Hirvió la orina hasta que se convirtió en un sirope denso. En ese momento, el orín se comenzaba a disociar en tres partes: una especie de aceite color rojo, una solución esponjosa negra y una sustancia salada que descartó. Con las otras dos partes, hizo una mezcla que calentó durante 16 horas a más de 300 grados. Ahí debió surgir la piedra filosofal, pero no.
Y, sin embargo, Hennig Brand pasó a la historia. No por descubrir la manera de transformar en oro materiales menos valiosos, ni siquiera por vivir entre cientos (¡miles!) de litros de orina. Brand pasó a la historia porque, con esa reacción que nos llega por Leibniz, descubrió una sustancia que brillaba en la oscuridad y ardía al sol. Por descubrir el fósforo.
Vivir rodeado de orina
Ni sabemos mucho sobre Hennig Brand, ni tenemos imágenes de él: los alquimistas eran gente reservada hasta casi la paranoia. Pero la mayoría de cronistas nos hablan de sus orígenes humildes y de que había sido aprendiz de vidriero. El probable que en ese taller aprendiera las habilidades básicas para la alquimia y que conociera a su primera esposa.
Luego vino la guerra y, por si fuera poco, la muerte de su mujer. Brand se encerró en el laboratorio malviviendo con lo que le quedaba de la dote de su boda, obsesionado con encontrar la piedra filosofal. Con los años y las heridas a medio sanar, conoció a Magaretha, su segunda mujer y la que con su fortuna le permitió seguir dedicando tiempo a descifrar viejos manuales alquímicos.
Fue precisamente así, siguiendo las instrucciones de otros alquimistas como F. T. Kessler, que una noche de 1669 empezó a hervir la orina. Antes de eso había tenido que acumular más de 50 cubos de pis. Según parece, los aprovechó bien e hizo todas las mezclas imaginadas y por imaginar.
Aquel día calentando la orina hasta que los sedimentos se ponían al rojo vivo durante horas y horas, se dio cuenta de que empezaban a emanar unos gases extraños. Los recogió en una jarra, peor no había rastro de la dichosa piedra filosofal. Otra derrota.
Eureka
O no. Al apagar las luces del laboratorio, el residuo comenzó a brillar. Por sí solo, sin necesidad de ser expuesto al sol como otros descubrimientos recientes como la piedra de Bolonia. Se dio cuenta de que la solución brillaba. Había descubierto el fósforo.
La orina contiene fosfatos y varios compuestos orgánicos basados en carbono. Cuando se somete a altísimas temperaturas, los fosfatos reaccionan con el carbono liberando le fósforo en forma de gas. A los 280 grados se vuelve líquido y sobre los 44 se solidifica.
El método de Brand tenía un problema: al descartar el residuo salado (donde está la mayor parte de los fosfatos de la orina), producía muy poca cantidad. Necesitaba 5.500 litros de orina para producir 120 gramos de fósforo.
Es decir, su sistema no era suficiente. Hacia 1750, el sueco Carl Scheele descubrió un método más eficiente para obtener fósforo a partir de huesos (que es donde está la mayor parte del mineral), pero la fabricación actual del fósforo es, en esencia, la misma que la reacción de Brand. Usando fosfatos minerales y coque (para el carbono), la industria del fósforo se ha convertido en un tema geoestratégico de primer orden. Y todo empezó en un cubo de orina humana.
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