Soy una privilegiada entre los jóvenes de mi país. Tengo trabajo y no uno que me de un salario del miedo, no de esos por los que cualquier gasto imprevisto cotidiano supone la ruina. Tampoco tengo un puesto de esos con los que no sabes, cada viernes de final de mes, si van a mandarte al despacho para tener una dolorosa conversación. No pueden decir lo mismo la mitad de chicos y chicas de España. En realidad, apenas el 20% está en mi mismo lugar. Pero eso no significa que esté libre de los quebraderos de mi generación.
Porque estoy buscando piso.
Y esto me está causando estragos. Falta de sueño, caída del estado anímico, estupefacción ante los apartamentos que se me escapan por los motivos más variados. Todos los detalles prácticos de la jungla que es ahora mismo ser joven y buscarte un hueco de alquiler digno en la ciudad lo han expuesto otros compañeros aquí, aquí o aquí.
Más que datos, aquí quiero centrarme en la parte emocional, porque es una preocupación que ha monopolizado de tal forma mi vida que ahora cuando veo cualquier cosa me imagino que están hablando de eso mismo. No es broma, Madre! la leí como la obra de una joven a la que no le dejan tener una casa en paz y Blade Runner 2049 se convirtió en la confirmación melancólica y pesimista de que vamos camino de que los pisos de 30 metros cuadrados que nos parecen el horror en IKEA sean nuestro estándar vital por defecto.
No necesito estadísticas, sino comprensión y consuelo. Y lo voy a buscar en el cine, esa pantalla que no me hace preguntas ni cuestiona mi visión absolutamente pesimista del mercado inmobiliario que sólo pueden entender los que estén en mi misma situación. Porque sí, hay gente que ve esto como la típica queja millennial y no ese mal que evita, entre otras cosas, que vivamos con una cierta estabilidad mental. Que compremos muebles. O que tengamos hijos.
Sea cierto o no, sé que este es un sentimiento de derrota compartido por muchos de entre los míos. Para ellos dejo este recetario del que echar mano tras el decimoquinto fracaso en su búsqueda de un hogar.
Esta casa es una ruina, para entrar a morir
Es poco probable que no conozcas este hito de la sobremesa, pero en caso de no ser así, necesitas a Shelley Long y Tom Hanks joven en tu vida para darle comedia al absurdo de un casoplón estilo americano algo deteriorado pero con muchas posibilidades que va revelando cual cebolla sus capas de descomposición interna y que, como es lógico, va afectando a la relación de sus protagonistas. Pocas escenas más traumáticas para el comprador de vivienda que la demolición del suelo piso a piso de una bañera.
Por qué verla: porque nos aporta una instructiva moraleja sobre la gestión emocional a la hora de afrontar la compra de vivienda con nuestra pareja.
Los Blandings ya tienen casa, y modestita
Aunque muchos no lo sepan, Esta casa es una ruina fue un remake de una comedia de finales de los 40 de H.C. Potter. Una en la que una familia de clase medi-alta quería huir del ruido vecinal de la ciudad para vivir más cómodamente en los suburbios. El arco narrativo, la consecución de peripecias hogareñas es muy parecida a la peli de Tom Hanks. Y siempre es divertido ver cómo para el hombre estadounidense de aquel entonces el auténtico drama era descubrir que va a tener que hipotecarse un par de décadas.
Por qué verla: para recordar que siempre habrá gente para la que los mínimos de lo que debe considerarse un "hogar digno" están muy por encima de los tuyos. Aunque sea gente de hace siete décadas.
Cinco metros cuadrados, pesadilla sobre plano
Nadie mejor que los dos personajes más mediocremente entrañables de Aquí no hay quién viva, Fernando Tejero y Malena Alterio, para representar uno de los dramas más populares de los años del boom inmobiliario. Comprarte un pisito a las afueras de Madrid sobre plano para que los constructores y concejales te mareen, te estafen, te arruinen la vida entre la ilusión de conseguir que te de el aire en tu terraza de cinco metros cuadrados, esa que has pagado a precio de oro, y la asfixia de un proyecto que, con toda evidencia, se va desmoronando. La indefensión aprieta y acaba ahogando.
Por qué verla: porque no te has metido a un proyecto de obra.
Dúplex, cómo no acabar en Callejeros
El piso lo tiene todo. Dos plantas, habitación para el servicio, vistas a la avenida, tarima flotante y ventanas oscilobatientes. La comunidad está incluida y el precio es hasta asequible. ¿Será que hay truco? Los portales de ayuda al inquilino suelen advertir de tres problemas que suelen aparecer en los chollos: bichos, humedades… o un vecino muy ruidoso. Como constatan Ben Stiller y Drew Barrymore en esta comedia comercial, con tu contrato no sólo te casas con tus metros cuadrados, sino también con los de la gente a tu alrededor.
Por qué verla: para recordar que esos vecinos que apestan el patio con olor a fritanga todas las noches tampoco son lo peor que te podría pasar.
El pisito, tu plan renove particular
Sumerjámonos en la crisis de la vivienda madrileña de la posguerra en aquel período en el que masas de pueblerinos errantes acudían en tropel a las grandes ciudades, en las que no había suficiente dinero para construir las viviendas necesarias para soportar la demanda.
Si ahora nos dan pena los jóvenes que tienen que subarrendar sus habitaciones por Airbnb para poder sufragar el alquiler, peor era cuando familias vivían en habitaciones o, como el caso de doña Martina, la muerte del inquilino podía llevar a la ruina a todos los realquilados que con ella compartían casa.
Por qué verla: porque este clásico patrio que va del neorrealismo a la tragicomedia española nos recuerda que, aunque hayamos ganado muchísima calidad de vida, la base de la miseria y la picaresca que nos caracteriza sigue intacta medio siglo después.
El inquilino, no nos vamos nos echan
Pero si El pisito nos entretiene con la crudeza de aquella realidad, El inquilino, esa película que “es la vida de todos ustedes” va a por todas, a despertar las conciencias de los españoles de la clase media-baja del franquismo. Como un ataque a los valores del régimen lo vieron los censores, que obligaron a José Antonio Nieves Conde, el director de Surcos, a cambiar el final de esta película por uno feliz, más benevolente con el Gobierno pero también por eso mucho menos representativo de lo que ocurría en realidad.
Porque, como podemos hoy ver, el súbito aviso de derribo a los arrendatarios de su bloque, y por mucho que la familia se esforzase por encontrar soluciones de todo tipo, podía ponerlos de patitas en la calle y relegarlos a la indigencia.
Por qué verla: porque no hay cortapisas a la hora de plasmar la miseria social de una época que, por suerte, ya no es la nuestra.
El verdugo, hipotecando hasta el alma
Sí, como ya te darás cuenta, en esta lista la presencia de filmes españoles es especialmente notable. Y es muy normal, porque la adquisición de un piso es casi lo más importante de la vida en la piel de toro, la madurez e incluso la validación como individuos. Este paradigma del humor negro español, nos muestra a un hombre que, preso de las circunstancias que le rodean, se ve casi obligado a aceptar la que se presenta como la solución a todos sus problemas, también el de la vivienda: apretar de vez en cuando un garrote. Por mucho que queramos disimularlo en pretextos a lo juicio de Nuremberg, prosperamos a costa del sufrimiento ajeno.
Por qué verla: para recordar que la corrupción espiritual puede garantizarnos la solución inmobiliaria, siempre y cuando nosotros queramos aceptarlo.
La vida por delante, la auténtica generación más preparada de la historia
Y de la posguerra pasamos al aperturismo, a cuando en la pareja marido y mujer podían trabajar pero las expectativas de los de aquella generación se iban frustrando a medida que descubrían que, al igual que ahora, sacarse el título no te garantizaba encontrar el ansiado empleo que te pagase el cochecito y el pisito. Pisitos que, por cierto, se realizaban con consentimiento del Ministerio sin que eso garantizase que fuesen espacios habitables.
Este sainete dirigido por Fernando Fernán Gómez es, además, un referente del uso de recursos narrativos muy innovadores. Atención a ese momento Rashomon o al la ruptura de la cuarta pared al estilo House of Cards.
Por qué verla: porque así recordamos que, como le pasa a los personajes de la película, nos queda futuro por delante, aunque sea entre trabajos basura y lujos sucedáneos.
Elena, heredar el estatus inmobiliario
Por supuesto que la miseria vital y los problemas de acceso a la vivienda por culpa de la desigualdad de clases no son monopolio del cine español.
Esta película del ruso Andrei Zvyagintsev nos cuenta la historia de una mujer humilde de avanzada edad casada con un rico del régimen y que, a cambio de su dinero y protección, vive como sirvienta doméstica de su marido. Cuando el hijo mayor y alcohólico de Elena necesita dinero para mantener a su familia y que no les echen de su casa, la anciana descubrirá que no tiene ninguna potestad a la hora de gestionar la fortuna de su esposo, que no piensa ceder ni un rublo para mejorar la vida de un lumpen. Poco a poco la decadencia moral de este entorno, extrapolable a todas las capas de la sociedad rusa, irán mostrándose en la cinta.
Por qué verla: porque te ofrece soluciones prácticas si algún día te toca vivir, como Elena, en la casa de otro.
La semilla del diablo, para qué salir del nido
Toda las ansiedades y miedos soterrados a lo que supone para nosotros entrar en una nueva morada, en un nuevo hábitat propio que no es otra cosa que lo desconocido, se exploran en este clásico del terror. Que sirva este título para representar a todas sus hermanas del subgénero específico de casa encantada. Porque todas ellas van, en el fondo, de nuestra pulsión destructiva del hogar uterino.
Por qué verla: porque si te quedas donde estás viviendo y no te mudas hay altísimas probabilidades de que te acabes quedando embarazada del diablo. Si decides mudarte a un piso nuevo la posibilidad de que esto ocurra siempre estará ahí.
High-Rise, distrito riqueza/distrito pobreza
En realidad la desigualdad de clases siempre ha estado presente en el espacio urbano, en forma de barrios más céntricos, mejor situados, frente a las zonas para las clases pobres en las periferias de la ciudad. Lo que hace la novela de Ballard adaptada aquí a la gran pantalla por Ben Wheatley es cambiar el eje horizontal por el vertical en una cinta alegórica sobre la distribución social cuya metáfora es tan fina que casi pierde su condición semiótica: que los de "más arriba" viven mejor que los de los pisos de "más abajo" lo sabemos todos. Y como dice Elisabeth Moss, todo nos iría mejor si tuviésemos un piso apenas un par de plantas por encima.
Por qué verla: porque al menos en esta película los ricos demuestran su poder urbanístico sobre nosotros a las claras y todo este sistema acaba desmoronándose en un caos comunal catárquico que, a veces, de tanto mirar pisos, a una le apetece que acabe por estallar.
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