Hoy en día, gracias a la inestimable ayuda de internet, organizar un viaje por cuenta propia, de principio a fin, es una realidad. Buscadores de vuelos y alojamientos para conocer precios, comparadores de los mismos, acceso directo a las compañías aéreas, de alquiler de coches, de hoteles, etc para realizar las reservas son algunas de las herramientas online que ayudan a planear hasta los pasos más pequeños del itinerario. No paran de surgir iniciativas, como la recién nacida Google Destinations, que posibilitan que podamos planificar y reservar un viaje desde nuestro dispositivo móvil a golpe de poco más que un par de clicks.
Los avances tecnológicos, que no sólo internet, han cambiado y cambian nuestras vidas de forma constante y tan frecuentemente que no nos llama la atención que, en la actualidad, podamos organizar un viaje completo por nosotros mismos. Antes del desarrollo de la world wide web, entre 1989 y 1990, esta situación habría sido considerada como de ciencia ficción. La forma de organizar, reservar y, más que nada, viajar era bien diferente. Una realidad que puede resultar exótica para las generaciones de jóvenes que llevan internet, las redes sociales y la tecnología en la sangre sobre la que hacemos un repaso.
Agencias de viajes, el Hostelworld de antaño
En los 90, aún sin la presencia de Internet a nivel masivo, las agencias de viajes eran el único conector entre el viajero y un destino. Acudir a ellas era ineludible, especialmente si el viaje conllevaba algo más que la reserva de un alojamiento (que podíamos hacer por nosotros mismos, buscando entre los anuncios de los periódicos y llamando a los propietarios por teléfono). Nos informaban de las ofertas turísticas, realizaban las reservas y nos entregaban la documentación de nuestros viajes. Las agencias de viaje dominaban el panorama y de ellas dependían nuestros sueños. Hoy en día sigue habiendo agencias de viajes físicas, pero en cantidad infinitamente menor.
Los paquetes: improvisar no molaba tanto
Los viajes se reservaban como un todo y en forma de paquete turístico: transporte, traslado, alojamiento, guía , excursiones y algún tipo de pensión. Pocas cosas se dejaban al azar para evitar contratiempos, difíciles y lentos de solucionar, que convirtieran nuestras vacaciones en una pesadilla.
Los catálogos: porque Google no estuvo ahí siempre
Tras el paso por la agencia de viajes, uno tenía que programar una reunión familiar para y dedicar un tiempo hermoso a estudiar la montaña de catálogos de viajes con la que había salido por sus puertas. No había más oferta que la que estos incluían, ni más información que recabar que la mostrada. La decisión era relativamente fácil de tomar pues se basaba en el atractivo de una imagen y en las cuatro líneas que describían el destino. No obstante, quedábamos expuestos a que la realidad no se correspondiera con la ficción así que, una vez hecha la reserva, nos encomendábamos a todos los santos conocidos y por conocer con la esperanza de que todo saliera bien.
Los vuelos de último minuto (como ahora, vaya)
Al contrario de lo que ocurre en la actualidad, que los precios de los vuelos aumentan según se acerca la fecha de salida, los vuelos de último minuto eran un chollo. Viajar barato era sinónimo de aventura, pues había que presentarse en el aeropuerto , dirigirse a los mostradores de las líneas aéreas y reservar cualquier destino que tuviera asientos vacantes. Eso si, con una maleta bien equipada que cubriera tipo de posibles viajes. Sólo los más intrépidos se atrevían con ello.
Billetes: cosas que no imprimías en tu casa. En serio
Los billetes de avión eran auténticas obras de arte. Hojas varias unidas entre si, que recordaban a los talonarios de cheques, con papeles de carboncillo entre unas y otras que permitían copiar en el resto lo escrito en la primera. Había que guardarlos a buen recaudo pues su pérdida suponía un coste adicional por la emisión de un nuevo billete y una pérdida de tiempo considerable.
Los destinos turísticos: caros, lejanos, hoy horteras
Las modas hacen mella en todos los sectores de la economía y el de los destinos turísticos no que queda al margen. Lugares que hace 30 años eran lo más de lo más, hoy han quedado relegados a un segundo plano. Atrás han quedado los tiempos en los que las Canarias eran el destino más exótico al que se podía acceder. El desarrollo de los medios de transporte permite viajar a lugares más remotos en menos tiempo y a costes permisibles, al tiempo que internet y las redes sociales nos “orientan” sobre dónde viajar.
La fotografía: no, no podías subir nada a Facebook
Este es uno de los aspectos que más ha cambiado en los últimos años y no ha sido, exclusivamente, por la existencia de internet pues el paso de la fotografía analógica a la digital no está relacionado con ella. Hace 30 años fotografiar sin saber el resultado de forma instantánea estaba a la orden del día. Las capturas estaban reservadas para lugares y momentos especiales. El coste de los carretes de fotos de 35 mm y de su posterior revelado nos condicionaba y no tomábamos tantas fotos como en la actualidad.
Se fotografiaba sólo lo importante y principal, si nos encontrábamos en París, por supuesto nos hacíamos un par de fotos con la torre Eiffel de fondo, Notre Dame y los monumentos más representativos. La cámara salía de la funda en ocasiones contadas y tan rápido como se guardaba. El resto del tiempo se empleaba en disfrutar y vivir el destino.
Para cambiar el carrete había que asegurarse de rebobinar bien el que se acababa de terminar y que toda la película se introdujera en la carcasa para que no se velara con la luz al abrir la cámara y se nos echaran a perder todas las fotos que con tanto cuidado habíamos tomado. Aquello imponía cosa mala.
Qué emocionante era regresar a casa con varios carretes de fotos e ir corriendo a la tienda de revelado para poder tener en nuestras manos las imágenes de nuestro viaje. Poder sobarlas (eso si, sin plantar los dedazos sobre ellas), pasarlas una y otra vez, compartirlas con los amigos y familiares y organizar un tapeo en casa como excusa para hablar de nuestro último viaje. Aquello tenía un exotismo y un encanto especial que internet, con su inmediatez, ha borrado de un plumazo.
El mayor exotismo histórico: las cabinas telefónicas
La obligada llamada a casa tras llegar al destino del viaje para avisar de que todo había ido bien estaba condicionado por las cabinas telefónicas. La búsqueda y localización de lo que, en breve, desaparecerá del paisaje urbano era esencial para mantenerse en contacto con la familia que, dependiendo de lo preocupona que fuera, esperaba con ansia esa llamada. La cabina era nuestro nexo con la realidad y había que asegurarse de tener suficiente cambio en monedas para poder hacer uso de ella. Sin monedas, adiós llamada, así que había que ir preparados.
Y lo único que ha ido a más: la seguridad
Benditos aquellos tiempos en los que se podía pasar el control de seguridad de un aeropuerto sin sentirse un criminal. Nada de desprenderse de prendas de ropa, nada de declarar ese chorizo que llevamos en la mochila y con el que vamos a rellenar la barrita de pan que abriremos con la navaja de nuestro llavero y nada de vaciar la botella de agua de litro con la que ayudaremos a que pase. Las controles de seguridad se han vuelto tan sofisticados como innecesarios en la mayoría de casos, pero hay que apechugar y el coste de pasar por ellos es mínimo en comparación con lo que nuestro viaje deseado nos traerá.
A estas curiosidades, y a modo de epílogo, añado la de la posibilidad de fumar en cualquier sitio público, concretamente en el avión y, más concretamente aún, en un asiento cercano. No ha sido la tecnología ni internet las causas por las que este cambio se ha producido, sino la evolución de la sociedad. Lo que se asumía como normal, aunque molesto, es una rareza en la actualidad. Reconozcamos que este fue un gran paso y que, fumadores o no, por su grandeza, no podía ser ignorada.
Imágenes | Got Credit, Highways England en Flickr