Por remota que resulte, hubo una época en la que Nokia estuvo a punto de comerse el mundo. Entre la recta final de la década de los noventa y los primeros años del nuevo siglo, la compañía finesa acaparó el mercado de la incipiente telefonía móvil y se convirtió en el estándar casi inevitable para hablar del sector. No tenías un "móvil", tenías un "Nokia". La empresa, y Finlandia a su vera, creció lo suficiente como para convertir a sus directivos y presidentes en multimillonarios.
Eran otros tiempos. El destino posterior de Nokia es bien conocido: incapaz de prever la revolución que se avecinaba a la vuelta de la esquina, la compañía quedó fuera de la competición por el mercado del smartphone. Languideció, fue vendida, decayó, quebró. Con ella se truncó, en parte, el destino de Finlandia y el de sus fulgurantes hombres de negocios que, años antes, pagaban las multas de tráfico más caras de toda la historia. Al fin y al cabo, dinero no les faltaba.
Corría el año 2002 cuando sucedió la anécdota. Anssi Vanjoki, por aquel entonces un reputado directivo de Nokia de 44 años, circulaba a unos 75 kilómetros por hora por una vía urbana de Helsinki, la capital finlandesa, un gélido día de enero. El límite legal se encontraba en los 50 kilómetros por hora, con tan mala suerte que fue obligado a pagar una estratosférica multa de 116.000 euros. Vanjoki había pagado muy caro su pasión por las Harley Davidson.
¿Pero cómo fue posible semejante sanción? La velocidad era alta, pero tan sólo 25 kilómetros* por hora por encima del límite legal. Lo cierto es que durante aquellos años las autoridades finlandesas se prodigaron en multas semejantes, y lo seguirían haciendo durante los años sucesivos. Otro ilustre directivo de Nokia, Pekka Ala-Pietila, se topó con una sanción de 35.000 euros por saltarse otro límite de velocidad. El tesoro finés recogía con sumo agrado tan alucinantes cantidades.
Las cifras son a día de hoy impensables en cualquier otro país del mundo, donde sólo extraordinarias velocidades acarrean multas que pueden oscilar los mil euros. La clave reside en el sistema de recaudación: en España, México o Estados Unidos la cantidad de la sanción depende del tipo de infracción. Son progresivas, pero están adheridas al hecho en sí mismo: la proporcionalidad viene dada por la gravedad, y tendremos que pagar más o menos dinero en función de lo rápido que hayamos circulado.
De cada cual, según su capacidad
En Finlandia era y sigue siendo más complejo. El estado finés, paradigma en tantos sentidos de la socialdemocracia, decidió hace décadas asociar la renta de cada individuo a la cantidad a pagar por cada infracción. Así, estableció una escala variable para los límites de velocidad de la que se detraería un número concreto de días de sueldo a pagar a las autoridades. En el caso concreto de Vanjoki, su infracción equivalía a unas dos semanas de sus ingresos. Y sus ingresos eran muy altos.
El sistema es antiguo, pero sólo se aplica en casos concretos. La mayor parte de las multas escandalosamente altas se aplican a infracciones de día que no requieren de sentencia judicial. Infracciones menores que por su naturaleza requieren de pocas cantidades para el ciudadano ordinario. En el momento en el que el policía detecta al infractor, coteja una inmensa base de datos en la que aparecen los resultados de la renta del año anterior, devolviendo la multa proporcional.
Finlandia ha contado con un modelo de sanciones similar desde 1921, y aunque la mayor parte de ciudadanos pagan entre 30 y 80 euros por infracciones equiparables a las de Vanjoki, los escasos ejemplos de multimillonarios sancionados siempre han saltado en los medios. No sin su dosis de polémica: en 2015, Reima Kuisla, cuya renta superaba el año previo los 6 millones de euros, tuvo que pagar más de 50.000 por saltarse otro límite de velocidad. Terminó indignado.
"Hace diez años jamás hubiera considerado seriamente la posibilidad de mudarme a otro país", explicaría Kuisla más tarde en su página de Facebook, "pero vivir en Finlandia es imposible para cierta clase de personas que tienen altos salarios y riqueza". Como cabría esperar, el lamento tuvo poco recorrido: sus seguidores le recriminaron que, si no quería pagar multas tan altas, podía simplemente limitarse a cumplir con las normas de tráfico; otros juzgaron justa la política finesa.
En el fondo, las multas finlandesas se han aplicado de forma más o menos restrictiva en otros países del centro y del norte de Europa. Hace algunos años las autoridades suizas barajaron multas de hasta 900.000 euros para un multimillonario que, como tantos otros, se había saltado de forma obscena los límites de velocidad. Pese a las lógicas quejas de quienes se ven afectados por la medida, las multas tienen sentido redistributivo en los muy sociales países nórdicos.
Un anhelo del propio Montesquieu
¿Pero son una buena idea? Como en cualquier política pública, depende de a quién preguntes. Hace algunos años, con motivo de la multa que recibió un jugador de la NHL finés en su propio país, algunos medios estadounidenses comenzaron a plantearse lo mismo. En EEUU las multas son indiferentes al salario, como en casi todos los países, y por tanto regresivas. Más aún, el sistema judicial estadounidense es proclive a castigar de forma más desproporcionada a los pobres.
Un modelo à la finés no solucionaría las sistemáticas injusticias de algunos sistemas, pero sí introducirían cierta sensación de proporcionalidad. Pese a los lamentos de los multimillonarios aficionados a la velocidad, las multas asociadas a la renta se han mostrado muy populares en Finlandia: cuatro de cada cinco finlandeses se mostraron favorables a ellas poco después de que la policía comenzara a cotejar sistemáticamente los ingresos del año anterior de cada infractor.
Al fin y al cabo, el propio Montesquieu ya se preguntaba en 1748 si, en aras de una mayor justicia social, no sería recomendable que también en materia de multas se aplicara el "de cada cual, según su capacidad". Es sabido que no siempre funciona: tanto Estados Unidos como Reino Unido han tenido proyectos similares al finlandés, en el que a cada grado de gravedad de cada sanción se asociaba una multa calculada en días de sueldo, y en ninguno de los dos casos arraigó.
Vanjoki y sus colegas millonarios hubieran tenido más suerte allí. Al igual que Nokia, es improbable que el hombre-récord de la multa más alta de la historia tuviera que pagar hoy la misma cantidad de dinero por idéntica infracción: recurrió su sanción de 116.000 euros alegando que, de un año para otro, sus ingresos habían descendido (con éxito). Si siguieron asociados al éxito de Nokia, lo harían mucho más en el futuro, por desgracia para él.
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