La ciencia detrás de que tu perro pueda encontrarte 12 años después de haberse perdido

Un día del año 2010, Michelle, una mujer de Lafayette, en California, descubrió consternada que su perrita Zoey había desaparecido al regresar de hacer la compra. Tras incansables esfuerzos por encontrarla, las semanas pasaron y finalmente se rindió. Seguramente, Zoey habría muerto, pensó Michelle. Sin embargo, después de permanecer desaparecida durante doce años, Zoey se reunió de nuevo con su dueña en California, hace apenas una semanas. Momento que fue transmitido en un emotivo vídeo en Facebook.

La perra había sido localizada, al parecer, a unos cien kilómetros de donde había desaparecido en 2010, la casa de su familia en Lafayette.

No es la única historia de este tipo que podemos encontrar en los medios de comunicación. Unos meses antes, se hizo famosa la historia de Pero, un perro pastor de cuatro años que había logrado encontrar el camino de vuelta desde Cumbria, una región del norte de Inglaterra, hasta su anterior casa en la costa de Gales. Pero había recorrido así casi 400 km en dos semanas. Su microchip sirvió como prueba de que se trataba del mismo cánido y que el viaje había tenido lugar.

GPS biológico

Hay más de quinientas razas de perros identificadas en el mundo, lo que convierte a este mamífero en el más diverso de nuestro planeta. Solemos pensar que los perros son inocentes y fáciles de engañar, a diferencia de los gatos, que parecen más avispados y maquiavélicos. Sin embargo, según un reciente estudio y teniendo en cuenta su número de neuronas, los perros parecen ser más inteligentes que los gatos. Según este cómputo, de hecho, los perros tienen alrededor de 530 millones de neuronas corticales, y los gatos tienen alrededor de 250 millones (los humanos, 16 000 millones).

Además, de su inteligencia, los perros también se caracterizan por su extraordinaria capacidad de orientación espacial, como si tuvieran integrados en el cerebro una suerte de GPS biológico. Según Catherine Lohmann, bióloga de la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill, parece ser que ello es posible gracias a su sensibilidad con el campo magnético de la Tierra.

Es algo que sospechamos desde el 2013 cuando un estudio realizado por Hynek Burda, de la Universidad Checa de Ciencias de la Vida de Praga, y publicado en la revista Frontiers in Zoology, presentó un hallazgo cuando menos singular: mientras excretan sus orines y excrementos, los perros tienden a estar orientados de norte a sur porque, al parecer, la alineación ayuda a los perros a determinar la ubicación en relación con otros puntos.

Para llegar a esta conclusión, se midió la dirección del eje del cuerpo en 70 perros de 37 razas durante la defecación (1893 observaciones) y la micción (5582 observaciones) durante un período de dos años. Después de un muestreo completo, clasificando los datos de acuerdo con las condiciones geomagnéticas que prevalecieron durante los respectivos períodos de muestreo.

(Aleksandrina Andreeva/Unsplash)

Por ahora sigue continúa siendo un misterio la razón de esta alineación. Ni siquiera se sabe si lo hacen activamente o es una función vegetativa (como lo son la respiración o la digestión). Pero la alineación estacionaria no es lo mismo que la navegación. Para averiguar cómo navegan los perros, se han realizado otros tantos estudios, como uno en el que se soltó a 27 perros en varios cientos de viajes durante 3 años equipados todos con collares GPS y cámaras de acción. Los perros vagaron libremente por áreas boscosas.

Al regresar con el dueño (hacia casa), los perros siguieron su rastro de salida ("rastreo") o usaron una ruta novedosa ("exploración"). La ruta de entrada durante la exploración comenzó principalmente con una carrera corta (alrededor de 20 metros) a lo largo del eje geomagnético norte-sur, independientemente de la dirección real hacia casa. Es decir, los perros ubicaron el norte primero y después se desplazaron un poco hacia él. Realizar tal "carrera de brújula" aumentó significativamente la eficiencia de búsqueda.

Según los autores del estudio, esta carrera sería fundamental para que el mapa mental del perro se registre con la brújula magnética y para establecer el rumbo del animal.

Con todo, esta clase de experimentos son difíciles porque resulta complicado propiciar que el animal confíe solo en un solo sentido, aislando el resto, para así probar al cien por cien la eficiencia del sentido magnético. Los experimentos por venir deberían incluir algún sistema que perturbara en un grupo de perros el sistema magnético para comprobar cuán ineficiente se tornaba su desempeño.

Otro reciente estudio, publicado en Scientific Reports, sugiere que los ojos están involucrados en esta orientación magnética. Al parecer, se ha detectado una molécula sensible a la luz en algunos mamíferos, los criptocromos, una clase de fotorreceptores de luz azul de plantas y animales y que tendrían un papel papel relevante en la regulación de los ritmos circadianos. Los investigadores buscaron el equivalente a esta molécula en 90 especies distintas, hallándola en muchos carnívoros, como perros, zorros, lobos y osos, pero no en felinos como los gatos, tigres y leones.

Otros animales con GPS incorporado

Muchas criaturas son capaces de orientarse de forma asombrosa por el mundo, desde las palomas mensajeras o las que realizan migraciones estacionales para reproducirse, hasta la ballena jorobada. Además de la “brújula magnética”, parece que las aves también hacen uso de ”brújulas” solares y estelares para orientarse.

Las hormigas del desierto, por su parte, emplean pistas olfativas y nubes de aroma que han sido dispersadas por el viento. De esta forma pueden dirigirse a fuentes de alimentos y regresar a sus hormigueros. También los humanos tenemos una habilidad especial para orientarnos, tal y como explica Caspar Henderson en su libro El mapa de las maravillas:

En los humanos, la glándula pineal produce la melatonina, que modula los ritmos circadianos; de hecho, es un fotorreceptor atrofiado. En nuestros antepasados evolutivos lejanos, esta glándula estaba vinculada a un órgano sensor de luz llamado el ojo parietal. La tortuga laúd, con quien compartimos un antepasado hace cientos de millones de años, tiene una “claraboya” en su cráneo: una superficie de hueso extremadamente fina que permite que la luz impacte directamente en su glándula pineal. Esto posibilita que el cerebro de la tortuga sea consciente de la extensión diurna, lo que la ayuda a orientarse.

Incluso criaturas microscópicas como las bacterias son capaces de orientarse. Para sobrevivir, tienen maneras de moverse hacia el alimento, por ejemplo, y de apartarse de las que suponen un peligro, como el exceso de calor, la acidez o la alcalinidad. Algunas disponen de medios especializados de propulsión, como unos filamentos microscópicos llamados flagelos. Y otras, las bacterias magnetotácticas, contienne además unas minúsculas partículas magnéticas que, al ser unidas por los extremo, obran como microscópicas agujas de brújula, tal y como explica David Barrie en su libro Los viajes más increíbles:

Estas “agujas” fuerzan a las bacterias a alinearse con el campo magnético de la Tierra, lo cual las ayuda a encontrar el camino hacia las capas de agua y sedimentos pobres en oxígeno en las que viven. Las aguas que se encuentran en las bacterias del hemisferio norte tienen una polaridad opuesta a las del hemisferio sur. Un ejemplo simple del poder de la selección natural.

A veces, eso sí, la prensa exagera las historias individ

uales de perros que parecen haber recorrido grandes distancias. Eso es la excepción, no la norma. La mayoría de los perros se pierden y no saben volver a casa, y menos aún cubriendo grandes distancias. Aún estamos tratando de precisar la ciencia exacta que subyace a que sí lo consigan o hasta qué punto.

Eso no solo nos permitirá entender un poco mejor cómo se orientan, sino profundizar acerca de qué otros elementos influyen en sus movimientos o desplazamientos masivos. Llevando a cabo experimentos como esta fabulosa red de 100 000 animales conectados por rastreadores y observados desde el espacio que podría explicar el comportamiento animal y ayudar a pronosticar erupciones volcánicas, clima extremo y enfermedades emergentes.

Imagen: Trac Vu/Unsplash

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