¿Se puede paralizar la economía de un estado moderno? La respuesta, como estamos descubriendo durante las últimas semanas, es afirmativa. Se puede al menos reducir su actividad al máximo, desplomando los índices de ocupación laboral y de productividad. ¿Pero a qué precio? Es una pregunta que se proyecta de forma tenebrosa sobre el horizonte y para la que aún hay pocas respuestas. Pero las pocas que hay inquietan.
Una "L" invertida. Tomemos el ejemplo de Noruega, próspero país cuya tasa de desempleo ha oscilado durante los últimos años entre el 3,5% y el 4,9%. El gobierno decretó una cuarentena general el 12 de marzo, dos días antes que España, ante la expansión de la epidemia. Originalmente previsto para dos semanas, extendió su vigencia hasta el próximo 13 de abril.
Un mes de tiendas cerradas y noruegos en casa. Un mes de paro. Dentro gráfica elaborada por un organismo público dedicado a cuestiones laborales:
Parón general. Al igual que en otros países, las restricciones han provocado que miles de trabajadores pierdan su empleo temporalmente. La tasa de paro noruega ha pasado del 5,8% al 10,8% en apenas una semana, el porcentaje más alto desde la Segunda Guerra Mundial. El número de desempleados registrado por la administración ha pasado de los 65.000 del 10 de marzo a los 291.000 de hoy, cuatro veces más.
Otros países. Es una tendencia mundial. Estados Unidos, sin confinamientos generales tan estrictos como los decretados en Europa, está sufriendo un proceso similar. Las estimaciones más recientes del Economic Policy Institute calculan que alrededor de ¡3 millones! de trabajadores solicitaron el paro durante la última semana.
Un crecimiento de hasta el 1.000% en algunos estados.
Otra "L" invertida. En un abrir y cerrar de ojos, Estados Unidos habría pasado del 3,5% de desempleo al 5,5%, recuperando los niveles de 2015. La magnitud del salto tiene escasos precedentes en la historia del país. Su número de parados habría pasado de los 5,7 millones de principios de este mes a los más de 9 millones de finales. En apenas una semana, el 2,2% de los empleos del país se habrían evaporado.
Consideraciones. La cifra es doblemente espectacular porque ha empequeñecido todos los pronósticos. Hace algunos días, Goldman Sachs estimaba que la epidemia destruiría temporalmente más de 2,5 millones de empleos. Se quedó corto. Otras proyecciones, como las elaboradas por la Organización Internacional del Trabajo, calculan que unos 24 millones de puestos en todo el mundo desaparecerán por el coronavirus.
A modo de comparación, la crisis de 2008 volatilizó 22 millones de empleos.
¿Volverán? Es la gran cuestión que afrontan todos los estados, una de carácter existencial. El gobierno español ha facilitado la tramitación de ERTEs (cubriendo desempleo de forma extensa y suspendiendo las cotizaciones) porque juzga la crisis en términos temporales. Cuando la actividad económica se reanude, el empleo volverá.
Por el momento, un millón de trabajadores se han ido al paro sólo en España, imponiendo un estrés agudo a las finanzas públicas. La teoría dice que la crisis es eventual. Pero coincide con una generalizada desaceleración previa de la economía mundial (numerosos datos apuntaban a la recesión), con una guerra del petróleo en ciernes y con datos previos del paro que auguraban turbulencias a corto plazo.
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