Cuando a finales del pasado mes de enero un extraño virus provocó la mayor cuarentena de la historia, pocos podrían imaginar los profundos efectos que aquella epidemia tendría sobre sus vidas. Nueve meses después el coronavirus se ha convertido en el problema central de la humanidad. No sólo por su influencia en el aquí y ahora, ya sea mediante cuarentenas o restricciones a gran escala, sino también por el duradero impacto que tendrá sobre todos los países.
Menos vidas. España ofrece un buen ejemplo. La última proyección del Instituto Nacional de Estadística (INE) estima un 12,4% más de fallecimientos respecto a 2019. Al cabo de 2020, habrán muerto en torno a 466.000 españoles, 51.500 más que el año anterior. Como hemos analizado en otras ocasiones, el cómputo total de fallecidos mes a mes es una forma más efectiva para saber cuánta gente ha muerto realmente por coronavirus que las estadísticas oficiales, en muchos sentidos imperfectas.
El exceso de mortalidad, no obstante, se vería compensado por la reducción de muertes por otros factores (accidentes de tráfico, laborales) fruto del estricto confinamiento de la primavera; y también azuzado por las muertes indirectas (enfermedades sin tratar) causadas por la epidemia.
Menos esperanza. Casi tan impactante como lo anterior es la reducción en la esperanza de vida. El INE prevé una caída de hasta un año tanto entre hombres (0,9) como entre mujeres (0,8). Quienes hayan cumplido 65 años a lo largo de 2020 prolongarán su existencia unos 22,7 años (las mujeres) y 18,7 años más (los hombres), cifras ligeramente menores a las de años precedentes (un 0,7 y un 0,8 respectivamente: sabemos que están muriendo más hombres que mujeres a causa del virus).
Recuperación. Las dos cifras revelan hasta qué punto el coronavirus ha representado un reto para los sistemas sanitarios de todo el planeta. No se trata de una enfermedad puntual, sino de un trauma repartido desigualmente a través de toda la sociedad. Con todo, el INE es optimista para los años subsiguientes: la esperanza de vida se recuperará ya en 2021, y para 2069 superará los 85 y los 90 años (hombres primero, mueres después) en el momento del nacimiento. Viviremos más.
La otra cara. Y también moriremos más, fruto del acceso a edades muy avanzadas del grueso de la población adulta (la generación boomer). El máximo se dará en 2063, cuando la cifra de defunciones supere los 640.000 anualmente. Se tratará del colmo de una tendencia, la de la primacía de las muertes sobre los nacimientos, en la que llevamos sumergida años. En 2018 el INE ya registró 56.000 decesos que llegadas al mundo, símbolo de nuestro irremediable envejecimiento demográfico.
Largo plazo. Más allá de la mortalidad, la Organización Mundial de la Salud ya ha advertido sobre el impacto del coronavirus a largo plazo en todo el planeta. Sin vacuna a la vista, por el momento, podemos asumir entre uno y cinco años conviviendo con el virus. Algo que moldeará nuestra vida en comunidad, hipotecará el nivel de respuesta del sistema sanitario, e impactará negativamente en la economía. Un impacto que, como el ejemplo de 2008 atestigua, tiene a su vez ramificaciones sanitarias (260.000 muertes más sólo por cáncer, sin contar otras patologías).
Aquel virus ignoto de China no sólo ha desdibujado para siempre nuestra relación con 2020. Puede marcar a nivel sanitario el próximo lustro.
Imagen: Bernat Armangue/AP
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