¿Eres lector compulsivo y completista de H.P. Lovecraft? Nosotros también. Es normal: como hemos comentado en infinidad de ocasiones (aquí, aquí o aquí), el autor de 'La llamada de Cthulhu' es un esencial del horror materialista, esa mezcla única de terror y ciencia ficción que generó uno de los panteones de criaturas más fascinantes de la cultura pop del siglo XX. La influencia de Lovecraft después de su muerte (pues nunca disfrutó del éxito en vida) es inabarcable, y los tentáculos de sus Profundos se extienden sobre toda la literatura, los juegos de rol y la música macabra que se hace actualmente.
Pero... ¿qué pensarías si te dijéramos que aunque hayas leído la obra completa de Lovecraft en realidad solo has leído una mínima parte de lo que salió de su pluma? Lovecraft era una persona con severas dificultades para relacionarse con el mundo exterior: sus ideales arcaicos, su frágil salud, su profunda timidez y su rotundo rechazo a tratarse con nadie que no compartiera sus ideales literarios le llevaron a vivir buena parte de su vida como un eremita, encerrado en casa y entregado a la lectura, a reescribir sin descanso sus obras y a escribir cartas. Miles de cartas.
Se estima que Lovecraft escribió unas 75.000 cartas en toda su vida, de las que han sobrevivido alrededor de una quinta parte. En ellas discutía todo tipo de cosas, de su día a día a las crónicas de sus viajes por Estados Unidos, pasando por sus visiones acerca de cómo tenía que ser la literatura extraña o weird. Esencialmente en las de esta temática se centra el volumen que ha seleccionado, recopilado y traducido Javier Calvo para Aristas Martínez, 'Escribir contra los hombres - Cartas I'
Con semejante volumen de misivas, comparable solo al de otro histórico aficionado a la correspondencia, Voltaire, no es de extrañar que la obra completa de Lovecraft quepa en solo un par de volúmenes. Pero además, este libro, exquisitamente editado -como es habitual en Aristas Martínez, mucho ojo a la sensacional portada de El Marqués, una apropiada reinterpretación de 'El sueño de la razón produce monstruos' de Goya- responde a múltiples enigmas sobre la ideología, los métodos y las fobias del escritor. Es, en definitiva, un acercamiento a su persona tan importante y, en muchos casos, más significativo que su propia obra de ficción.
Las más altas cimas de la miseria
Asomarse a la correspondencia de Lovecraft ofrece una perspectiva única a cualquiera que esté interesado no ya en el autor de Providence, sino directamente en el alambicado proceso creativo de cualquier escritor. La clave está en que Lovecraft no escribió estas cartas pensando en que fueran leídas por el público general, sino como una mera conversación, a menudo tremendamente informal y sin filtros, con sus corresponsales.
Eso nos brinda un privilegio único, ya que permite que nos asomemos a los pensamientos más íntimos de Lovecraft de forma mucho más fidedigna a como haría un biógrafo o incluso de lo que él dejaría entrever en un texto destinado a la lectura pública. Por ejemplo, suyo es el fundacional ensayo sobre la literatura de género 'El horror sobrenatural en la literatura': leido en combinación con las cartas se enriquece notoriamente, ya que en sus misivas Lovecraft no se preocupa de tomar posturas académicas de cara a la galería.
Esto también implica que en ellas no hay ningún tipo de contención. En 'Escribir contra los hombres' vemos a un Lovecraft desatado capaz de divagar sin control sobre lo que le interesa y apasiona, y de escribir cartas que, según Calvo, habrían alcanzado las ochenta páginas del libro. Esta es una selección solo puntual de sus misivas, pero que muy acertadamente Aristas Editorial ha decidido centrar en una sola temática: su relación con la literatura y el mundo editorial, dejando otros temas para futuros volúmenes.
Lovecraft vivió una vida dedicada a la escritura en parte por elección, constreñido por sus estrictas autoexigencias a la hora de escribir, en parte porque la literatura más respetable no era un mercado posible para la rotunda mezcla de desmanes oníricos, terror materialista y ciencia ficción gargantuesca que solo él cultivaba. Tenía que publicar en revistas pulp a cambio de tarifas ridículas, y sus ingresos se completaban con la generosidad de sus amigos y familiares cercanos y un trabajo de corrector que no le cundía demasiado porque era incapaz de revisar textos ajenos sin meterles mano a fondo, convirtiéndolos casi en obras compartidas.
Todo ello aparece en las cartas, reflejado con una mezcla de humor y amargura absolutamente únicos. En el libro percibimos a un Lovecraft a la vez orgulloso de vivir alejado de las modas y las corrientes literarias en boga y deprimido por los constantes rechazos que sufría una obra adelantada a su tiempo. Ansiaba el respeto y la admiración de sus contemporáneos, pero a la vez despreciaba las revistuchas en las que se veía obligado a colaborar (a veces solo publicaciones amateurs se dignaban a publicar sus relatos).
En las cartas además se perciben además rasgos de su carácter que hoy nos resultan incómodos o directamente intolerables: Lovecraft -encerrado en su microcosmos de libros, castidad y pánico existencial, con lo que las ideas que hacían progresar al siglo XX en sus primeras décadas no se filtraban en su personalidad- era un tipo misógino, racista, clasista y homófobo. Y si todo ello se percibe sin problemas en sus relatos, en sus cartas -donde no tiene que aparentar ante sus amigos ningún tipo de convención social- estos rasgos hoy detestables se desatan. Pocos autores como Lovecraft para ensayar eso que se dice tanto de separar la obra y el autor. En este caso, hay que hacer la escisión con un bisturí de cirujano.
Pero por encima de todo, las cartas de Lovecraft son una excelente pieza de intimidad literaria, una zambullida en la personalidad de un autor mítico que resulta más profunda y menos maquillada que, por ejemplo, una autobiografía. Y de un autor, además, especialmente consciente de su vision, de lo que quería transmitir y de cómo llegar a ello: como muchos de sus corresponsales eran también escritores (Robert Bloch, August Derleth, Robert E. Howard, Fritz Leiber, Frank Belknap Long, E.Hoffman Price, Clark Ashton Smith o el editor de 'Weird Tales' Farnsworth Wright, entre muchos otros), en las cartas discute técnicas literarias, temas recurrenes y cómo llegar hasta ellos.
Todo está en las cartas, y es un festín para aficionados al autor. Las bases de la literatura extraña (desde su devoción original por Dunsany o Poe a su revelador descubrimiento de gente como Arthur Machen, algo que el lector va viviendo en directo); su cada vez más deteriorada relación con las revistas que publicaban sus textos mutilados y despiezados; la estricta filosofía autoral que le obligaba a ser extremadamente realista y verosímil dentro del marco del fantástico; o su rampante y admirable objetivismo, derivado de su ateísmo y que luego Derleth se encargaría de destrozar con la construcción de un panteón de monstruos buenos y malos a partir de los Mitos.
Lovecraft es uno de los tiparracos más cargantes, remilgados y odiosos que ha dado la literatura del siglo XX, pero también un genio absoluto que revolucionó el terror y la ciencia ficción para siempre. Esa contradicción está absolutamente presente en sus cartas, y Aristas Martínez lo pone a nuestro alcance con esta edición que se verá ampliada en el futuro con otros dos volúmenes, dedicados a las visiones de Lovecraft sobre la sociedad de su época (nos vamos poniendo el cinturón) y a sus experiencias oníricas contadas en detalle (muchas de ellas, auténticos relatos nunca publicados). Seguiremos atentos al buzón.
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