Nos encanta sacar pecho de lo nuestro. Es natural, tenemos un patrimonio de los más ricos del planeta, con inventos como la Sagrada Familia, el submarino o el jamón de bellota que, de desaparecer de la tierra, la vida probablemente perdería todo su atractivo. Pero sí es importante conocer la historia de nuestras innovaciones correctamente. Durante mucho tiempo han estado engañándonos, y hay ciertos inventos que uno puede considerar patrimonio nacional que, bueno, en realidad no lo son tanto.
Aquí una breve lista de objetos con los que no podemos sentirnos tan orgullosos como nos habían contado.
1) La fregona
Sí, es sospechoso que veamos películas estadounidenses de los años 30 en las que las amas de casa pasan felices sus aspiradoras y que tuviéramos que llegar los españoles en 1964 a inventar el mocho con palo. La fregona no es ese gran éxito de la ingeniería española y lo que hizo el zaragozano Jalón Corominas en los años 60 es, en sus palabras “una innovación”.
Vamos, que cogió esa bayeta más palo y ese cubo con rodillos que había visto usar en entornos militares estadounidenses, le cambió algunas cosas para hacerla más práctica y empezó a venderla en Europa (había turistas que venían a España a llevarse de souvenir la fregona). Su gran aportación y la razón por la que le dieron una patente fue el diseño del cubo, de generatriz curva, más resistente y ligera, y el cesto, de una sola pieza y más sencillo. Es decir, que sí podríamos decir que el escurridor de la fregona es un invento español, pero no la fregona en sí.
2) El caramelo con palo
Si le sumamos la fregona, con el Chupa-Chups se nos cae del todo esa narrativa de la inventiva española como “ponerle un palo a las cosas”. A Enric Bernat, el empresario de esta golosina asturiana, le denegaron la patente varias veces por estar ya registrado con anterioridad (no fue ninguna revolución tampoco, parece ser que los arqueólogos ya han encontrado palos con manzanas y otros frutos recubiertos de miel en la antigüedad). ¿Qué patente sí le concedieron a Chupa-Chups? La de su expositor.
Algo tan simple debía tener ya dueño, y era George Smith, quien le puso en 1908 a su caramelo con palo el nombre de su caballo favorito, Lolli Pop. Aun así, la empresa de Bernat lleva siendo desde 1956 todo un ejemplo del éxito de comercialización de un producto que le salvó y salva aún la vida a padres y a madres de hijos pringosos en todo el mundo.
3) La calculadora digital
Valorar la importancia histórica del ingeniero Leonardo Torres Quevedo no significa que debamos achacarle inventos que no son del todo suyos, como a veces se hace. La primera calculadora digital no fue exactamente el Telekino, y fuera de nuestras fronteras están mucho más extendidos como autores de este invento en sus primeras fases el padre jesuita Athanasius Kircher, quien en 1578 publicó un tratado sobre como construir un "ordenador" que hasta 1847 no existió la tecnología necesaria para construir, y Blaise Pascal, quien hizo la primera calculadora (no digital) en 1642.
Probablemente deberíamos marcar el punto de partida del invento de la calculadora digital con la Model 14-A calculator de Casio, que en 1957 se convirtió en la primera calculadora relativamente compacta y eléctrica en comercializarse.
4) Danone
Efectivamente, Danone no es española, sino francesa… y judía. Isaac Carasso, sefardí de Salónica, se instaló en Barcelona cuatro siglos después de que su familia fuese expulsada de esa misma ciudad, con lo que él no era español, pero sí inició en nuestro territorio la producción de su producto. Durante una década fue esta ciudad el centro de operaciones, hasta que la fórmula se probó exitosa y se trasladó a Francia (para la IIGM, y con los nazis entrando en el país galo, se iría a Estados Unidos).
El Danone español que nosotros conocemos es ese y el de la década de los 40 en adelante, con Lluís Portabella (padre del conocido político y cineasta catalán) a la cabeza, el mismo que hizo que tras la posguerra el yogur dejara de ser la extraña medicina reconstituyente para convertirse en un producto básico más de la cesta de la compra.
5) El Minipimer
Minipimer, el producto insignia de Pimer (siglas de Pequeñas Industrias Mecánico-Eléctricas Reunidas) y esa batidora de la que tanto se predica cuando se habla del producto español. Como Prica o Meyni, Pimer tiene ese clásico nombre empresarial 100% español por el que nadie sospecharía que el producto viene de fuera de nuestras fronteras, pero este pequeño aparato que cambió para siempre las cocinas de nuestro país no es ni la primera licuadora (patentada en Norteamérica en el 22) ni tampoco la primera batidora de mano (que fue la Bamix suiza de mediados de los 50) de la historia, aunque sí aportamos al diseño del producto una mejora bastante importante.
Gabriel Lluelles creó primero la Bipimer copiándose de las licuadoras que se vendían desde hacía tiempo en Estados Unidos. Pero de ahí nació la Minipimer, cuya revolución consistió en facilitar el desmontaje del brazo para que fuese mucho más cómodo de limpiar y pudiese adaptarse a más aparatos. La Minipimer fue española entre 1957 y 1962, momento en el que Pimer fue absorbida por Braun, donde Lluelles siguió innovando.
6) El Futbolín
No, este símbolo del ocio al aire libre, del juego en el bar, no es español. Había patentes británicas, estadounidenses, alemanas y francesas de baby-food, fossball y table football (la acepción más extendida) a lo largo del mundo desde la década de 1890. El futbolín como invento español tiene su base en Alexandre Campos, un gallego de Finisterre que a mediados de los años 30 patentó el producto (o bueno, algo parecido a un futbolín), aunque con el exilio de la guerra perdió los documentos.
Décadas más tarde seguiría desarrollando su producto de vuelta a España, cuando el juego ya se había convertido en algo de lo más popular. El futbolín más divulgado dentro de nuestras fronteras es el modelo catalán, que se fabrica desde Billares Córdoba desde 1950.
7) La silla Mariposa
O silla BKF. Esta pieza clave del diseño organicista, ideada a finales de los años 30 por dos argentinos y un español (el catalán Antonio Bonet y Juan Kurchan y Jorge Ferrari-Hardoy, BKF, fundadores del colectivo Grupo Austral al que se unieron después otros creadores), es para los argentinos todo un símbolo nacional, aunque aquí en España puede que alguna vez también te encuentres mensajes que nos otorguen la autoría.
La versión oficial cuenta que Jorge Ferrari-Hardoy la creó, y que sus otros dos socios la presentaron (indicando la autoría de su autor) en el tercer Salón de Artistas Decoradores de Buenos Aires en 1940, pero eso no quita que haya pasado a la historia como la silla BKF.
¿Lo mejor? Que puede que esta silla de barra de acero doblada más una cesta de cuero no sea del todo original. El diseño de los del Grupo Austral tiene mucho de influencia de la italiana silla Tripolina, de los años 30. Además, la silla Mariposa la comercializaron diferentes empresas entre los 40 y los 50, a veces llamándola BKF y otras no. Pero en esencia, poco rastro de españoles hay en la historia de esta silla.
8) El 600
Detrás del nombre SEAT 600 (SEAT significa Sociedad Española de Automóviles de Turismo), detrás del icono de la España desarrollista, está FIAT, la empresa italiana, y el diseñador Dante Giacosa. Los pelotillas se fabricaban en la Zona Franca, junto al puerto barcelonés, gracias a la adquisición de la licencia del coche italiano, y vendieron casi un millón de vehículos, encarnando el símbolo más visible de la nación que dejaba atrás la vida proletaria a esa de clase media que podía permitirse un vehículo motorizado para toda la familia (y que era barato y fácil de reparar, claro).
El 600 es sólo nuestro en la medida de fenómeno de consumo, siendo como fue España el país donde su implantación se hizo más popular. Pero no, no como ingeniería propia.
9) Los carteles de Almodóvar
Átame, Todo sobre mi madre, Mujeres al borde de un ataque de nervios… es un grafismo que sentimos propio, como los universos que plasma en sus películas, cuyos conceptos estéticos beben mucho de esos diseños. Pero Pedro le ha encargado siempre sus carteles (al menos hasta tiempos recientes) al argentino Juan Orestes Gatti.
Sus coloristas y warholianas referencias, tan representativas de la movida madrileña (y que influirían después en muchos artistas), ilustraban las portadas de sus obras. Pero tras La piel que habito ambos artistas mantuvieron un litigio que les ha divorciado hasta hoy. Si los carteles de Los amantes pasajeros (de Mariscal) o Julieta no te parecían tan almodovarianos, tal vez tengas aquí la explicación.