¿Tenían los neandertales las mismas capacidades intelectuales que nosotros? Quizá nos esté costando un poquito aceptarlo, a pesar de los muchos indicios. ¿Será simplemente cuestión de prudencia científica? ¿Tendrá la culpa cierto “chovinismo sapiens”? ¿Y si en parte se debe a ciertas ideas muy influyentes pero algo anticuadas, propagadas con gran éxito en la divulgación científica?
“Nuestros antepasados y primos más cercanos, el Homo erectus, los neandertales y otros poseían capacidades mentales de elevado orden, como lo indica la gama de útiles y otros artefactos que poseían. Pero solo el Homo sapiens muestra evidencia directa del tipo de razonamiento abstracto, que incluye usos numéricos y estéticos, que identificamos como distintivamente humanos. (…) Todo el arte de la edad del hielo (las pinturas rupestres, las figurillas de venus, las tallas de cabezas de caballos, los bajorrelieves de renos) fue realizado por nuestra especie. A partir de la evidencia de que en la actualidad disponemos, el hombre de Neandertal no sabía nada de arte representativo.”
Esto escribía Stephen Jay Gould hace casi tres décadas, reflejando el conocimiento de aquellos años, en su famoso libro 'La Vida Maravillosa'. Pero los neandertales pudieron haber creado complejas pinturas rupestres en cuevas de la Península Ibérica hace más de 64.000 años; lo publicaba el mes pasado la revista Science, con un estudio que databa figuras de animales, motivos geométricos y siluetas de manos en un momento en la que, según los datos disponibles, nuestra especie aún no había llegado a Europa.
La prudencia científica exige esperar confirmaciones, sobre todo cuando se trata de algo así de sensacional. Sin embargo, hoy en día, que los extintos neandertales (Homo neanderthalensis) pintasen en las paredes de las cuevas no es una posibilidad tan extraña como podría parecer. Ya sabíamos que manipulaban conchas, dientes de mamífero, plumas o garras de águila para hacerse adornos personales, revelando una psique sin diferencias claras con la de los humanos anatómicamente modernos (Homo sapiens). Durante los últimos años se ha repetido un patrón: herramientas, adornos, arte... algo atribuido al sapiens resulta ser, tras nuevas pruebas y estudios, de autoría neandertal.
¿Los paleoantropólogos han sido unos chovinistas de especie, unos neandertalofóbicos? Bueno, no mucho. Por lo general ha habido buenas razones para asignar por defecto las manifestaciones mentales más complejas al sapiens. Entre ellas, la razón más obvia: las altas capacidades de la mente sapiens ya se conocen, pues... somos nosotros. Como el valor al soldado, se presupone. Además, claro, tenemos un enorme registro arqueológico. Con la mente de las otras especies, por el contrario, partimos prácticamente de un misterio.
Sin embargo, otro tipo de ideas podría haber influido también en una cierta resistencia o demora para reconocer capacidades intelectuales “elevadas” en el fornido neandertal. Es solo una sugerencia y no la defenderé con demasiada energía, pero aunque esté muy equivocado, creo que puede dar pie a comentar algunas cuestiones interesantes.
La evolución según Gould
El paleontólogo y biólogo evolutivo Stephen Jay Gould fue uno de los más grandes divulgadores de la historia. También ha sido, y sigue siendo dieciséis años después de su muerte, un extraordinario influencer. Mediante sus publicaciones científicas y sus ensayos contagió sus ideas, a menudo provocativas, a veces demasiado arriesgadas, otras veces meros ecos de los avances científicos de su época, a miles de científicos, escritores y amantes de la ciencia.
Entre los mayores esfuerzos de Gould estuvo luchar contra las creencias anticuadas y erróneas sobre evolución; como la “escala del progreso” o “escala evolutiva”, viralizada con miles de ilustraciones mostrando especies dispuestas en una fila india con el hombre actual (¡algunas pocas veces, incluso, la mujer!) a la cabeza. Para Gould, la evolución no es un proceso que presente ninguna tendencia a crear humanos o criaturas similares. Nuestra especie, como el resto de las especies, es una ramita más en un gigantesco arbusto evolutivo:
“Somos una entidad improbable y frágil, afortunadamente próspera después de precarios comienzos como una pequeña población en África, no el previsible resultado final de una tendencia global. Somos una cosa, un artículo de la historia, no la encarnación de principios generales.”
Gould (y con él muchos de los gouldianos que devorábamos sus libros de ensayos), pensaba que las nuevas especies surgen rápidamente. Sus rasgos propios (en el Homo sapiens esto incluiría las capacidades artísticas) evolucionan en un corto periodo de tiempo mientras la especie se está diferenciando. Después se mantienen estables, en “estasis evolutiva”, por los siglos de los siglos, hasta que llega la extinción. Esto es, muy simplificado, el modelo de equilibrios interrumpidos que Gould desarrolló junto con su colega Niles Eldredge.
La evolución del Homo sapiens encajaba bien con el modelo, tal y como empezaba a entenderse en los años 80 y 90 gracias a avances en paleontología y genética, especialmente el estudio del ADN mitocondrial de las poblaciones actuales. Los gouldianos nos sentíamos vanguardia; quienes proponían una evolución más lenta, gradual y compleja nos parecían, por buenas razones, viejunos y obsoletos.
Otro de los grandes temas de Gould era la importancia de los acontecimientos aleatorios en la historia de la vida. La evolución es “contingente” y sus resultados (las especies como por ejemplo el Homo sapiens) son en general poco probables, difícilmente repetibles. Si pudiéramos rebobinar la cinta de la vida y le diéramos otra vez al botón de play (no sé si los lectores más jóvenes entenderán bien esta metáfora) entonces, por puro azar, la evolución transcurriría por caminos diferentes.
Con estos esquemas en la cabeza, el Homo sapiens y el Homo neanderthalensis serían dos brotecitos evolutivos surgidos de forma muy azarosa y rápida, diferentes entre sí tanto en rasgos obviamente físicos como en capacidades intelectuales desde el momento en que se originan. Y manteniendo esas diferencias para siempre.
Pero la ciencia siguió avanzando y el panorama se complicó sobremanera. Hoy sabemos que los antepasados de los sapiens y de los neandertales comenzaron a evolucionar por separado hace más de medio millón de años, a partir de un antepasado común más primitivo. Pero las dos líneas no estuvieron genéticamente aisladas.
Una mezcla de genes
Desde 2006, gracias a la secuenciación y el análisis del genoma neandertal, tenemos pruebas sólidas de que se produjeron cruces con descendencia fértil entre su especie y la nuestra (esto ocurre a menudo entre especies cercanas, aunque pueda resultar chocante si nos enseñaron en colegio que tal cosa es imposible). Genes neandertales acabaron en poblaciones sapiens, y viceversa. Como consecuencia, la gran mayoría de las personas actuales tenemos un pequeño porcentaje de genoma neandertal en nuestras células.
Contradiciendo el esquema gouldiano, neandertales y sapiens parecen haber evolucionado a lo largo de cientos de miles de años, gradualmente y despacito. Los rasgos del esqueleto que caracterizan a las dos especies fueron agregándose con el tiempo, algo que atestiguan las formas fósiles transicionales. Los humanos de la Sima de los Huesos en Atapuerca (Burgos), de hace más de 400.000 años, presentaban características mezcladas, intermedias entre neandertal y los humanos previos.
Para el experto Christopher Stringer estos individuos de La Sima eran, simplemente, neandertales antiguos y primitivos. Los investigadores del yacimiento sostuvieron desde el principio la hipótesis de que se trataba de “preneandertales”, antepasados de los neandertales o al menos una línea muy próxima a dichos antepasados. El equipo de Atapuerca nos lo regaló... y el genoma se lo confirmó.
Paralelamente, en África tenía lugar la evolución de nuestra propia especie; también más lenta, acumulativa y complicada de lo que habíamos pensado. Casi todas las fechas relativas a nuestra aparición, nuestra dispersión por el mundo, y al origen de nuestra variabilidad genética se han ido desplazando hacia atrás. En los genomas actuales no solo están las huellas de los cruces con el neandertal, sino de otros humanos arcaicos como el de Denisova.
En África se han ido descubriendo diversos fósiles de rasgos intermedios. Los de Jebel Irhoud (Marruecos), con 300.000 años de antigüedad, fueron recientemente presentados como “los primeros Homo sapiens”. La cara de estos señores era parecida a la nuestra, pero les faltaba nuestro bonito cráneo redondeado. La paleoantropóloga María Martinón explicó que estos fósiles cubren un vacío importante sobre nuestro origen, pero todavía no tienen las características que distinguen a los humanos modernos.
Sí, es lioso. Mucho más que la evolución simple e impulsiva que proponía Stephen Jay Gould. ¿Y qué hay de aquello de rebobinar la cinta de la vida? Bueno, Gould tenía razón... en parte; en una parte muy difícil de estimar. Se han hecho varios estudios de evolución experimental con virus y bacterias y, de nuevo, la situación es complicada. El resultado evolutivo se repite a veces con sorprendente tozudez, a veces con mucha menor frecuencia, según los casos y las condiciones.
Volviendo a los sapiens, a los neandertales y al arte, los datos indican ahora que ambos tipos humanos sufrieron cambios evolutivos distribuidos en largos periodos de tiempo y, como consecuencia, probablemente, distribuidos en una alta diversidad de ambientes naturales. Además, los dos linajes se conectaron genéticamente, entre ellos y con otros humanos distintos, al menos en algunos momentos de su historia. En lugar de dos brotes que aparecen de repente y se quedan congelados, parecen más bien ramas de crecimiento lento con tiempo y espacio de sobra para explorar diferentes direcciones.
Quizá este escenario complicado facilite considerar hipótesis más complicadas; como la de que ciertos cambios en el cerebro, incluyendo los necesarios para una poderosa mente simbólica y artística, pudieron surgir varias veces de forma paralela. O quizá (venga, vamos a volvernos locos) una sola vez, pero atravesando diferentes especies.
Foto | hairymuseummatt, Graham Crumb, iStock
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