Sepultada bajo toneladas de actualidad informativa, la guerra civil de Yemen ha macerado en un segundo plano hasta convertirse en una de las crisis humanitarias más dramáticas del siglo XXI. Con más de un millón de personas víctimas de una brutal epidemia de cólera (600.000 de ellas niños) y casi 7 millones de personas al borde de la hambruna, Yemen se acerca a un abismo espantoso.
¿Pero qué ha sucedido exactamente y quiénes son los responsables? Para entenderlo, hay que retroceder varios años en el tiempo y dirigir la mirada hacia el norte del país. En concreto, hacia Arabia Saudí. La misión militar desplegada por la monarquía salafista ha incluido bombardeos a instalaciones civiles, asesinato de víctimas inocentes, bloqueos económicos de las regiones insurgentes y un desinterés total en aliviar la penosa situación de la población.
Yemen afronta de este modo su tercer año de guerra civil, un conflicto cuyo marco global es más amplio, y en el que las luchas de poder regionales entre Arabia Saudí e Irán juegan un papel fundamental. Una crisis, en definitiva, de gravísimas consecuencias, de compleja resolución y a la que, para colmo de males, como en casi todos los conflictos abiertos en Oriente Medio, no son ajenas las potencias occidentales. ¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
Yemen: historia de una desestabilización
2011: todos los países del orbe árabe, desde Marruecos a Bahréin, se ven sacudidos por una oleada revolucionaria que se lleva por delante al gobierno tunecino, depara miles de muertos en las calles de El Cairo, inicia una guerra civil sangrienta en Siria y finiquita al estado libio. En Yemen, como en la mayor parte de países de la zona, las protestas son multitudinarias y la inestabilidad, preocupante.
El ambiente proto-revolucionario se prolonga hasta 2012, cuando la posición del presidente yemení, Ali Abdullah Saleh, se hace insostenible: tras dos décadas largas al frente del país, las multitudinarias manifestaciones callejeras, la espiral de violencia y el improbable apoyo del ejército provocan su caída. Tras unas elecciones de cartón, el régimen se perpetúa eligiendo a Abd Rabbuh Mansur Hadi como nuevo presidente del país. La situación se estabiliza.
Sin embargo, la nula expectativa de reforma democrática agrieta las tradicionales brechas regionales de Yemen. En 1994, Yemen se había partido en dos: propulsada por el tribalismo social, un movimiento de carácter socialista en el sur y una minoría chií en el norte, la guerra se saldó con una declaración de independencia infructuosa y la victoria de las fuerzas unionistas, que habían logrado mantener al país unido hasta bien entrada la segunda década del siglo XXI. Unido, que no pacificado.
El foco de insurgencia más importante durante los años tranquilos surgía de las regiones norteñas, en concreto de Ansar Allah, conocidos informalmente como los Houthis. El movimiento tenía un profundo carácter religioso, pero a diferencia de la mayor parte de radicalismos políticos presentes en la península arábiga, era chií. En un país de mayoría suní, las reivindicaciones políticas de los Houthis eran relativamente consistentes con el clima de Oriente Medio durante los últimos veinte años. Pese a todo, Saleh se las arregló para firmar eventuales treguas y mantener a raya a la insurgencia.
A la altura de 2014, la situación había cambiado. El descontento opositor con la llegada de Hadi originó un nuevo conflicto en el norte. La movilización del grupo paramilitar, muy numeroso, le permitió tomar la capital, Sana'a, ante la inacción de la mayor parte del ejército gubernamental. A consecuencia, Hadi se vio obligado a negociar una reforma que incluyera la redacción de una nueva constitución y que consagrara mayor acceso al poder a los grupos opositores. En septiembre de 2014, la ONU sancionó el acuerdo para la formación de un gobierno de "unidad".
Sin embargo, las circunstancias se precipitaron en enero 2015. Con objeto de obtener una mayor palanca negociadora, las fuerzas Houthi rodearon el palacio presidencial y se reclamaron la autoridad única e inequívoca de todo el país. El gobierno de Hadi dimitió en pleno, obligado por las circunstancias, y los Houthis disolvieron el parlamento y formaron un comité revolucionario. Derrotado por el golpe, Hadi huyó de la capital y se refugió en Aden, al sur del país.
Desde allí se declaró el presidente legítimo del país. Apoyado por una parte del ejército, Hadi inició la contraofensiva. De forma muy similar a Siria, aunque varios años después, Yemen se sumergía en una turbulenta, sangrienta guerra civil.
La crisis humanitaria y el papel saudí
El resultado, hoy, espanta. Por un lado, el país atraviesa un estadio de destrucción incomparable: las infraestructuras más básicas han sido voladas por los aires por las fuerzas internacionales aliadas de Hadi, numerosos colegios, edificios públicos y hospitales han quedado completamente paralizados (se calcula que sólo el 45% de las instalaciones sanitarias continúan funcionando), más de 15.000 personas han perdido la vida y alrededor de 3 millones se han visto desplazadas.
A los números habituales de una guerra cualquiera hay que sumar las inesperadas consecuencias del brote de cólera que asola al país desde hace un año. Los números son gravísimos, no comparables a prácticamente ninguna crisis humanitaria de las últimas tres décadas exceptuando Haití. Se calcula que hay alrededor de 800.000 casos, la abrumadora mayoría de ellos infantiles. A finales de años se superará el millón (se reportan 4.000 nuevos infectados diarios).
La epidemia es incomparable por su velocidad. Mientras en Haití se alcanzaron los 800.000 casos en más de un lustro, Yemen ha superado la cifra en menos de un año.
¿El motivo? Como se explica en este reportaje de The Guardian, la ruptura total del sistema sanitario. Parte del problema reside en la brutal implicación de Arabia Saudí en el conflicto: interesada en sostener a Hadi y en combatir la influencia iraní a través de los Houthis, bombardeó los principales centros económicos durante los primeros compases de la guerra, llegando a cortar todo suministro eléctrico a Sana'a o destruyendo las potabilizadoras que abastecían a la capital. La destrucción material buscaba paralizar la logística Houthi, pero en el camino se cebaba con la población civil, sin luz, sin agua potable, sin refugio.
De forma paralela, las fuerzas de Hadi y las saudíes impusieron un estricto bloqueo, recrudecido tras el lanzamiento de un misil de los Houthis a Riyad hace una semana. A consecuencia, el territorio controlado por las fuerzas insurgentes ha quedado aislado tanto por mar (ocupa la mayor parte del Mar Rojo yemení) como por carretera, dado que las autovías y las carreteras se han visto o bien destruidas o bien bloqueadas. Así, ni víveres ni medicamentos ni asistencia de algún tipo llega a las zonas afectadas por el cólera.
La crudeza del bloqueo y los rigores de la guerra han escalado de forma rápida y precipitada hacia una crisis alimentaria. Según la FAO, hoy hay 7 millones de personas al borde de la hambruna en Yemen. Este otro artículo narra sobre el terreno escenas de verdadero terror, centradas en niños desnutridos que a duras penas pueden ser atentidos en los atestados hospitales yemeníes. Alrededor de 17 millones, dos tercios del país, afrontan dificultades de abastecimiento.
En Yemen se ha producido una tormenta perfecta: al intenso bloqueo provocado por las fuerzas aliadas hay que sumar el virtual colapso del sector agropecuario en el país. Se calcula que la producción de alimentos locales ha caído en un salvaje 40%. Sumado al difícil acceso de provisiones externas, a la dificultad de acceso a agua potable y a la proliferación de enfermedades de toda clase (fruto del hundimiento del sistema sanitario y de vacunación), el panorama es desolador. Y tiene difícil solución.
Los motivos de Arabia Saudí en Yemen
No es algo que la comunidad internacional desconociera hace un año, cuando se cimentaron las causas que están llevando a Yemen a la tragedia. En su día, Obama ya aprobó la venta de nuevo material militar al ejército saudí a sabiendas de que sería utilizado en la lucha contra los Houthis en Yemen. Y Estados Unidos y Reino Unido apoyan activamente, junto a Emiratos Árabes Unidos, la intervención saudí. Es importante desde un punto de vista estratégico.
La cuestión es Irán. Desde hace más de una década, Arabia Saudí e Irán se están disputando una gigantesca esfera de influencia en Oriente Medio. No lo hacen directamente, sino a través de conflictos que ejercen de proxy. Siria es uno de ellos: mientras Irán protege a Al-Asad, chií y tradicionalmente lineado con postulados antagónicos a los americano-saudíes, la monarquía arábiga apoya a los insurgentes y a los rebeldes. La dinámica se repite en otros escenarios, no siempre con un conflicto mediante.
En Yemen, sin embargo, sí hay guerra. El carácter revolucionario chií de los Houthis hace que Arabia Saudí haya interpretado la insurrección como una cuestión crucial. A nivel estratégico el país es clave: patio trasero de la realeza saudí, su posición a orillas del Mar Rojo y en pleno estrecho de Bab el-Mandeb ha representado históricamente una puerta de acceso al África subsahariana. Pese a que Irán niega relación directa con los Houthis, la presencia de un movimiento hostil a los saudíes en tan delicado espacio es inasumible para Riyad.
Si a esto sumamos el carácter brutal del estado saudí y su total indiferencia por la opinión de la comunidad internacional (es un país económicamente autosuficiente cuya alianza con Estados Unidos le aísla de cualquier embargo y que no tiene que rendir cuentas ante su propia población), el resultado es una crisis humanitaria de volúmenes insospechados e incomparables en el siglo XXI. Sólo el tiempo dirá si la presión mediática y las reivindicaciones de las organizaciones humanitarias fuerzan una relajación del cerco o la resolución de la guerra.
El antecedente de Siria no invita al optimismo.
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