El 1% de la industria musical: los grandes nombres ya se llevan el 60% de los ingresos por concierto

Beyonce
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¿Te acompaña la sensación de que, de un tiempo a esta parte, todas las canciones suenan más o menos igual? No es un ardid de tu cerebro. La preeminencia del monogénero, o lo que es lo mismo, de las producciones transversales que se apoyan en la masiva distribución de Internet para generar audiencias enormes, es real. Y va a más. Su manifestación no sólo tiene un carácter estético o artístico, sino también económico. La música se ha convertido en un monopolio del 1%.

Concentración. Lo ilustra la más reciente investigación de Alan Kruger, difunto economista y estudioso de la industria musical desde hace más de dos décadas. Recogida por The Wall Street Journal, sus hallazgos son inquietantes: el 1% de los artistas globales (desde Taylor Swift hasta Beyoncé, pasando por Guns 'N Roses o Bruce Springsteen) genera el 60% de los ingresos por actuaciones en vivo. Los conciertos cada vez son más rentables. Para unos pocos.

Desigualdad. Kruger ya había esbozado ideas similares hace quince años. Entonces, descubrió que los precios por concierto, muy en especial los más caros, habían crecido exponencialmente durante la recta final de los noventa. The Rolling Stones estaban ganando más de $400 millones más en 2003 ofreciendo menos conciertos y vendiendo muchas menos entradas que en 1995. Ante la decadencia del CD, ya incipiente, la industria se empezaba a volcar en el directo.

La tendencia. La dinámica se ha acrecentado durante los últimos años, tras la volatilización definitiva del formato físico y el derrumbe del modelo de negocio tradicional. Hoy El 5% de los músicos se lleva el 85% de los ingresos generados sobre el escenario. Hace algunas décadas la dinámica era distinta: en 1982 el 1% tan sólo se llevaba el 25% de las ganancias, mientras que el 95% aún lograba embolsarse en torno al 30%.

La desigualdad siempre ha existido. Ahora se ha acentuado al extremo.

¿Por qué? Primero, porque el dinero está ahí. El precio medio de un concierto en Estados Unidos se eleva al $69. Es muy caro, lo que exige enormes inversiones y espectáculos grandilocuentes que satisfagan tan alta exigencia económica. Si llegas a ese punto, como logran Ed Sheeran, Taylor Swift y Beyoncé, puedes hacerte de oro. Entre los tres vendieron entradas por un valor superior a los $1.000 millones.

El problema es que muy pocos artistas pueden moverse en cifras tan abultadas. Girar es caro. La barrera de entrada es, año a año, superior. Adiós, clase media, hola, artista-acontecimiento.

Audiencias. Es un círculo vicioso: ganar dinero sobre el escenario obliga a grandes espectáculos que atraigan a grandes audiencias; pero sólo puedes atraer a grandes audiencias mediante grandes espectáculos generando mucho dinero. La lógica refuerza el dominio del 1% y de artistas transnacionales cuyo mensaje, amplificado por el efecto del streaming y el fin de las barreras físicas, resuena en las cuatro esquinas del mundo. Transatlánticos musicales.

El streaming. ¿Y qué hay del resto? La esperanza del streaming es, de momento, magra: ya supera a las ventas en formato físico, pero tan sólo genera $6.000 millones anuales. A principios de los '00, los CD lograban insuflar a la industria más de $25.000 millones anuales. Las plataformas de streaming, como Spotify, están generando por primera vez beneficios, pero su modelo de negocio aún es precario. Y de ahí que sean cada vez más reacias a entregar más dinero a los artistas.

Monotonía. Y hay otro factor: las playlists. Ya no consumimos discos, sino listas de reproducción centralizadas y elaboradas por nuestra plataforma de turno. Hoy son el objeto de deseo de todos los agentes y de todas las discográficas. Un estudio calcula que aparecer en Today's Top Hits de Spotify dispara las escuchas en 20 millones, generando hasta $163.000 para el artista agraciado. ¿Quién tiene el poder para marcar tendencia y colocar sus temas? Correcto: el 1% y el 5%.

No es ningún secreto: la pelea por dominar las playlists y vencer la lógica del algoritmo (sí, aquí también) ha provocado que las canciones cada vez sean más cortas, introduzcan sus ganchos y estribillos más pronto, y se parezcan más y más entre sí. La industria recicla tendencias y gustos para que sus artistas sigan dentro del 1%. Y así llevarse un trozo del cada vez más exclusivo pastel.

Imagen:  Matt Sayles/AP

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