Para dar con el último gran tesoro de la historia de la ciencia los investigadores han tenido que excavar, pero no en tierra o arena, sino en un antiguo códice medieval de un monasterio del Monte Sinaí, Egipto. El proceso ha exigido años de trabajo y tecnología sofisticada, pero el premio que han recibido a cambio los archivistas lo compensa con creces: parte del mapa del cielo estrellado más antiguo que se conoce, con cálculos de Hiparco de Nicea, una joya buscada desde hace siglos.
El resultado es fascinante. El camino hasta él también.
Quizás lo más curioso del hallazgo es que el catálogo no estaba escondido en una catacumba remota o catacumba, ni en un cofre recién desenterrado, sino bajo las páginas del Codex Climaci Rescriptus, una colección de textos siríacos escritos hacia los siglos X o XI que contiene el célebre Scala Paradisi, un tratado religioso escrito por el monje Johnannes Climacus (579-649).
Los expertos saben desde hace tiempo sin embargo que el pergamino podía contar más cosas, muchas más: además de una valiosa joya medieval, el códice es un palimpsesto, un documento reutilizado y que conservaba huellas de escritos anteriores que se habían intentado eliminar… sin demasiado éxito. Más o menos, igual que un documento con diferentes sustratos.
La búsqueda del tesoro
Hoy quizás nos pueda sorprender, pero hace siglos, cuando no resultaba tan fácil disponer de los materiales necesarios para plasmar las ideas por escrito, los escribanos solían raspar textos antiguos para reaprovechar el pergamino. Cosas de la vieja (vieja) escuela. La pregunta del millón con el códice del Monasterio de Santa Catalina, en la Península del Sinaí, era: ¿Qué ocultaba?
Para resolver las dudas de una vez por toda el Museo de la Biblia —con sede en Washington—, dueño de buena parte de los 146 folios del manuscrito, decidió someterlo a un análisis cuidadoso. Durante años tomó imágenes multiespectrales para descifrar los restos de tinta que el ojo humano no puede apreciar a simple vista y envió el documento a la Tyndale House, en Cambridge. El objetivo: descubrir la capa oculta de texto, probablemente —creían— más textos bíblicos o teológicos.
“Entre 2012 y 2016, equipos de pasantes de verano trabajaron duro para descifrar lo que se había borrado”, explica la Tyndale House. Con el paso del tiempo los expertos se dieron cuenta de que el contenido podía resultar mucho más interesante de lo que habían imaginado en un principio. En 2012 uno de los estudiantes del erudito bíblico Peter Williams, de la Universidad de Cambridge, ya había detectado entre el material un pasaje escrito en griego y atribuido al astrónomo Eratóstenes.
Decididos a tirar del hilo en 2017 los expertos volvieron a examinar las páginas con tecnología multiespectral de última generación y desplegaron todos los recursos a su alcance. Especialistas de California y Nueva York tomaron 42 fotografías de cada página sometiéndolas a diferentes longitudes de onda de luz. Para buscar las mejores combinaciones de frecuencias se apoyaron además en algoritmos. Todo para descubrir al fin qué eran aquellos textos que llevaban siglos sin leerse.
Discovery alert! 💫 Scholars have found the earliest known, scientifically precise star chart hidden in a medieval codex at Museum of the Bible.
— Museum of the Bible (@museumofBible) October 19, 2022
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Lo que descubrieron es que nueve de los folios contenían anotaciones astronómicas que —precisa Nature— por la datación de radiocarbono y el estilo de la escritura podían datarse hacia los siglos V o VI. Entre el material había mitos sobre el origen de las estrellas, parte de un poema que trata sobre las constelaciones y… algo más misterioso, tres letras griegas sin sentido aparente.
Williams pudo examinarlas de forma detenida en 2021, durante uno de los confinamientos obligados por la pandemia, y acabó concluyendo que lo que tenía ante sus narices eran coordenadas, lo que lo llevó a contactar con el historiador Victor Gysembergh, del CNRS galo. “Quedó claro de inmediato que teníamos coordenadas estelares. Estaba muy emocionado”, comenta el experto a Nature.
El pasaje en cuestión no era especialmente extenso, ocupaba más o menos una página, pero planteaba otra cuestión mucho más interesante: ¿Qué estaba mostrando?
Tras estudiarlo los expertos concluyeron que señalaba las coordenadas de la constelación Corona Borealis. Y lo más importante, descubrieron indicios que apuntan con claridad hacia Hiparco, como la forma en la que se presentaban los datos y, lo más importante, las propias medidas recogidas en el manuscrito teniendo en cuenta el movimiento de precesión. Las anotaciones coinciden con las que se daban cuando Hiparco hacía sus observaciones, más o menos hacia el 129 a.C.
Lo que acaban de rescatar del olvido los eruditos era, ni más ni menos, que una parte de la transcripción del siglo VI d.C. del catálogo estelar elaborado siglos antes por Hiparco. El hallazgo es extraordinario por varias razones. Primera, porque los especialistas sabían de de su existencia por referencias en otros textos antiguos y llevaban siglos buscándolo. Segunda, y esencial, porque se cree que es el primer mapa conocido del cielo nocturno y un intento pionero por mapearlo.
El documento nos acerca a un capítulo clave de la historia de la ciencia, cuando los astrónomos decidieron ir un poco más allá y no limitarse solo a describir los patrones que apreciaban en el cielo. Las anotaciones de Hiparco revelan el deseo de medirlos y predecirlos. Además, el documento nos permite conocer mejor la labor de Hiparco e incluso la de otros científicos, como Ptolomeo.
Un tesoro notable...
... descubierto de una forma extraordinaria, digan de una versión 2.0 de 'El nombre de la Rosa'.
Imagen de portada: Tyndale House
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