Hace exactamente 1000 años, según una investigación publicada hoy en Nature, había vikingos en América. Es importante, no tanto porque "los hombres del Norte llegaran a América antes de los barcos de Colón" (algo que, por lo demás, ya sabíamos), sino porque se trata del momento más temprano conocido en el que se cruzó el Atlántico y nos ayuda a entender mejor algunos de los años menos documentados de la Historia de la Humanidad.
Pero, más allá del dato concreto (que puede quedarse viejo en cualquier momento), lo que resulta realmente sorprendente es que podamos saber que, hace un milenio y con exactitud de meses, un puñado de vikingos se instaló en el norte de Terranova. Es más, que podamos saberlo por el corte de tres trozos de madera. Así es la tecnología de datación que nos va a permitir mirar el mundo con otros ojos.
Una casualidad cósmica
Normalmente, no es fácil datar un yacimiento con tanta exactitud. Se necesitan registros escritos o, en el mejor de los casos, un buen número de objetos con características singulares que se puedan fechar con facilidad. No hace falta decir que los asentamientos vikingos del Norte de Terranova no nos lo han puesto fácil. Ninguna de esas dos cosas se daba allá arriba. Luego, por supuesto, tenemos tecnologías como el Carbono 14 y metodologías afines, pero no se puede afinar con tanto detalle.
Entonces, ¿Cómo han conseguido llegar a la fecha de 1021 en el viejo asentamiento de L'Anse aux Meadows? Usando tres trozos de madera asociados a la actividad vikinga en la zona. Es decir, tenían signos de haber sido trabajados con instrumentos de metal (tecnología que, hasta la fecha, creemos que los nativos de la zona no dominaban).
El equipo pudo datar esos trozos por una casualidad cósmica: en el año 993 hubo una tormenta solar masiva que dejó "huella" en la composición de los árboles: una marca de radiocarbono distintiva que, por eso mismo, fue posible datar con mucha exactitud. Y, a partir de ahí, solo hizo falta cortar los anillos hasta el borde de la corteza para tener una medida bastante exacta de en qué año el árbol fue talado. Las tres piezas eran de árboles distintos, pero las tres apuntaban al mismo año: 1021.
Como vemos, el descubrimiento tiene mucho de casualidad. No obstante, la tecnología para encontrarnos con dicha casualidad (y extraer todo su significado) solo lleva disponible unos años. Tiene sentido: a medida que aprendemos mirar el mundo con más detalle, las estrías que siempre estaban ahí y no vimos aparecen ante nuestro ojos.
Imagen | Victor B
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