Las fotos que mostramos a continuación no son sólo excepcionales por su antigüedad, o lo pintoresco de sus imágenes, fueron un importante logro en cuanto al acceso cultural de uno de los países más misteriosos para los occidentales. Estamos en 1908, al final de la última era Meiji (que duró entre 1868 y 1912), en un período histórico de fuertes cambios tecnológicos. Y buena parte de sus territorios no podían filmarse. Pero Arnold Genthe, un fotógrafo alemán, lo retrató con su cámara para la historia.
Ocurrió de la siguiente forma: los turistas de aquella época, que no en todos los casos portaban las costosas cámaras, tenían prohibido retratar prácticamente cualquier lugar en suelo nipón. Pero los contactos de este prestigioso fotógrafo con la diplomacia alemana lograron que se le diera permiso de hacer algunas fotos en los lugares más hermosos del interior de la isla nipona.
Aunque el permiso contaba con algunas condiciones: no se podía hacer ninguna captura a cincuenta kilómetros a la redonda de cualquier fortificación militar ni tampoco fotografiar ningún espacio que hubiera sido visitado por el Emperador en tiempos pasados. Y siempre habría que consultar con los policías del distrito antes de disparar su objetivo. Los japoneses querían prevenir el espionaje de guerra en un momento de creciente tensión internacional. Según cuentan, puede que alguna foto también fuesen robados de los lugares prohibidos.
Una catástrofe en el estudio de Genthe en Estados Unidos hizo que se perdieran los diarios de viaje del fotógrafo, con lo que no podemos precisar la ubicación exacta de las fotografías que hizo en Japón durante los seis meses que duró su visita, pero sus ilustraciones nos devuelven un mundo radicalmente distinto al nuestro, donde el alumbrado de las calles y los ferrocarriles conviven con tradiciones milenarias, gentes humildes y nobles acomodados. La Biblioteca del Congreso las tiene accesibles al público de manera gratuita, libres de derechos.
Genthe, que había hecho ya un extensivo trabajo fotográfico de Chinatown en San Francisco, era un lingüista nato. Y así mientras aprendía el idioma de las comunidades que visitaba, intentaba también capturar el lenguaje humano de las gentes que aparecerían en sus encuadres. Tal y como cuentan en el libro Fotografías en Japón 1853-1912, durante su viaje el artista adquirió un amplio dominio del japonés, hasta 300 kanjis. Además contrató a dos ayudantes locales para poder entablar mejores conversaciones con las personas que después fotografiaría.
El resultado, estos lienzos en blanco y negro que, por lo que sabemos, deben estar realizadas entre las zonas de Kioto, Shikoku y Hokkaido, ya que el alemán pasó mucho tiempo con las gentes de Ainu.
Con un ojo para la composición visual de lo más estimulante, centrándose en mantener la coherencia con las líneas arquitectónicas de los fondos, Genthe mantuvo una mirada sobre Japón que primaba el punto focal humano. La velocidad y los detalles que se encuentran en los escenarios nos teletransportan al agitado día a día de sus protagonistas.
Encontramos muchas mujeres y niñas trabajando en el hogar y cuidando de los pequeños, también a los vecinos tomándose un baño o los hombres fuertes de camino al trabajo. De lo más conmovedor de su serie son los niños pequeños, que miran el objeto fotográfico alucinados, tal vez no sabiendo que ese extranjero les estaban plasmando para la historia. Gracias a él ahora nosotros podemos conocer cómo vivían aquellos pequeños japoneses al otro lado del mundo cien años atrás.
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario