No sabemos muy bien dónde estaba Tegu cuando le contaron que había un cuerpo en sus tierras. Sí sabemos que era el 24 de mayo de 2010. Lo habían encontrado un grupo de mujeres a la vuelta de la Iglesia. Entre ellas estaban su mujer y su cuñada. Fruto de la influencia portuguesa, la Isla de Flores es un reducto católico en mitad del país musulmán más grande del mundo. El cadáver era pequeño, le dijeron; tenía forma humana y estaba cubierto de un pelo gris, casi una pelusa. Sin embargo, su cara era muy parecida a la de un mono y su nariz, "como la de una calavera".
Al principio, Tegu (que tenía 40 y tantos años y era ingeniero agrónomo) no las creyó. Pero, minutos más tarde, cuando se acercó con su amigo Stefanus, lo vio con sus propios ojos. Cogieron el cuerpo y le dieron sepultura. Con esta y otras historias de las Tierras Altas de Flores, el antropólogo Gregory Forth expone en su libro "Between Ape and Human' una hipótesis realmente controvertida: que el Homo floresiensis sigue vivo.
Un antropólogo en la isla de Flores
Durante décadas, Gregory Forth fue profesor de antropología de la Universidad de Alberta. Su trabajo se ha centrado en estudiar a los Kéo y los Nage, dos pueblos tradicionales de la isla de Flores. Fue allí, examinando las raíces lingüísticas y rituales de las mitologías populares cuando se le ocurrió la idea de que el ebu gogo y otras historias de 'hombres salvajes' podían tener como base real al Homo floresiensis.
Sin embargo, en los últimos años, los testimonios sobre cuerpos encontrados en distintos lugares de las Tierras Altas de la isla le hicieron ir más allá. ¿Es posible que estos homínidos no solo estén detrás del origen mítico de las historias, sino que sigan vivos hoy en día? ¿Es posible que en algunas regiones, ocultos entre poblaciones de monos, hayan pasado desapercibidos para el ojo moderno?
La tesis de Forth, evidentemente, es que sí.
En 2003, en la cueva de Liang Bua, se descubrió un esqueleto de unos 18.000 años de antigüedad. Allí mismo, un año después, se encontraron otros nueve individuos. Eran claramente humanoides, pero muy pequeños. Tanto que la prensa y los mismos científicos empezaron a referirse a ellos como hobbits: no solían superaban los 25 kilogramos y tenían un cerebro bastante más pequeño que los humanos actuales.
Actualmente, la explicación más plausible es que, cuando llegaron a la isla de Flores, los Homo erectus sufrieron un proceso muy grande de 'enanismo insular'. Esto es algo que hemos visto en muchas especies y que explicaría bien las características particulares de estos humanos.
Aunque al principio, se estimó que estos pequeños humanos podían haber vivido hasta hace unos 12.000 años; lo cierto es que, conforme aparecen nuevas pruebas arqueológicas, esa fecha se va más y más atrás en el tiempo. Lo que está claro es que el declive de esta especie comienza con la llegada del Homo sapiens al este de Asia.
¿Es posible que sigan vivos?
Esos datos arqueológicos no son los únicos que hacen que la tesis de Forth sea polémica. El hecho es que la isla de Flores es un territorio del tamaño de la provincia de Granada donde viven dos millones de personas. El doble que en la provincia de Granada. Es decir, se trata de un área muy conocida y densamente poblada. No hay duda de que hay zonas donde una supuesta especie podría esconderse, pero no parece que sea siquiera probable.
Mucho más interesante es la otra hipótesis: que las historias que aún hoy se cuentan sobre externas criaturas tengan su origen en criaturas que realmente existieron. Es algo muy difícil de testar, pero convierte a las historias tradicionales en una especie de Ilíada (recordemos que Troya se descubrió, precisamente, tomándose en serio el famoso poema clásico): una forma de mirar nuestro pasado escuchando nuestro presente. Vamos, que no hacen falta que sigan vivos para que aquellos hombrecillos de Flores no enseñen un montón de cosas.
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Imagen: Karen Neoh
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