Somos raros. Los occidentales, me refiero. A lo largo de las últimas décadas, hemos descubierto que no solo existe una variación sustancial en las creencias y comportamientos psicológicos entre las poblaciones de todo el mundo, hemos descubierto que somos bastante únicos, si me permiten la expresión.
Las sociedades occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas (las nombradas por el célebre acrónimo WEIRD) tienden a ser más individualistas, a estar más orientadas al análisis y a sostenerse sobre la confianza social generalizada. A la vez, y todo sea dicho, tienen una menor conformidad, obediencia y solidaridad que el resto de sociedades. Todo esto parece claro, lo que no está claro es por qué.
Las ideas también tienen historia
Y es que la pregunta se las trae. A lo largo de los años, la pregunta por la genealogía de las ideas y la cultura occidentales ha estado encima de la mesa. Sobre todo, porque es una pregunta difícil de contestar de forma neutra. De un tiempo a esta parte, parece que indagar sobre estos temas es casi sinónimo de convertirse en un adalid del posmodernismo.
Pero solo lo parece. En realidad, hay una gran cantidad de investigadores que están rebuscando en las entrañas de la historia para encontrar respuestas más allá de toda agenda ideológica (o filosófica). Por ejemplo, el debate de los últimos años ha estado en la importancia de las instituciones políticas en esa forma de ser occidental (si es que existe esa forma de ser).
Sin embargo, Jonathan Schultz y su equipo de Harvard y la George Mason se plantearon otra hipótesis distinta: ¿Y si el concepto de matrimonio y familia de la Iglesia Católica disolvió las redes familiares fuertes y cohesionadas? Es más, ¿Y si ese concepto ha tenido un efecto sobre la psicología de sociedades con cientos de millones de personas más de mil años después?
¿La Iglesia nos hizo así?
Efectivamente, en el artículo que publican en Science, el equipo de Schultz sostiene que la influencia de la Iglesia sobre el matrimonio y las estructuras familiares durante la Edad Media dio forma a la evolución cultural de creencias y comportamientos que son actualmente comunes entre los europeos occidentales y sus descendientes culturales.
Cosas como un mayor individualismo, una menor conformidad y una mayor confianza hacia los extraños, según los autores, se deben (al menos en parte) a las políticas de la Iglesia. La tesis, no obstante, es difícil de defender. Para probarlo, los investigadores combinaron datos antropológicos, históricos (registros conservados por el Vaticano) y psicológicos (encuestas, datos conductuales y datos observacionales ecológicamente relevantes) y aislaron variables como nivel de ingresos, patrimonio, educación o factores geográficos.
Ellos concluyen que fue la progresiva adaptación de los usos legales a las ideas eclesiásticas el elemento clave que reemplazó sistemáticamente las redes familiares extensas basadas en el parentesco por hogares nucleares más pequeños e independientes. Es discutible y se discutirá muchísimo en los próximos meses, pero eso no es lo más interesante.
El poder de las ideas
Lo más interesante de este planteamiento es darle un enfoque cuantitativo a esa idea tan extraña de que las ideas tienen un poder enorme. El estudio pone el foco en "cómo cambios culturales de hace más de 500 años pueden evolucionar y generar variaciones psicológicas significativas y duraderas" en sociedades con cientos de millones de habitantes.
Como dice Michele Gelfand en la misma Science, este trabajo "arroja luz sobre las formas en que varían las culturas --y sobre el porqué de las distintas maneras de evolucionar en función de distintas fuerzas socioambientales-- puede ayudarnos a empatizar con quienes son diferentes". Pero también nos da una nueva dimensión sobre cómo pensamos en las ideas del presente.
Si pesamos sobre las ideas que manejamos hoy, de las más pequeñas a las más grandes, e imaginamos qué cambios sociales podrían impulsar dentro de 500, 600 u 800 años, se abre un interesantísimo campo a la reflexión. Especulativo, eso sí. Por suerte, aventurar el mundo de dentro de cinco siglos es mucho más que ciencia ficción, es un ejercicio de inconsciencia.
Imágenes | Alex Iby
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