"Porque el rey [Salomón] disponía de una flota que iba a Tarsis y una vez cada tres años las naves llegaban cargadas de oro, plata, marfil, monos y pavos reales". Lo cuenta la Biblia en el 'Libro de los Reyes' y durante siglos los exégetas han discutido dónde estaba ese remoto lugar lleno de riquezas.
Algunos creen que se trataba de un enclave en el Mar Rojo, otros que habría que buscar muy al sur en la costa africana; pero muchos tienen claro que solo puede referirse a un sitio: a Tartessos, el pueblo sin caras.
El misterio perenne de Tartessos. En los siete siglos que van desde el 1200 y el 500 antes de Cristo, floreció en torno al bajo Guadalquivir un pueblo extraño. Famoso por sus riquezas agrícolas, ganaderas y minerales, las referencias a Tartessos se prodigan durante todo ese periodo histórico para desaparecer de repente y sin dejar rastro.
Durante siglos, el misterio de Tartessos (habitualmente conectado con el de la Atlántida) intrigó a expertos de todo tipo. Tanto es así que ha resultado muy difícil separar el mito de la realidad. Y, de hecho, no faltan expertos que sostienen que no hay evidencias sólidas de que lo que llamamos Tartessos fuera realmente "un pueblo" con entidad propia.
Solo en las últimas décadas, el estudio riguroso de los yacimientos nos ha permitido empezar a saber si Tartessos fue algo más que una argamasa de tribus unidas por el dinero que venía de Oriente o había algo más. El problema es que esa idea acaba de cambiar radicalmente.
Un pueblo que no quería representar a sus dioses. Porque durante siglos, los expertos han considerado a Tartessos una cultura anicónica. Es decir, un pueblo que evitaba representar a sus dioses, profetas o líderes con forma humana y que, por eso mismo, utilizaba motivos animales, vegetales o betilos; es decir, piedras sagradas.
Mientras que la mayoría de pueblos mediterráneos era politeístas y tenían numerosas representaciones de sus dioses; en los yacimientos tartésicos ,no se encontraba nada de eso. Sí es cierto: habíamos encontrado alguna figura pintada en cerámica o "alguna esculturita de bronce pequeña, como la famosa Astarté del Carambolo", pero se consideraba más una aculturación fenicia que un desarrollo propio.
Eso acaba de cambiar. Porque esta mañana, se han presentado cinco caras perfectamente conservadas en el yacimiento tartésico de Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz). De ellas, "dos [...] se encuentran casi completos y corresponden a sendas figuras femeninas adornadas con destacados pendientes o arracadas que representan piezas típicas de la orfebrería tartésica". Otra de las tres parece representar a un guerrero (porque conserva parte del casco).
"Dada la calidad técnica y el detalle artístico con el que fueron elaboradas", explicaban los investigadores. "Parece que nos encontramos ante la representación de dos divinidades femeninas del panteón tartésico". Sin embargo, no descartan que se trate de personajes destacados de la sociedad tartésica.
En realidad, poco importa. El mero hecho de encontrar una cara tartésica es algo que cambia la forma en que pensábamos sobre este pueblo. O quizás no tanto. El hallazgo es tan improbable que cuando el primer investigador gritó que había encontrado un ojo, nadie se lo acabó de creer.
Sin embargo, queda mucho por contextualizar. No hay que olvidar que estas esculturas son del siglo V a.C. Es decir, los fenicios llevaban entre 600 y 300 años asentados en la costa. ¿De verdad estamos ante una revolución en el corazón de Tartesos o de un simple préstamos cultural que no cambia nada?
Imagen | CSIC
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