Un sistema de más de 1.000 kilómetros de diámetro y presiones tan bajas como nunca antes habíamos visto en la Tierra. Eso, precisamente eso, es lo que tenemos entre manos esta semana. Quizás no pueda decirse que vaya a ser la peor tormenta de la Historia (sobre todo, porque, en fin, está teniendo lugar en la Península Antártica): pero lo que ya nadie duda es que tiene sorprendidos a los meteorólogos de todo el mundo y pasará a los libros de historia.
¿De qué hablamos cuando hablamos de 'profundidad'? De la misma forma que un anticiclón es una zona de altas presiones, una borrasca es esencialmente una zona de bajas presiones. Eso, a efectos prácticos, significa que en ellas existe lo que se denomina "convergencia de aire en el suelo"; es decir, el aire circundante acude a esas zonas para "rellenar" el hueco y se generan corrientes en superficie que, en último término, son lo que le da esa forma característica de remolino.
En la jerga meteorológica, a más "profundidad", menos presión. Y a "menor presión", corrientes más numerosas y potentes. La tormenta más profunda jamás registra es, sobre el papel, un monstruo gigantes capaz de levantar muros de agua y mover a velocidades de infarto enormes cantidades de aire.
¿La borrasca más profunda de la historia? Desde que hay registros, parece que sí. Eso sí, hay que tener en cuenta que los registros barométricos de los mares que rodean Antártida no son demasiado precisos. Se trata de fenómenos bastante difíciles de medir y eso puede distorsionar la estadística.
Con esto en mente, hasta hoy el récord parecía estar en los 919 mb que alcanzó la estación de Casey de las islas Windmill el 9 de agosto de 1976. Si eso es así, la actual tormenta ha pulverizado todos los precedentes. Hablamos de valores de entre 898-900.
Sin embargo, los vientos de esta borrasca no han sido de récord. Cuando hablamos de sistemas de este tamaño es razonable esperar que la velocidad de los vientos vaya de la mano. Pero no ha sido ese el caso. La extensión del sistema es tan gigantesca (mucho mayor que la de cualquier ciclón tropical conocido) que ha dedicado toda esa energía a mover un enorme conjunto de la atmósfera austral. Con todo eso, las rachas de viento han estado por encima de los 150 kilómetros por hora y se han registrado olas de hasta 30 metros de altura: el tamaño de un edificio de siete u ocho plantas.
¿Hacia dónde vamos? Esa es la gran pregunta. Como hemos comentado muchas veces, la relación entre este tipo de tormentas y el cambio climático es elusiva. No estamos, aún, en disposición de saber si se trata de un fenómeno aislado o el comienzo de una tendencia que puede cambiar muchas de las cosas que sabemos sobre ciclones extratropicales. No obstante, es inevitable preguntarse qué pasará si vamos hacia un escenario en el que este tipo de tormentas son cada vez más frecuentes. Sobre todo, si nos encuentran en su camino.
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