Más de 300 años después, Dinamarca devuelve a Brasil uno de sus tesoros sagrados más reclamados: una manta

El artefacto de tupinamba se robó hace más de tres siglos y estaba en Europa

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Cada civilización tiene sus creencias y sus historias. Seguramente a esta hora, en el pueblo de Tupinamba en Brasil se está viviendo con pasión y algarabía un momento largamente esperado. El pueblo cuenta las horas para que regrese más de tres siglos después uno de sus artefactos más sagrados: una manta.

La historia. La manta (o capa/manto) de los tupinamba, un pueblo indígena de Brasil, es una prenda ceremonial hecha de plumas rojas de guacamayo que mide poco menos de 1,8 metros de alto y presenta 4.000 plumas rojas del pájaro ibis escarlata. Un elemento clave, ya que tenía un significado ritual y simbólico relacionado con las jerarquías sociales y el poder dentro de la tribu, a menudo utilizadas como vestimentas ceremoniales por los pueblos indígenas costeros.

Sin embargo, el artefacto fue arrebatado al pueblo tupinamba durante el período colonial portugués en una expedición a Brasil. De hecho, a través de saqueos y comercio, los daneses se apropiaron de muchos objetos indígenas durante su exploración del Nuevo Mundo, y el manto fue uno de los más notables por su belleza y rareza.

El artefacto en Europa. Tras el robo, la manta se llevó al viejo continente como parte de la colección de Federico III en 1689, aunque luego pasó por varias colecciones de museos reales de Dinamarca, siendo el Museo Nacional de Dinamarca en Copenhague el último poseedor de uno de los pocos mantos tupinamba que ha sobrevivido al tiempo.

Pensemos que su preservación es un testimonio de las interacciones coloniales y el intercambio cultural entre Europa y las Américas, aunque, por supuesto, con el tiempo también simbolizó la explotación y el saqueo del patrimonio cultural indígena. De ahí que sea objeto de estudio por su intrincado diseño y su conexión con las tradiciones perdidas de los Tupinamba.

El regreso. Así llegamos a la noticia de estos días. Tras más de 300 años en el “exilio”, el artefacto vuelve a su origen. Después del anuncio de Dinamarca de devolver el prestigioso tesoro de la tribu (lo envió el pasado mes de julio), la manta fue presentada oficialmente en una ceremonia en Río de Janeiro a la que asistió el presidente Luiz Inácio Lula da Silva.

La larga espera. Allí, un grupo de 200 tupinambá acampó fuera del edificio, con tambores y todos los honores esperaban ver el preciado manto y reconectarse con sus antiguas tradiciones. De hecho, los medios se han hecho eco de casos como el de Yakuy Tupinambá, quien recorrió más de 1.200 kilómetros en autobús desde el municipio de Olivenca, en el este del país, para ver la prenda. Sentí tristeza y alegría. Una mezcla entre nacer y morir. Nuestros antepasados ​​dicen que cuando ellos [los europeos] nos lo quitaron, nuestro pueblo se quedó sin norte”.

Los líderes Tupinambá dicen que no se trata solo de devolver los artefactos a sus tierras de origen, sino de reconocer a los pueblos indígenas, sus tierras y sus derechos. A este respecto, el presidente Lula dijo que: "estoy en contra de la limitación temporal de las reclamaciones de tierras indígenas. Estoy a favor de los derechos de los pueblos indígenas a su territorio y a su cultura, tal como lo establece la Constitución”.

La importancia del artefacto. Como ha explicado a The Guardian Amy Buono, profesora adjunta de historia del arte en la Universidad Chapman, “estas capas probablemente funcionaban como pieles sobrenaturales, transfiriendo la fuerza vital de un organismo vivo a otro. Las mantas tupinambas eran unos de los objetos más buscados a principios del siglo XVI. Varias fueron usadas ​​por los cortesanos durante una procesión en 1599 en la corte del duque de Württemberg en Stuttgart.

En cuanto a la devuelta, la lucha de los tupinambá de Olivença por la repatriación de la misma comenzó en 2000, cuando fue prestada para una exposición en São Paulo. En ese momento, los tupinambá ni siquiera estaban oficialmente reconocidos como pueblo indígena; incluso se los describía como extintos en los libros de historia. Finalmente y tras muchas presiones, fueron reconocidos en 2001. Ocho años después, se dio el primer paso hacia la demarcación de su territorio: un área de 47.000 hectáreas que abarca tres municipios de Bahía.

Ahora, por fin, ya tienen una de sus capas.

Imagen | Nationalmuseet

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