Internet es una de las creaciones más rupturistas del ser humano. Su enorme utilidad, su amplísimo alcance y el profundo impacto que tiene en nuestras vidas han cambiado irreversiblemente no solo cómo nos relacionamos entre nosotros; también cómo nos relacionamos con el mundo.
Que algo tan vasto y complejo funcione razonablemente bien es sorprendente incluso para las personas que conocen con cierto detalle el sustrato tecnológico que hace posible esta gigantesca red de comunicaciones y servicios.
A bote pronto se me ocurren varios ingenios creados por el ser humano que son más meritorios desde un punto de vista científico que internet, y también más complejos desde una perspectiva técnica.
Los detectores de partículas que trabajan codo con codo junto al LHC en el CERN y el reactor de fusión nuclear que está siendo construido en estos momentos en la localidad francesa de Cadarache ejemplifican muy bien los logros científicos y técnicos que hemos alcanzado. Sin embargo, internet tiene algo que estas máquinas no tienen: su universalidad.
Todos formamos parte de esta enorme red. Cada día aproximadamente 4000 millones de usuarios utilizamos los servicios que varios millones de empresas y otras entidades han depositado en ella. Y funciona. Es evidente que internet no es inmune a los fallos. De hecho, hace pocas semanas buena parte de los servicios se vinieron abajo durante un par de horas debido a la caída de Fastly.
Afortunadamente, los errores en los que se ve involucrada buena parte de la red son poco frecuentes, pero los fallos que tienen un alcance mucho más limitado se producen constantemente. Y, aun así, nuestra experiencia como usuarios generalmente es buena.
Desde fuera parece un milagro que un recurso en el que participan tantos usuarios, tantas administraciones y tantas corporaciones con intereses tan diferentes se mantenga en pie. Pero lo hace. Y en gran medida la responsable de poner orden y evitar que impere el caos en internet es, precisamente, la organización a la que dedicamos este artículo.
Se llama IETF (Internet Engineering Task Force), y es, sencillamente, quien pone las reglas. Quien propone cómo se deben hacer las cosas. Y quien dirime cómo evolucionará esta red en el futuro. Su labor es muy importante, y, a pesar de ello, es poco conocida por el gran público. Esperamos que este artículo os ayude a conocerla un poco mejor.
Qué es IETF y a qué se dedica
El Grupo de trabajo para la ingeniería de internet, que es una traducción bastante certera de la denominación en inglés que he descrito en el párrafo anterior, es una organización internacional que no persigue el lucro y que tiene como propósito principal proponer los estándares sobre los que se erige internet. Comenzó su andadura a principios de 1986, y su sede central está en Fremont, una ciudad ubicada cerca de San Francisco, en California (Estados Unidos).
La universalidad de internet de la que he hablado unas líneas más arriba provoca que sus recursos estén a disposición de millones de empresas y otro tipo de organizaciones con intereses muy diferentes, y, a menudo, opuestos.
Si cada una de estas entidades hiciese y deshiciese a su antojo con el único propósito de defender sus intereses, internet no habría alcanzado el grado de desarrollo que tiene actualmente. Este es, precisamente, el espacio que ocupa la organización IETF al actuar como un moderador o árbitro que vela por el desarrollo de internet y los intereses de todos los usuarios en su conjunto.
La herramienta utilizada por IETF para mediar entre los fabricantes de hardware, los desarrolladores de software y las empresas que prestan servicios son los estándares. Una forma sencilla e intuitiva de definir un estándar tecnológico consiste en observarlo como una norma que describe de una manera minuciosa la solución a un problema o la forma de implementar una innovación.
Si todo aquel que se enfrenta a ese problema lo afronta utilizando la estrategia que propone el estándar será posible implementar una uniformidad muy beneficiosa en aras de garantizar la compatibilidad de todas las soluciones sin importar su procedencia. De eso se trata en definitiva.
Los estándares que propone IETF son abiertos, por lo que cualquier persona o entidad que esté interesada en conocer qué sugiere cualquiera de ellos puede acceder a su contenido y utilizarlo sin pagar nada. De hecho, todos están disponibles públicamente en el repositorio que mantiene esta organización.
Además, un principio importante que nos interesa conocer es que la solución que propone cada estándar persigue desplegar la estrategia óptima, de manera que las personas que intervienen en su definición tienen que llevar a cabo una discusión de carácter técnico para encontrar la propuesta ideal.
Abarcar toda la complejidad técnica que acarrea internet no es sencillo, lo que ha provocado que IETF esté organizada en varias áreas diferentes que persiguen ordenar el maremágnum de propuestas que es necesario poner a punto. Algunas de estas áreas son Aplicaciones y tiempo real, o ‘art’ (Applications and Real-Time); Operaciones y gestión, u ‘ops’ (Operations and Management); Seguridad, o ‘sec’ (Security); y Transporte, o ‘tsv’ (Transport).
Además, cada área está dividida a su vez en varios grupos de trabajo. Cada uno de ellos persigue encontrar la solución a un problema concreto, o desarrollar una innovación en particular, y una vez que ha cumplido su objetivo se cierra.
Los miembros de IETF se reúnen tres veces al año para desarrollar los proyectos más prometedores que tienen entre manos. Además, esta organización promueve los hackathons, que son encuentros entre programadores y otros expertos en las tecnologías involucradas en internet en los que se elaboran aplicaciones a partir de los estándares aprobados por esta institución. En estos eventos también se exponen nuevas ideas que pueden ser posteriormente desarrolladas en los grupos de trabajo.
Qué personas forman parte de esta organización
La procedencia de las personas que participan en IETF es variopinta. Como podemos intuir, los fabricantes de hardware y equipos de comunicaciones están representados en esta organización. Los desarrolladores de software, también. Y los proveedores de servicios, como es lógico, no pueden faltar. No obstante, los profesionales de las empresas no son los únicos que intervienen en la elaboración de los estándares.
En IETF también colaboran muchos investigadores, profesores universitarios y estudiantes. Incluso hay un nutrido grupo de usuarios sin afiliación alguna cuyo único interés es aportar su granito de arena al futuro de internet. Cualquiera de nosotros puede contribuir.
De hecho, lo que realmente importa es que todas las personas que tienen algo que aportar puedan hacerlo con total libertad. Este es el pilar fundamental de esta organización y la filosofía que la ha ayudado a afianzar su relevancia durante tres décadas y media.
Lo único que tenemos que hacer para aportar en alguna de las áreas en las que desarrolla su actividad IETF es suscribirnos a la lista de correo del grupo de trabajo que aborda la materia que nos interesa. E interactuar con los demás miembros para exponer nuestras aportaciones. Solo eso.
La mayor parte del trabajo que lleva a cabo esta organización se desarrolla dentro de estas listas de correo, que, eso sí, únicamente están disponibles en inglés, por lo que es importante sentirse cómodo en este idioma.
Un apunte importante que no debemos pasar por alto: para participar en IETF no hay que pagar nada. Y tampoco que afiliarse a esta organización. Solo hay que suscribirse a la lista de correo del grupo de trabajo apropiado. Solo eso.
Cualquier contribución puede ser valiosa sin importar la procedencia de la persona a la que se le ha ocurrido. Lo único relevante es su mérito tecnológico. Que realmente aporte algo.
Cómo se aprueba un nuevo estándar
El esfuerzo de las personas que forman parte de esta organización ha hecho posible la práctica totalidad de los estándares que los internautas utilizamos todos los días (o casi todos), como HTTPS, DNS o IPv6, entre muchos otros.
Detrás de la elaboración de cada una de estas innovaciones hay mucho trabajo, pero, curiosamente, el procedimiento que utiliza IETF para desarrollarlos es razonablemente sencillo.
El resultado de la discusión de carácter técnico que se lleva a cabo en los grupos de trabajo es un borrador (draft por su designación en inglés), que puede proponer la solución a un problema, la mejora de un estándar que ya se está utilizando, o, sencillamente, puede ser un documento meramente informativo.
A partir de este momento la discusión se desarrolla sobre el propio borrador, y una vez que los miembros del área concluyen que tienen entre manos la solución óptima, el borrador se aprueba.
En adelante ese documento ya no será un borrador; pasa a llamarse RFC (Request for Comments), una designación en inglés que en español podemos traducir como ‘solicitud de comentarios’. No es algo inamovible, pero como ha sido elaborado por expertos en la materia y es el resultado de una discusión técnica previa, es la aproximación más certera a los estándares que posteriormente van a ser utilizados. De hecho, los protocolos más importantes que hacen posible que internet funcione como lo hace actualmente están descritos mediante RFC.
Los estándares que propone IETF no son de obligado cumplimiento. Como he mencionado anteriormente, proponen soluciones y describen cómo implementar algunas innovaciones. Están disponibles para que cualquier corporación o persona pueda utilizarlos, pero nadie está obligado a hacerlo.
Aun así, la mayor parte de ellos son aceptados y respetados escrupulosamente por una razón: garantizan la interoperabilidad y la compatibilidad de los componentes y los servicios que dan forma a internet. Y no cabe duda de que esta es una razón poderosa para acogerlos.
La última cruzada de IETF: erradicar los términos ofensivos
La influencia de esta organización va más allá de la aprobación de los estándares sobre los que se erige internet. Durante los últimos meses se han alzado voces dentro de IETF que denuncian la necesidad de dejar de utilizar algunos términos vinculados al ámbito tecnológico con los que todos estamos familiarizados.
Las personas que defienden esta iniciativa están convencidas de que es necesario actualizar aquellas designaciones que tienen connotaciones racistas, como ‘maestro’, ‘esclavo’, ‘lista negra’ o ‘lista blanca’.
Este movimiento se originó de forma tímida en un grupo de trabajo, y poco a poco ha ido ganando apoyo e incrementando su eco, pero, como toda iniciativa de este tipo, también ha suscitado recelos.
Algunas voces aseguran que esta propuesta es innecesaria debido a que estos términos no tienen las mismas connotaciones para todo el mundo por una razón: la prevalencia del racismo no es la misma en todos los países.
En cierto modo resulta sorprendente que esta discusión haya alcanzado a una organización que se dedica a la tecnología como IETF, pero no es algo negativo en absoluto.
La sensibilidad que tiene cualquier persona ante un tema tan delicado como este, especialmente después de los sucesos que han tenido lugar recientemente en Estados Unidos, es digna de respeto. Y una discusión constructiva siempre es positiva porque tiene la capacidad de enriquecernos a todos.
Solo el tiempo nos demostrará si esta iniciativa consigue prosperar, o si, por el contrario, acaba perdiendo apoyo y difuminándose. En cualquier caso, suceda lo que suceda con ella lo único que puede hacer IETF es, una vez más, proponernos una recomendación.
A partir de ahí los usuarios tenemos la libertad de decidir qué palabras queremos utilizar tanto en el ámbito tecnológico como fuera de él. No puede ser de otra forma.
Imágenes: Pixabay | Andrea Piacquadio | Christina Morillo
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