Los eufemismos tienen mala prensa. Suelen verse como sinónimo de doblez, de falta de compromiso; como una manera de huir como la peste de la claridad. Y, sin embargo, durante al menos los últimos 10.000 años, los seres humanos hemos buscado casi obsesivamente un eufemismo tras otro para dejar de utilizar aquellas palabras incómodas, dolorosas o que se usaban de forma despectiva.
Esa búsqueda del eufemismo, de hecho, ha sido (y sigue siendo) uno de los motores más poderosos para cambiar la forma en que hablamos.
Hablamos con la cabeza y con el corazón
La palabra "bueno", sin ir más lejos es muy similar en inglés ("good"), alemán ("gut") y feroés ("góðan"). Pero, en cambio, la palabra "malo" se dice "bad" en inglés, "schlecht" en alemán e "illur" en feroés. Es un ejemplo, pero no es anecdótico. Hay millones de ejemplos.
Y eso que no se trata de un tema muy estudiado. Ya sabíamos que los factores de nivel macro, como la frecuencia del uso de palabras o el tamaño de la población, explicaban el ritmo de la evolución léxica. Es decir, que a mayor número de hablantes y a mayor uso de una determinada palabra, más cambios podíamos esperar.
Lo que descubrió en 2022 un estudio coordinado por la Universidad Northwestern es que, en los últimos 10.000 años de historia, los factores cognitivos y afectivos también han tenido un papel central: las palabras negativas han cambiado mucho más que las positivas. Una barbaridad más. Y, precisamente por eso, el estudio es tan interesante: nos da claves fundamentales para entender la evolución de una lengua. Pero, además, permite algo más.
Una forma de mirarnos a nosotros mismos
Sé que suena chocante y contraintuitivo, pero hubo una época en que 'subnormales' era el término técnico y recomendado, el término neutro para hablar de las personas con discapacidad intelectual. Tanto es así que en 1964, en el Hotel Victoria de Valencia, 20 asociaciones de familiares se reunieron y crearon la 'Federación Española de Asociaciones Pro Subnormales' (FEAPS).
En estos casi 60 años las cosas, evidentemente, han cambiado mucho: primero, se abandonó el uso de 'subnormal' y se empezó a emplear 'retrasado'; más tarde, se comenzó a hablar de 'deficientes mentales' y, luego, de personas con discapacidad mental o intelectual. En 2015, FEAPS decidió hacer un cambio más radical y empezó a llamarse 'Plena Inclusión'.
Traigo este ejemplo a colación porque la idea de que la 'valencia cognitiva y afectiva" de las palabras interviene en la necesidad de buscar palabras nuevas, nos permite también examinar cómo la sociedad valora determinados colectivos, realidades o problemáticas.
Los familiares de personas con discapacidad intelectual durante medio siglo se han visto envuelto en una carrera por adelantar a una sociedad que usaba esos términos de manera despectiva y, frente a eso, han tenido que salir al paso encontrando nuevas formas de hablar sobre esa realidad, de reivindicar esa realidad.
En este sentido, examinar la forma en la que hablamos es una buena manera de reflexionar sobre qué valoramos y sobre cómo lo hacemos. De ponernos un espejo y preguntarnos si estamos haciendo lo que verdaderamente nos gustaría hacer.
Imagen | Bianca Berg
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