Una versión anterior de este artículo se publicó en 2018.
"Pues mi abuelo se tomaba todos los días un chato de vino, y aguantó como una rosa hasta los 92 años". Seguro que hemos escuchado alguna frase parecida. Es una de las técnicas de justificación más extendida a la hora de beber alcohol: promover sus bondades para la salud. Este y otros dichos parecidos están muy arraigados en el acervo cultural. Tanto que algunos, incluso, se justifican de manera que parece científica: los antioxidantes del vino son buenos contra el cáncer.
El dicho está muy extendido: el alcohol es malo, todo el mundo lo sabe. Pero un poquito al día puede ser hasta bueno, dado que sus ignotas propiedades químicas hacen que tus células duren más, envejezcan menos. Es una idea lógica si tenemos en cuenta la cantidad de cosas buenas que contiene una copa de vino, como por ejemplo antioxidantes, taninos o el resveratrol. Próceres, personajes históricos, médicos, científicos, políticos... Ningún personaje se libra de la sentencia bondadosa hacia el vino. Hasta la ciencia ha caído varias veces en ensalzarlo.
Este es, tal vez, sea el punto más preocupante, ya que sirve de justificación para el mito. A día de hoy, todavía podemos ver anuncios de artículos que explican que el vino y otras bebidas alcohólicas son buenas para la salud. Las razones esgrimidas son variadas pero casi todas se centran en las sustancias antioxidantes, que ayudan a combatir el cáncer. Algunas otras defienden un efecto positivo debido a la vasodilatación, que podría ayudar con los problemas cerebrovasculares.
Otros, más grandes, indican que una adherencia a una dieta mediterránea, con vino incluida, es buenísima. Todos estos resultados, por supuesto, casan perfectamente con el dicho popular. Esto hace que se refuerce la idea, que parece apoyada por la evidencia científica. Un poco de vino va bien para el cuerpo. Pero todo esto no es más que una tergiversación de la evidencia científica, una equivocación o pura mentira.
A pesar de que existe bastante literatura científica defendiendo las propiedades positivas del alcohol, en la última década, el consenso científico está evolucionando hacia su denuncia. Metaestudios como los de la Sociedad Americana de Oncología indican que el consumo de alcohol está relacionado con una mayor probabilidad de padecer cáncer. En esa misma línea, los informes más extensos elaborados por la Organización Mundial de la Salud, que es la que tiene la última palabra en estas cosas, dicen que no, que no hay ninguna cantidad mínima de alcohol que sea saludable.
De hecho, la OMS, tras estudiar prácticamente todos los artículos existentes, buenos y malos, afirma que lo mejor para la salud es no beber alcohol en absoluto. Siguiendo esta línea, hace unos años The Lancet publicaba uno de los metaanálisis más grandes hechos hasta la fecha con un resultado muy claro: no hay ningún nivel de consumo de alcohol seguro para la salud. Y si no es seguro, mucho menos puede ser beneficioso.
Pero, a ver, para que quede claro, ¿no hay papers (artículos científicos) a favor y papers en contra? ¿En qué quedamos? ¿Por qué hemos de fiarnos de unos y no de otros? Hablemos de por qué unos estudios son lo suficientemente valiosos como para asentar un consenso científico y los otros no.
Por qué el vino es en realidad malo
En primer lugar, hablemos de estos últimos estudios mencionados. Sabemos que son buenos porque son lo que se conoce como metaanálisis. Estos estudios consisten en recoger la literatura científica y analizar cada paper uno por uno, detenidamente, para comprobar sus resultados y llegar a una conclusión que parta de cientos o miles de casos de estudio. Los metaanálisis son los tipos de estudio científico con más valor. Los resultados aislados de un estudio no siempre dan información valiosa.
Son piezas de un puzle más grande que muestra un cuadro mucho más complejo. Los metaanálisis consisten en recoger muchas de estas piezas y componer la mayor parte del cuadro posible. Los estudios de los que hablábamos antes, aquellos que abogan por los beneficios del vino para la salud, son estudios discretos. Son piezas aisladas del cuadro completo, por lo que podrían estar indicando un beneficio concreto pero que no justifica el beneficio a nivel global. Eso por un lado.
Luego tenemos otro apartado importante: estos experimentos discretos trabajan con mecanismos muy específicos. Normalmente, estos mecanismos son de naturaleza molecular o las pruebas se hacen sobre tejidos. Un buen ejemplo son los estudios que analizan el efecto de los antioxidantes en nuestro cuerpo. Estos miden el nivel de una u otra sustancia tras administrar una cantidad de antioxidantes presente en el vino, por ejemplo.
Pero estos estudios no tienen en cuenta el "ecosistema" que constituye nuestro cuerpo, donde la presencia o ausencia de una sustancia no siempre significa un efecto. Tampoco implica que esa sustancia sea biodisponible, lo que quiere decir que entrará y saldrá sin ejercer casi ningún papel en el metabolismo.
Por el contrario, los estudios que hablan en contra del alcohol lo hacen estudiando poblaciones completas, correlación y mecanismos. Es decir, son mucho más completos. Esto es necesario en un ámbito tan sumamente complejo como es la salud humana y la nutrición. Por supuesto, también existen estudios bien hechos que abogan por algunos efectos buenos del alcohol en la salud, pero son muy pocos.
Aunque pueda parecer lo contrario, muchas veces debido a la cobertura mediática, la ciencia no se hace a partir de un solo estudio. Hacen falta cientos de ellos, muchas veces contradictorios, para llegar a un consenso. En ese proceso aparecerán investigaciones mejores y peores.
El trabajo de entidades como la OMS es reunir todas las piezas del puzle para pintar el cuadro más riguroso posible hasta la fecha. Y el resumen es que la gran mayoría de evidencia científica, tanto en calidad como en cantidad, dicen que el alcohol es malo para la salud. Es más, dicen que no hay cantidad de alcohol que sea segura para su consumo. Cualquier consumo de alcohol, por pequeño que sea, se relaciona con más probabilidades de cáncer o, incluso, como causa directa de cáncer (que no son lo mismo).
A diferencia de los estudios que dicen que el vino tiene sustancias antioxidantes, las cuales se relacionan con propiedades anticancerígenas, estos otros demuestran que el alcohol es capaz de producir cáncer. Entre lo primero y lo segundo hay una diferencia abismal. Con este ejemplo espero ayudar a entender por qué el consenso científico apueste en contra del alcohol, muy a pesar del dicho popular.
Un dicho que se ha alimentado desde hace décadas de los intereses. Por suerte o por desgracia, la industria alimentaria es una de las más poderosas que existen. Si a esto le unimos la tradición que tiene el ser humano con el alcohol (llevamos algo más de 10.000 años fermentando bebidas alcohólicas) y su protagonismo como droga social ayudan a entender por qué es tan difícil cambiar nuestra visión positiva hacia él.
Tomarnos una copita de vino al día es una elección. Una elección que no podemos justificar diciendo que no nos va a hacer daño, porque sabemos fehacientemente que lo hará. Como todo, sigue siendo nuestra decisión, pero es importante que, cuando la tomemos, no lo hagamos engañándonos a nosotros y a los demás.
Imagen: Kesley Knight/Unsplash
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