Todo comenzó hace 63 años mientras se llevaban a cabo unas obras en los alrededores de la ciudad maya de Chichén Itzá, Yucatán (México). Allí, los obreros se encontraron con una cámara subterránea, conocida como chultún, y lo que parecía un lugar de sepultura con decenas de huesos humanos. Desde entonces, el hallazgo ha estado envuelto en el misterio. Aquellos restos eran de humanos de muy corta edad, ¿qué había llevado a terminar con su vida los mayas? Un análisis acaba de desvelar el misterio.
Niños y sacrificio. El nuevo estudio analizó el ADN de 64 de las 106 víctimas de Chichén Itzá, un lugar que en el pasado fue el epicentro de los antiguos mayas y cuya importancia se extendió por Yucatán, Guatemala y Belice durante cientos de años. ¿Los resultados? Todos eran niños varones y alrededor de una cuarta parte estaban estrechamente relacionados con al menos otra persona dentro de la zona de entierro, incluidos dos pares de gemelos idénticos.
La dieta, clave. La datación por radiocarbono indicó que los huesos fueron enterrados entre los siglos VII y XII, aunque la mayoría fueron depositados durante el apogeo de 200 años de Chichén Itzá, aproximadamente entre el 800 y el 1000 d.C. Además, el análisis isotópico reveló que las parejas emparentadas de niños sacrificados compartían la misma dieta, lo que sugiere que probablemente vivían juntos en el mismo hogar.
Entierro post-sacrificio. Según la arqueóloga e investigadora principal, Oana Del Castillo-Chávez, del Centro INAH Yucatán, "las edades y dietas similares de los niños varones, su estrecha relación genética y el hecho de que fueron enterrados en el mismo lugar durante más de 200 años apuntan al chultún como un lugar de entierro post-sacrificio, habiendo sido los individuos sacrificados seleccionados por una razón específica".
¿Por qué estos sacrificios? Es la gran pregunta. Los investigadores señalan que el sacrificio de gemelos ocupaba un lugar destacado en la mitología maya y puede estar relacionado con las relaciones observadas en los restos de la cámara. Los elementos subterráneos como el de Cenote Sagrado se veían como portales al inframundo y están asociados con el agua y la lluvia, recursos cruciales para una sociedad antigua donde las cosechas fallidas podían ser devastadoras.
Además, los investigadores han especulado en el pasado que los niños depositados en el cenote fueron sacrificados como ofrendas para ayudar al crecimiento del maíz o para complacer a la deidad maya de la lluvia, Chaac. Por todo ello, apuestan por un relato donde los niños de Chichén Itzá pueden haber significado una representación ritual de estos relatos.
La genética de los restos. El estudio apunta que la continuidad genética entre los niños antiguos y las comunidades mayas actuales reflejan que las víctimas eran locales y no extranjeros. No solo eso. Al comparar los genomas mayas modernos con el ADN de los niños sacrificados, encontraron evidencia de selección positiva en genes relacionados con la inmunidad que brindan protección contra, por ejemplo, la salmonella.
La cámara subterránea. El análisis indica que probablemente alguna vez fue una cisterna de agua, el chultún se había ampliado para conectarlo con una cueva cercana, un tipo de característica natural que se sabe que está relacionada con el sacrificio ritual.
Contradiciendo el relato de Cenote Sagrado. En el pasado y también en Chichén Itzá, habían encontrado cientos de niños y adolescentes ejecutados en un sumidero natural conocido como el Cenote Sagrado. La mayoría fueron identificados como niñas, lo que llevó a la teoría de que los habitantes de la antigua ciudad estaban obsesionados con el sacrificio femenino. La nueva investigación viene a indicar lo contrario. No tenían problemas con el género.
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