La industria musical fue una de las que más sufrió durante la pandemia. Dos años de actividad intermitente entre ola y ola que limitaron la actividad a todas las escalas, desde las salas más pequeñas hasta los macrofestivales. La pandemia afectó a cómo disfrutamos de la música pero no nos quitó las ganas de disfrutarla en directo. Esto nos lleva a preguntarnos qué tiene la música en directo para que no podamos renunciar a ella.
Danza sincronizada. El ser humano es un animal principalmente social. Por eso no es de extrañar la escucha colectiva de música nos afecte en los más profundo. Lucía Vaquero Zamora, neurocientífica de la Universidad Complutense de Madrid, compiló recientemente en un artículo algunos estudios que señalaban la importancia del componente social de la música en directo, para así dar contexto a esta relación.
Una de las conclusiones que pueden sacarse de este texto es que nuestro entorno afecta a cómo percibimos la música, y el entorno de un concierto o festival puede ser propicio gracias a este componente social. En este contexto, lo bailable que sea la música también tendrá efecto sobre cómo la percibamos y cómo nos relacionemos con nuestro entorno.
La clave puede estar en la sincronía. La música facilita que grupos enteros de personas se muevan compartiendo un mismo ritmo. Esta sincronía tendría un efecto psicológico, y sería capaz de fomentar la confianza entre las personas, el sentimiento de filiación y la cooperación. Vamos, que escuchar música juntos nos acerca aún más.
Cuestión evolutiva. La música actuaría como “elemento facilitador que nos invita a movernos a su compás y a interactuar con nuestros semejantes” señala Vaquero Zamora. No está claro cual es el origen de la música, pero es evidente que nos lleva milenios acompañando (al menos 40), y durante la mayor parte de la historia, escuchar música ha sido un acto colectivo. En ocasiones ritual (pensemos en la música sacra) y en ocasiones puramente social (como la ópera en su época dorada).
No sería hasta que los aparatos de reproducción se popularizaran que la música entró en nuestras casas y pudo convertirse en un elemento más de nuestra vida privada. Y aun así la música en directo nunca se apagó. Quizá porque como señala Vaquero Zamora hablando de los festivales, ésta podría verse “como [un rito moderno] donde la música vuelve a ocupar su papel original”.
La neuroquímica de la música. No solo las condiciones externas afectan a nuestra vivencia musical. La neuroquímica tiene mucho que ver con cómo nos llega la música. La música ha sido vinculada con los niveles de hormonas relacionadas con nuestro bienestar. Un ejemplo de esto es la disminución de los niveles de cortisol detectados en participantes en un estudio realizado en 2013. Esta disminución se daba independientemente del gusto declarado por la música, es decir, si el tema se correspondía o no con los gustos musicales de los y las participantes.
Un estudio de 2012 estudió la relación entre la segregación de oxitocina y vasopresina en individuos con síndrome de Williams, una condición que, entre otros efectos en la conducta, causa en quienes lo padecen una singular afinidad con la música.
Ruido. No todo son ventajas en los conciertos. Por mucho que estemos adaptados para la escucha de música, nuestros oídos tienen límites sobre el volumen al que la podemos escuchar. La pérdida de audición es conocida como hipoacusia, y puede ser causada por la exposición repetida a sonidos a volúmenes excesivos. Esta exposición también puede causar tinnitus, un zumbido prolongado e incómodo en los oídos.
Consumo energético. Los festivales musicales se han convertido en un rasgo más del verano, como la playa, los chiringuitos y las fiestas populares. Pero esta forma de escuchar música en directo tiene también su problemática, y es que los festivales musicales se han convertido en ferias donde la música ocupa un lugar principal, pero está acompañada de multitud de entretenimientos. Y todo este conjunto implica un gran consumo energético.
En el contexto actual, el impacto de una alta demanda energética puede preocuparnos, pero a largo plazo, es quizá la huella de carbono de estos eventos la variable a vigilar. Es evidente que el consumo eléctirco de los equipos de luces y sonido es alto, pero a este hay que sumar el consumo realizado en desplazamientos, montaje y desmontaje, tratamiento de residuos, etc. En cualquier caso parece que habrá que esperar para saber cuál es la huella de carbono que dejen los festivales de esta temporada.
La economía de la música en vivo. Los festivales de música modernos cuentan con presupuestos millonarios y pueden tener también una repercusión millonaria en la economía de la zona. La economía de los festivales de música es compleja, y abarca desde las subvenciones que éstos reciben, al precio de las entradas, salario de artistas y trabajadores, efectos colaterales sobre el sector turístico y medioambiental… amén de la economía sumergida que puede aparecer en su entorno.
Sin embargo la música en directo a pequeña escala cuenta con su economía propia, que afecta a salas de concierto, entidades públicas, consumidores y artistas. Tan solo ciudades con escenas vibrantes pueden llegar a atraer turismo gracias a la música a pequeña escala (seguramente el ejemplo de esto sería Nueva Orleans), otros muchos aspectos de la economía sí están muy vinculados con la economía local.
Imagen | Wendy Wei
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