Si algo hay en China es gente. Concretamente, algo más de 1.425 millones de chinos en 2023. Sin embargo, las soluciones habitacionales que proponen los constructores no siempre se adaptan a las necesidades reales de la población. Sobre todo, cuando su construcción está motivada por intereses económicos y no por una demanda real.
Al igual que sucedió en España en los 90, en China se inició una fiebre constructora a principios de los 2000. En 2010, en pleno apogeo de esa ola constructora, el gobierno chino avaló al gigante inmobiliario Greenland Group para iniciar la construcción de un conjunto de 260 villas de lujo: State Guest Mansions.
Situada a las afueras de Shenyang, una gran ciudad al norte de China. Lo suficientemente lejos para salir del mundanal ruido y preservar la privacidad de los adinerados habitantes, pero lo bastante cerca de la urbe para atender sus negocios y mantenerse conectados con la capital. Más allá de eso, no existe un motivo conocido para elegir esta ubicación y no otra.
No obstante, las villas de lujo estaban rodeadas de campos de cultivo y no parecían llamar la atención de millonarios chinos que pudieran pagarlas, por lo que sufrieron el abandono durante una década dejando ese aspecto distópico y postapocalíptico más propio de Walking Dead que de un complejo residencial de lujo.
Las suntuosas viviendas estaban destinadas al alojamiento de los visitantes del gobierno provincial y funcionarios del Partido. La constructora pecó de ambiciosa diseñando palacetes de estilo neoclásico como los europeos del siglo XIX. No se escatimó en detalles proyectando unas villas unifamiliares lujosamente equipadas con lámparas de cristal y ornamentadas con frisos artesonados, arcos y columnas de mármol.
Los funcionarios y visitantes debían sentirse como miembros de la nobleza y la alta burguesía europea. Dos años más tarde, la burbuja inmobiliaria en China comenzó a dar sus primeros avisos y la constructora abandonó el proyecto con las villas a medio construir. Ninguno de los habitantes de la zona duda que la corrupción política, que campaba a sus anchas durante los años del boom urbanístico, es el principal motivo de su abandono.
Al igual que la naturaleza se abre paso, la necesidad de espacio para cultivos y ganado se ha acabado imponiendo a la especulación urbanística. Los campesinos de la zona han ocupado los lujosos patios y salones de los palacetes con aperos de labranza.
En las calles de la urbanización, en lugar de carriles bici y prósperos comercios, se imponen los terrenos de labranza, y los jardines se han convertido en huertos improvisados.
Los porches y espacios entre las villas se han cerrado con cercados en los que se guardan vacas y en los garajes en los que nunca ha entrado un automóvil se almacenan pacas de heno para alimentarlas. "Algunas de estas casas cuestan millones, pero los ricos no han comprado ninguna. No fueron construidas para la gente común”, dijo uno de los agricultores a la AFP.
Tras la borrachera urbanística llega la resaca financiera
Las ostentosas villas abandonadas de Shenyang no son un caso aislado en la china de Xi Jinping, que durante su mandato ha puesto coto al endeudamiento excesivo de las compañías y a la especulación urbanística desenfrenada.
El caso de Shenyang bien podría interpretarse como un “pelotazo” inmobiliario fallido de una constructora ambiciosa. Pero otros ejemplos como el de la ciudad fantasma de Kangbashi, proyectada para más de un millón de personas y apenas ocupada por 50.000 habitantes, deja testimonio de que el único plan vigente en aquellos años dorados de la construcción era obtener beneficios desde la corrupción urbanística.
El colapso sanitario provocado por el coronavirus no hizo más que poner la puntilla al serio problema de financiación del mercado inmobiliario chino, con gigantes afianzados en el ámbito inmobiliario como Dalian Wanda Group perdiendo miles de millones de dólares por no conseguir refinanciar su deuda.
A los problemas económicos de China se suma la crisis demográfica de los últimos años que ha llevado al país a perder población primera vez desde 1960, con un descenso de 850.000 personas menos en 2022. Lo cual reduce las necesidades de vivienda del país.
Se estima que, en toda China, hay unos 65 millones de viviendas vacías. Esto supone el 20% de la vivienda urbana total construida en China. Por poner un poco en contexto la dimensión de la burbuja inmobiliaria, entre 2010 y 2013, China gastó más hormigón (6,6 gigatoneladas) que EE.UU en todo el siglo XX (4,5 gigatoneladas).
La unión de la crisis demográfica y de financiación de las grandes constructoras chinas ha formado la tormenta perfecta para que escenarios tan distópicos como el de las villas de lujo de Shenyang sean algo habitual en China. Ganado viviendo en mansiones, George Orwell estaría orgulloso.
Imagen | Flickr (javiiiii, †#€ ßΩ∂†M∂И)
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