Era cuestión de tiempo. El científico español Juan Carlos Izpisúa ya lo había anunciado en 2017, tras conseguir un éxito parcial en la creación de embriones quiméricos de cerdo o vaca y humano, dos años después de haberlo logrado con embriones quiméricos de ratón y humano. Se marchaba a China para continuar sus investigaciones sobre quimeras humano/animal encaminadas principalmente a la consecución algún día de animales con órganos que puedan ser trasplantados a los seres humanos sin que se produzcan rechazos inmunitarios (xenotransplantes).
Hace unos días, el 15 de abril, supimos por la prensa y por la publicación de un artículo en la prestigiosa revista Cell que él y su equipo, compuesto en parte por científicos chinos de la Universidad Kunmimg de Ciencia y Tecnología, y con la financiación del Instituto Salk de California y de la Universidad Católica de Murcia, habían conseguido desarrollar hasta los 19 días 3 embriones, de los 132 con los que empezaron, que eran quimeras de macaco (Macaca fascicularis) y ser humano.
Lo habitual hasta ahora era destruir esos embriones a los 14 días, excepto en el caso de Japón, que permite ir más allá, e incluso contempla la posibilidad, que hasta ahora nadie ha realizado, de implantar el embrión quimérico en el vientre de un animal y dejar que nazca.
El porcentaje de células humanas incorporadas esta vez en los embriones fue mayor que en el caso anterior con los cerdos. La mayor cercanía evolutiva de los macacos a nuestra especie favorecía esa incorporación, y de ahí el interés de hacerlo esta vez con primates. Estos resultados que ahora se publican habían sido ya anunciados por Izpisúa y su equipo en 2019, habiéndose generado ya entonces la consiguiente controversia, que ahora no ha hecho sino repetirse. Aunque solo han sido embriones de pocos días, luego destruidos, no deja de ser para muchos una noticia inquietante que incluso habría traspasado algunos límites éticos.
Un paso más hacia los xenotransplantes
El objetivo inmediato del experimento, según ha declarado el propio Izpisúa a la agencia Efe, era estudiar la comunicación celular durante el desarrollo embrionario y abrir así camino a posibles aplicaciones en medicina regenerativa y en la creación de nuevos modelos animales con los que ensayar medicamentos. El objetivo último, sin embargo, es el que hemos mencionado: conseguir en el futuro animales (cerdos fundamentalmente, por su similitud a los humanos en tamaño y estructura) con órganos constituidos por células humanas para realizar xenotransplantes.
Estos embriones se denominan quimeras porque parte de sus células portan una dotación genética humana y la otra parte una dotación genética de macacos. Es importante distinguir estas quimeras de los híbridos y de los animales transgénicos.
A diferencia de los híbridos, que mezclan en todas las células de su cuerpo los genes de dos especies distintas, como sucede con las mulas, o de los animales transgénicos, que incorporan en su genoma algún gen extraño procedente de otro organismo, una verdadera quimera posee en su cuerpo al menos dos líneas celulares genéticamente distintas procedentes de dos cigotos, que en el caso de las quimeras interespecíficas pertenecen a especies diferentes.
Desde hace algún tiempo en diversos laboratorios del mundo se vienen generando embriones quiméricos entre diversas especies animales, así como entre el ser humano y alguna especie animal (ratones, cerdos, etc.). Izpisúa y su equipo han logrado un éxito algo mayor en este último tipo de quimeras.
El límite de las líneas morales
El experimento y el artículo han pasado por controles éticos, tal como afirman los propios autores:
“Para los estudios presentados aquí –escriben–, […] se realizaron consultas y revisiones éticas tanto a nivel institucional como a través de la participación de bioeticistas independientes con experiencia en políticas de bioética estatales y nacionales en relación con estos temas. Este proceso minucioso y detallado ayudó a guiar nuestros experimentos, que se centraron por completo en embriones quiméricos ex vivo. Además, limitamos nuestros estudios al desarrollo de embriones quiméricos en etapa temprana”.
No obstante, pese a estas precauciones, se han formulado objeciones morales a la creación de este tipo de embriones quiméricos mezcla de humanos y otros animales, como sucedió en ocasiones anteriores. Una de ellas, la única que podría ser estrictamente aplicable por cierto a lo que se ha hecho hasta el momento, es que con este tipo de quimeras se está rompiendo la línea natural (y moral) que supuestamente separa al ser humano de otros animales.
Ante todo, habría que decir que no se está modificando genéticamente una especie, ni la humana ni la de los macacos, sino solo a unos pocos embriones, que, además, en caso de que alguna vez se gestaran y nacieran, difícilmente podrían cruzarse con los de su especie. Por otro lado, esa línea de separación entre humanos y otros animales no es tan nítida como a veces se cree y se viene cruzando desde hace bastante tiempo sin que eso haya causado demasiada preocupación.
Tenemos desde hace años animales que incorporan genes de otras especies, incluidos genes humanos. Algunos son muy beneficiosos. Por ejemplo, las vacas transgénicas que producen insulina humana para los diabéticos. Estos animales que incorporan algún gen humano (ratones habitualmente) son de uso normal como modelos animales creados en laboratorio para el estudio de enfermedades humanas.
Y más allá de esta incorporación de genes humanos en animales están los híbridos citoplasmáticos (o cíbridos) de humano y animal, que se vienen generando desde finales de los 70. Estos híbridos son creados fusionando células humanas con ranas, vacas, conejos y ratones. Son organismos que surgen de la fertilización de un óvulo animal enucleado con un núcleo obtenido de una célula somática humana. Ninguno de estos organismos, usados en la investigación, ha llegado a término.
Con respecto a las consecuencias de traspasar las líneas morales que separarían según los críticos a los humanos de otros animales, se ha planteado el problema de qué tratamiento habría que dar a esas quimeras si alguna vez se les permitiera nacer y tuvieran un porcentaje bastante alto de células humanas. ¿Cuál sería su estatus moral? ¿Habría que atribuirles dignidad humana? ¿Podríamos matarlos sin ningún tipo de reproche? La respuesta a estas preguntas debería empezar siempre por un “depende”. No parece que un cerdo con un hígado, un páncreas o un corazón genéticamente humanos debiera diferir mucho en nuestra consideración moral de un cerdo normal. Otra cosa sería, quizá, un cerdo con un cerebro constituido por células humanas, pero algo así es muy probable que no lo veamos nunca.
Añadamos que la concepción kantiana de la dignidad humana, que establece que esta solo pertenece a los seres humanos en tanto que seres capaces de autonomía moral, es aquí de poca utilidad. Se trata de una dignidad que se tiene (los seres humanos) o no se tiene (los animales) y no admite grados. Si alguna vez hubiera quimeras o híbridos con una inteligencia comparable a la humana y capaces de conducta moral, entonces cabría plantearse si se les reconoce o no algún tipo de dignidad, relajando el concepto en esta versión estricta.
Ahora bien, el mero hecho de no saber cuáles serían nuestras obligaciones morales hacia un ser vivo o hacia una entidad inteligente no humana (un robot, por ejemplo) no parece un motivo suficiente para censurar este tipo de investigaciones que venimos comentando. Esta confusión podría ser el resultado superable de la simple ignorancia actual y, como decimos, solo se presentaría en los casos más extremos, que ningún científico trata de crear.
Otra acusación que suele hacerse y que acapara en mi opinión mucha más atención de la que merece (si es que tiene siquiera sentido) es la de que con este tipo de experimentos estamos jugando a ser Dios. La mejor respuesta burlona a esta acusación la dio Craig Venter cuando replicó a un periodista que los científicos no están jugando.
Pero más en serio, lo que cabe decir es que nadie ha sido capaz de aclarar a qué juega un dios y por qué un ser humano no podría jugar a ello. ¿Por qué es jugar a ser Dios el modificar genéticamente un organismo, incluido un ser humano, y no se suele considerar que lo sea la creación de inteligencia artificial general, que podría afectar mucho más al futuro de nuestra especie y de otras?
Lo que habitualmente se quiere decir con esta acusación es que el ser humano dispone de una tecnología tan poderosa que, en su uso desmesurado, podría desencadenar efectos terribles que escaparan por completo a cualquier control. Hay que admitir que esta posibilidad hay que tomarla en cuenta, pero lo que se debe hacer entonces es mejorar los controles sobre el desarrollo tecnológico.
Por otro lado, ninguna tecnología, ni siquiera las de más uso, estaría exenta de esa crítica. Todas pueden tener efectos dañinos inesperados, y sin embargo eso no nos lleva a prohibirlas, sino a mejorar los análisis prospectivos y las regulaciones legales.
La objeción ética que a mí me parece que tiene más peso en esta discusión es la que señala que las células madre humanas pluripotentes que se insertan en estos embriones podrían ir a parar, si el desarrollo embrionario continuara, en una proporción importante a cualquier órgano, incluido el cerebro y las gónadas.
Podría generarse así un organismo cuyo cerebro estuviera compuesto en una gran parte por neuronas y células gliales humanas, o cuyos óvulos o espermatozoides pudieran ser humanos en su dotación genética. Esto último haría posible, según algunos, la eventualidad de que un ser humano pudiera ser engendrado por padres animales. Esta posibilidad, sin embargo, es remotísima, por no decir nula, puesto que en el desarrollo embrionario hay muchos más factores a tener en cuenta que el de los genes de los gametos.
En todo caso, resulta claro que hay que controlar muy bien dónde van esas células y qué órganos forman, y eso es técnicamente factible. Lo que estos investigadores afirman es que, de hecho, tienen mecanismos para evitar que las células madre pluripotentes humanas vayan al cerebro o a otros órganos concretos en el hipotético caso de que alguna vez esos embriones se implantaran y llegaran a término.
Hay que considerar, por otro lado, que un macaco con un cerebro constituido por un alto porcentaje de neuronas humanas no tendría por qué tener una inteligencia o una autoconsciencia comparable a la humana. No sería un ser humano pequeñito metido en el cuerpo de un macaco. El desarrollo de las neuronas en el ser humano requiere un entorno químico que no se da en otras especies, del mismo modo que varía el tiempo y el espacio necesario en comparación con el de esas otras especies, por lo tanto, el resultado no sería un cerebro humano de menor tamaño. Seguiría siendo el un macaco, solo que quizás un poco más complejo. Al menos esto es lo que sugieren algunos experimentos realizados previamente en ratones y monos.
Por ejemplo, en 2013 se publicó un artículo que describía la creación de ratones con cerebros con una alta proporción de células gliales humanas, lo cual potenció sus capacidades cognitivas, en especial la memoria y el aprendizaje de nuevas tareas. En 2019 se crearon en China macacos rhesus transgénicos a los que se había insertado un gen humano relacionado con el desarrollo cerebral, el MCPH1.
Los monos tuvieron un cerebro de tamaño normal, pero con un desarrollo neuronal más lento, y, por tanto, más cercano al humano, y con una mejor memoria a corto plazo. Pero en ambos casos, los ratones y los monos mostraron capacidades cognitivas muy cercanas al rango de su especie. Nada parecido al ‘uplift’ de la ciencia ficción, capaz de convertir a un chimpancé en un organismo con inteligencia humana, que tanto parece preocupar.
Los retos del futuro: un mayor control y regulación
Se aduce también que, por buenas que sean las intenciones de los científicos que las están desarrollando y por aceptables que sean ahora sus aplicaciones, estas técnicas podrían usarse algún día para fines perversos. Este es el argumento del doble uso, al que se le añade a menudo el de la pendiente deslizante: se empieza permitiendo estas cosas que no parecen ser muy peligrosas, pero con ello se crean las condiciones para que se realicen más adelante cosas mucho más inquietantes y censurables.
Esta objeción parece grave, pero en realidad podría aplicarse a cualquier tecnología. Prácticamente todas las tecnologías importantes en nuestra vida podrían ser empleadas para usos perversos y, una vez que se desarrollaron, abrieron posibilidades imprevistas que podrían ser muy negativas si se llevaran a cabo. De nuevo, lo que hay que exigir, si es que no se quiere paralizar sin más el desarrollo tecnológico, es que se mejoren y potencien los mecanismos de control y la regulación.
Finalmente, y por no alargar más la lista, se ha dicho que, tanto en lo que concierne a los animales donadores de óvulos, como a los animales quiméricos de los que obtener órganos para los xenotrasplantes, cuando los tengamos en el futuro, habrá que cuestionarse seriamente su bienestar. Estoy completamente de acuerdo con esto. Habrá que velar por dicho bienestar como debemos hacerlo por el de cualquier otro animal dependiente de los humanos, y quizás con mayor celo aun, dado su valor para nosotros.
Obviamente, esto no evitará los reproches éticos de los animalistas, puesto que estos animales habrán de ser sacrificados al final para salvar la vida a algún paciente, pero no creo que compartan esos reproches los familiares de las personas que reciban los trasplantes, ni tampoco la mayoría de la población, siempre que sus vidas se hayan desarrollado en condiciones dignas, y empleo aquí esta palabra con plena consciencia de ello.
La vía de los xenotransplantes está todavía lejana, pero hay que explorarla con los controles y precauciones que hagan falta. Izpisúa y su equipo son pioneros en este camino y eso nunca resulta fácil. Es un camino que no estará exento de obstáculos y de desafíos éticos que habrá que ir sopesando, pero por el momento parece prometedor.
Es autor de numerosos artículos y libros. Entre estos últimos destacan: "La vida bajo escrutinio. Una introducción a la filosofía de la biología" (Biblioteca Buridán, 2012), "Filosofía de la ciencia" (UMAeditorial, 2020), "Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano" (Herder, 2017), y "Cuerpos inadecuados" (Herder, 2021).
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