España cuenta con uno de los sistemas de apellidos más singulares de Europa. Al contrario que nuestros vecinos, los españoles heredamos dos apellidos, uno por parte del padre y otro por parte de la madre. Tan peculiar costumbre se ha convertido en una fuente de orgullo identitario tanto desde lo nacional como desde lo individual: puede haber muchos Pedro Martínez, pero no tantos Pedro Martínez Murguialday.
La particularidad también ha permitido que un sinfín de apellidos condenados a la extinción bajo otras costumbres puedan sobrevivir, si bien en pequeños núcleos familiares o geográficos. Por cada 1.000 personas apellidadas "Gutiérrez" hay otras mil que acreditan 1.000 apellidos diferentes, a cual más recóndito y extraño. A menudo figuran como segundo, legado por la familia materna, y funcionan como errática herramienta de identificación. Es fácil mirar a una multitud de "García" y preguntarse: ¿dónde estarán el resto de "Artizmuño"?
Tan venerable práctica tiene un origen menos remoto del que podamos imaginar. La costumbre de los dos apellidos se institucionaliza durante el siglo XIX, cuando el incipiente estado liberal armoniza los imperfectos censos. Tras varios intentos fallidos entre 1822 y 1846, es el Registro Civil de 1871 el que oficializa el sistema de dos apellidos para todos los españoles. Con todo, no será hasta las primeras décadas del siglo XX cuando todas las instituciones y registros lo sistematicen.
¿Y por qué? Se pueden leer textos muy interesantes al respecto (PDF). Resumido, por razones tanto de prestigio como administrativas. El doble apellido proviene de la nobleza de la vieja Castilla, cuando la retahíla de nombres funcionaba como probanza. La herencia de señoríos, realengos y toda suerte de posesiones privilegiadas incentivaba al primer heredero a adoptar el apellido del padre. Pero también el de la madre, si acaso para fundamentar sus derechos sorbe otras tierras.
Durante los siglos posteriores aquel sistema se extendería por toda la península tanto por el avance de la cultura cristiana y castellana como por imitación de las clases populares, interesadas en una herramienta de prestigio que podemos observar aún hoy en determinadas élites (esos "de" intercalados cuidadosamente en algunos apellidos para reivindicar una raigambre noble). Con todo, los apellidos de la población serán una cuestión anárquica y desordenada hasta bien entrada la modernidad. Los españoles elegían los apellidos que más les convenían.
Es el Estado quien impone el modelo actual, extendido entre la población, sí, pero no normativo (había muchas más excepciones y apellidos de arbitraria o interesada elección). La regulación formal no llega, como hemos visto, hasta 1871, cuando las autoridades entrevén más facilidades en el registro y la identificación de sus ciudadanos si estos cuentan con dos apellidos (el primero paterno, el segundo materno) en vez de uno. Un cribado entre los miles de "Manuel González" o "María López".
En fin, sea como fuere los españoles hemos desarrollado una relación particular con nuestros apellidos. Y casi obsesiva. Una tendencia reciente lo atestigua. Durante los últimos días se ha popularizado por las redes compartir un mapa en el que se distribuye la localización de cualquier apellido que nos interese. Se trata de una variante de un mapa ya muy célebre y popular en Italia, y que se basa "en las guías telefónicas de los años 90". Es decir, es incompleto y está desactualizado.
El fruto de su interés reside en su precisión. Para el caso de mi segundo apellido, por ejemplo, identifica con claridad y en distintos municipios la presencia de otros "Mohorte" a lo largo de la península. Ni que decir tiene que la utilidad del mapa es elevada cuando se trata de un apellido extraño y poco común. Para "Pérez" es muy distinto.
En fin, como quiera que los noventa quedan ya muy atrás, hay otra herramienta que puede ayudarnos a descifrar la prevalencia de nuestro apellido a lo largo de España. Se trata del Instituto Nacional de Estadística, depositario del censo nacional y registro idóneo para saber el número de "Panadero", "Lancina" o "Allué" presentes a lo largo del país. El INE no ofrece tanta precisión pero sí aglutina a cada uno de los nombres por provincia, además de ofrecer el número exacto de compañeros de apellido. Repitiendo las mismas búsquedas, "Mohorte" y "Pérez".
La herramienta del INE es la historia de una disparidad muy presente en millones de españoles: la de un apellido hipercomún y la de otro en vías de desaparición. Más de 777.000 personas tienen "Pérez" como primer apellido, sumadas a otras "791.231" que lo disponen como segundo. Descontando a las 25.000 personas que tienen ambos, casi millón y medio de españoles presentan "Pérez" en su carnet de identidad, un pellizco importante de la población del país. "Mohorte" es todo lo contrario: 57 de primero, 66 de segundo. Apenas 123 personas, una pequeña aldea provinciana.
Más allá de sus implicaciones identitarias o funcionales, amén de representativas (el sistema de apellidos españoles no invisibiliza a las líneas maternas y ya permite intercambiar la herencia nominal desde la cuna), el doble apellido es divertido. Y permite explorar durante horas cuáles son muy comunes, cuáles menos y cuáles podrían llevarse el premio al apellido más original de toda la península, un reducido abanico de 2.300 nombres con menos de 20 portadores. Uno de los candidatos más probables: "Catahumbert", con menos de cinco.
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