A finales de febrero de aquel año, la Inquisición romana se reunió por un asunto que marcaría el futuro de la ciencia moderna. En sus manos, había dos cartas casi iguales: una de ellas era escandalosamente herética; la otra, aunque sostuviera opiniones polémicas, era mucho más moderada. Una era verdadera; la otra, era sencillamente una falsificación.
Habían pasado 15 años desde que el dominico Guiordano Bruno había sido quemado vivo por sus escandalosas ideas. Entre ellas una que se defendía en la carta: la idea de que la Tierra gira alrededor del sol. Era 1615 y el futuro de Galileo Galilei pendía de un hilo.
Una carta capaz de condenarte a la hoguera
Unos días antes, el 7 de febrero, otro dominico, Niccolò Lorini, envió una copia de una carta a la Inquisición Romana. En aquellas siete páginas, escritas en 1613, Galileo desplegaba ante Benedetto Castelli, un matemático de la Universidad de Pisa, "uno de los primeros manifiestos seculares sobre la libertad científica".
Galileo defendía que la investigación científica debía ser independiente de la doctrina teológica. Sostenía que el puñado de referencias astronómicas que se pueden leer en la Biblia no debía ser tomadas literalmente como verdades incuestionables.
Para el pisano, resultaba probable que los escribas hubieran simplificado el funcionamiento del mundo para que pudieran ser entendidas por todos, independientemente de su formación. Por eso, señaló que las autoridades eclesiásticas no eran competentes para juzgar el asunto dado que, frente a lo que defendían, el modelo heliocéntrico no era incompatible con las escrituras.
Una carta con la que salir indemne
Aquello fue una bomba en Roma. Galileo era una persona extraordinariamente querida y respetada en la Ciudad Eterna. En 1611, un años después de publicar su famoso 'Sidereus nuncius' (donde aportaba pruebas para el heliocentrismo), Galileo fue recibido como un genio. Su telescopio se colocó en los jardines Quirinales y él mismo mostró al Papa los objetos celestes.
Por eso, cuando la carta llegó a Roma, sus amigos (que no eran pocos) lo avisaron rápidamente. Efectivamente, había escrito una carta a Castelli en 1613. En aquella época, era habitual que las cartas de este tipo se copiaran y difundieran como si de 'papers' actuales se tratasen. Pero, como comunicaría el mismo Galileo al Papado, la carta original no decía, de ninguna manera, lo que el ejemplar de Lorini pretendía.
Galileo escribió el 16 de febrero a un clérigo amigo con conexiones con la Inquisición insinuando que la carta podía haber sido adulterada. Se quejó de la “iniquidad e ignorancia” de sus críticos y se mostró preocupado ante la posibilidad de que el Santo Oficio “pudiera ser engañado en parte por este fraude”. Además, como tenía una copia de la carta, envió una copia de ella.
El primer juicio de Galileo
La existencia de las dos cartas (que aún se guardan en los Archivos Vaticanos) generaron muchas tensiones, dudas y polémicas dentro de la Inquisición romana. Finalmente, Galileo fue llamado a declarar en 1615. El tema era peliagudo porque, como sabía muy bien el mismo Galileo, no tenía pruebas irrefutables para sostener que el modelo heliocéntrico era cierto.
En aquella época, el alambicado modelo ptolomaico aún funcionaba mejor que los rudimentarios sistemas copernicanos. De hecho, las teorías de Copérnico durante años no pasaron de ser útiles herramientas de cálculo (pero incapaces aún de conseguir los niveles de precisión de la mecánica geocéntrica).
Es cierto que cosas como las lunas de Júpiter (propuestas por el mismo Galileo) suponían un desafío insalvable. Pero también es cierto que no disponíamos de una "teoría del telescopio". En la Tierra, las aberraciones causadas por unas lentes aún poco precisas se confirmaban con la experiencia empírica del mundo. Cuando hablábamos de objetos celestes, esa confirmación era imposible. ¿Y si era simples ilusiones?
La reunión en Roma fue relativamente bien para los estándares de la época. El tribunal condenó algunas de las ideas de las cartas y Galileo se comprometió a mantenerse al margen de polémicas que pudieran afectar a la Iglesia. No se incluyó ninguno de sus libros en el Índice de libros prohibidos y pasó largas temporadas en Roma con su buen amigo el papa Urbano VIII.
Escondida a la simple vista
No fue hasta muchos años después, cuando Galileo encontró un argumento "irrebatible" (aunque hoy sabemos que erróneo) del movimiento de la TIerra y se atrevió a publicarlo. Pero aquel suceso, lleno de intrigas políticas, disputas teológicas y desencuentros personales, es otra historia.
El misterio de las dos cartas ha generado, durante siglos, muchísimas preguntas. Nadie sabía a ciencia cierta si Galileo había sido víctima de una conspiración o si había tratado de zafarse de la Inquisición tras un arrebato de sinceridad con Castelli.
Ahora acabamos de descubrirlo y por casualidad, como suelen ocurrir estas cosas. El pasado 2 de agosto, Salvatore Ricciardo, un investigador postdoctoral en historia de la ciencia de la Universidad de Bérgamo, visitó la Biblioteca de la Royal Society de Londres para revisar el material que tenían sobre Benedetto Castelli.
Entre el material que guardaba la biblioteca encontró una carta datada unos meses antes de la polémica que llevaba en los fondos desde 1840. Nadie le había hecho mucho caso en los últimos cientos de años, pero Ricciardo se percató de que estaba mal datada. Era un documento firmado por 'GG' y estaba lleno de tachaduras: rápidamente se dio cuenta de la importancia potencial de la carta y pidió permiso para fotografiar las siete hojas.
En ellas, se puede ver perfectamente cómo el mismo Galileo tachó de su puño y letra las partes más incendiarias de la carta y las sustituyó por otras expresiones más moderadas. Es decir, quedaba demostrado cómo el famoso científico engañó a la Inquisición y mantuvo esa mentira durante toda su vida. Genio y figura, el tal Galileo.
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