz de 2000x2000 que, encima, está mal condicionada (la naturaleza es así de borde) requiere un proceso cuyos algoritmos, ahora, ni se preocupan de cuánta memoria es necesaria”, explica.

De hecho, asegura que el trabajo “era muy gratificante y enganchaba”. Tanto que considera que, en realidad, nunca ha dejado de ser programador. “En este paquete de simulación participé en su desarrollo, puesta a punto y explotación”, añade. Y reconoce ser “un viejo coleccionista de toda suerte de aparatos relacionados con este mundillo, desde integradores mecánicos, planímetros, aritmómetros y, fundamental, literatura relacionada con el tema”.

Tras insistir en que no se considera un programador profesional, cree que lo principales es que el programador “tiene que conocer exactamente lo que va a programar. Si no es un experto en el tema se le debe proporcionar una especificación exhaustiva del proceso, origen y objetivo del mismo”.

Margarita Salgado, IBM

Con formación universitaria en económicas, Margarita Salgado se muestra recelosa de confesar su edad, pero recuerda que cuando ella estaba terminando sus estudios, IBM ofrecía becas para universitarios, allá por comienzos de la década de los 70, y que pagaba 4.000 pesetas.

Aunque la informática le parecía “algo de la NASA y no tenía ni idea”, decidió apuntarse a las becas. “Me gustó el ambiente que había. Intenté quedarme y lo conseguí”, añade. Estuvo 20 años en IBM, hasta que en 1993 se fue y decidió trabajar como autónoma hasta jubilarse. Salgado reconoce que al principio “no entendía nada” del trabajo, “solo que estabas en la (sic) IBM, que tenía unas condiciones extraordinarias y unos principios de calidad, respeto al individuo y servicio al cliente”.

Al incorporarse lo hizo como técnico de sistemas en el departamento de formación. “Me iban enseñando y me iban dando cursos, tanto para clientes como para nosotros. Estuve 7 años y después atendía a los clientes yo sola, ayudando a montar sistemas, ayudarles a resolver problemas o instalar proyectos”. Recuerda, además, que era una época en la que “había que hacer los programas”, como Cobol o ensamblador, muchos de los cuales han desaparecido.

Salgado nos cuenta que, al ser titulado superior, entró en las carreras técnicas que tenía IBM. “Entrabas de aprendiz y ascendías. Si se te daba bien lo técnico conseguías progresas y tener un buen salario. Adquirías más conocimientos y cada vez ibas haciendo trabajos más complejos y elevados de nivel”. Salgado cuenta que, aunque programaba, para ella el trabajo estaba más relacionado con la resolución de determinados problemas, como instalar programas complejos.

Como Paz Gimeno, Margarita Salgado también tuvo que programar con tarjetas perforadas. “Pero enseguida aparecieron las pantallas. Y menos mal, porque si no, no me hubiera dedicado a esto, porque era una chapuzas” (se ríe) “y aquello era un rollo”.

No recuerda nada especialmente complicado de programar en aquella época. “Había técnicos de sistemas que diseñaban las aplicaciones de nominas y facturación. Lo más complicado era hacer rutinas para los sistemas operativos, que no estaban completos”, recuerda. Además, explica que cuando llegaban a un cliente las necesidades eran rutinas y funciones básicas, pero que había que hacerlas “porque el sistema operativo no lo hacía”.

Margarita Salgado, de joven, trabajando

Las anécdotas que tiene son más relacionadas con la época. “Se cobraba bien”, reconoce, pero confiesa que, para la mentalidad de aquella época, “parecía que si estudiabas y trabajabas en IBM tenías que ser fea” (se ríe). También recuerda que, si tenían que alojarse en un hotel para ver a un cliente, de ella pensaban que era “un ligue de un compañero. Siempre le pasaban a él las facturas”. Unas situaciones que, asegura, “eran muy divertidas. No pagabas nada”.

Isabel Pardo, BBVA

Aunque ya jubilada, Isabel Pardo es la persona más joven de este reportaje y tampoco estudió una carrera específica de la informática, sino Geografía e Historia. Entró a trabajar en el banco con 17 años. “Se entraba por oposiciones, y al acabar el bachiller tenías la oportunidad de entrar en la banca”, recuerda.

Tras recibir una formación, entró en el centro de operaciones del antiguo Banco Bilbao. “Se estaban mecanizando todas las operaciones que hacían las oficinas”, recuerda. En plena fusión con el Banco de Vizcaya (en 1988), Isabel Pardo accede (de nuevo por oposiciones, esta vez internas) al departamento de informática. “Empecé mi carrera laboral como informática en el centro de datos de Tres Cantos (Madrid), después de hacer unos cursos de Cobol y otros programas”, rememora.

Su trabajo consistió en armar toda la infraestructura de operaciones del banco, tanto interna como con las oficinas. “Había que modernizar la programación y la tecnología para que las oficinas no estuvieran tan limitadas en su operativa” que, por aquellos años, casi se limitaba a ingresos y retiradas de efectivo en cuenta. “Me encargaron la misión de construir una arquitectura nueva sobre la que las aplicaciones pudieran ejecutarse sin necesidad de tener el conocimiento técnico”, nos cuenta. “Estamos hablando una época en que las aplicaciones eran autónomas unas de otras”, remarca, lo que provocaba el “colapso del departamento de procesos, que no podía asumir tantas peticiones de aplicaciones”. Así pues, Isabel Pardo tuvo que programar, con su equipo, una arquitectura transversal que fuera la que diera soporte técnico al resto de aplicaciones.

Primer Centro de Cálculo de la Universidad (Complutense) de Madrid

Pardo reconoce que los principios fueron complicados, sobre todo hasta entender la lógica del lenguaje de programación de entornos como Cobol o DB2. “A mí me encomendaron realizar una serie de modificaciones para mejorar los tiempos de procesos, y eso me obligó a bucear en toda esa arquitectura sobre la que trabajábamos. Aprendí cómo funcionaba todavía y creo que eso fue lo que me vino bien después para hacer la arquitectura del BBVA”, detalla.

La mayoría recuerda con cariño aquella época de los primeros programadores. Algunos creen que uno nunca deja de ser programador

Fue una época, en cierto sentido, de “sangre, sudor y lágrimas porque los equipos estábamos muy compartimentados: por un lado desarrollo, por otro sistemas, luego comunicaciones… A veces nos miraban a los de desarrollo como entes inferiores y fue algo que me costó mucho porque yo dependía mucho de otros departamentos para hacer determinadas funcionalidades”. Sin embargo, también recuerda con gusto “que me tuvieran respeto, que me consideran una persona con los conocimientos suficientes como para hablarles en su mismo lenguaje”.

Tras aquello, Isabel Pardo fue dejando poco a poco la programación a un lado para dedicarse más a aspectos de gestión, pero asegura que “nunca se deja de ser programador” y reconoce que es un tema que le gusta mucho.

Según nos explica (y corroboran fuentes del banco), la arquitectura que desarrolló Isabel Pardo sigue vigente en el banco (con sus correspondientes actualizaciones) y es sobre la que se asienta, por ejemplo, la aplicación móvil del BBVA. “Me siento muy orgullosa porque, aunque son aplicaciones hechas en los entornos actuales de Internet, yo también he participado”, declara.

Carmen Fernández-Vicario, Unisys

Esta asturiana de 68 años estudiaba Físicas en la Universidad de Zaragoza cuando, en 1974, vio en esa facultad un anuncio de una beca para trabajar en UNIVAC, una compañía que se fundó en los años 40 en EE.UU. y que pasó a formar parte de Unisys en 1986. “Envié mi candidatura para ese puesto, me hicieron un examen y aprobé”, recuerda.

Carmen Fernández-Vicario asegura que en toda la carrera solamente había visto un ordenador en unas prácticas. Pero, desde el momento en el que lo vio “me gustó mucho y esa fue una de las causas por las que decidí solicitar la beca”.

Sala de ordenadores Univac

Tras aterrizar en la empresa, recibió una formación en nociones de informática y, tras ella, le asignaron un trabajo en el departamento de banca y servicios. “Mi primer trabajo consistía en tratar cintas de papel en uno de los clientes de UNIVAC, la Caja Provincial de Zamora: se escribía en papel, se perforaba y se introducía en la máquina para ensamblar o compilar, todo de forma manual; es decir, había que darle todas las instrucciones a la máquina”. Para hacer este trabajo estaban una compañera más y ella. Luego pasó al Banco Zaragozano a trabajar con aplicaciones Cobol durante un año más. “Y más tarde fui a Madrid a trabajar en una compañía de seguros para desarrollar una aplicación de análisis puro”, recuerda.

Esta profesional asegura que aquellos años fueron una “época fantástica”. Es más, echando la vista atrás, recuerda, como curiosidad, “recibir los manuales de la compañía totalmente nuevos y me daba cuenta de que estaba descubriendo un mundo nuevo, estaba leyendo sobre las últimas innovaciones y me emocionaba”.

Evidentemente, programar en aquéllos años no era lo mismo que ahora, pero Fernández-Vicario no tiene la sensación de que fuera especialmente complicado. “Sí que es cierto que cuando ocurría un error, encontrarlo podía ser tedioso porque los errores no eran tan explícitos como lo son ahora. Pero como siempre me ha gustado mucho investigar y probar cosas, en realidad no me importaba tener que encontrar el error entre todas las páginas de papel continuo”, asegura. Además, cree que ahora hay “muchas más facilidades” para poder programar. De hecho, señala que en sus últimos años como profesional tuvo la oportunidad de programar en Java. “Era otro mundo muchísimo más sencillo”, señala. Además, cree que en Internet “ahora puedes encontrar la solución a cualquier problema de forma muy rápida”.

Esta programadora cree que, cuando ella empezó, no se le daba ninguna importancia a programar. “Lo fundamental –y lo caro, por lo tanto, donde estaba el negocio- era la máquina. Ahora es justamente lo contrario: las máquinas son muy baratas pero lo costoso es contar con las horas de conocimiento del profesional que sabe usarla”, reflexiona.

¿Por qué dejó de programar? Para realizar análisis de aplicaciones. “Como a los clientes se les vendían paquetes, había que ayudarles en todo lo que se podía. De ser programadora pasé a dar soporte al sistema 9030 y S/80 con sistema operativo OS/3 en los 80”. Y ahora que está jubilada reconoce que sigue investigando. “Siempre me han encantado, pero más las máquinas grandes que los PC, de los que solamente tengo un conocimiento como usuaria”.

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