Action Park, cuando los ingenieros tuvieron barra libre para hacer el parque acuático más mortal del mundo

"Nada igualó al factor miedo de Action Park". Alison Becker, actriz estadounidense de 42 años que trabajó en su adolescencia en Action Park, explica para The New York Times cómo una generación entera de neojerseítas (por improbable que parezca, el gentilicio de los habitantes de Nueva Jersey) quedó marcada tanto en su mente como en sus cuerpos por el parque de atracciones que nunca debió existir.

Eugene Mulvihill, rostro popular en los '70 en Wall Street, acabó perdiendo su empresa por la intervención de la Comisión de Valores después de que se le acusase de haber promovido a gran escala los fraudes de las acciones de penique (sí, las mismas que salen al principio de la película de El Lobo de Wall Street). Con el veto a su licencia, Gene se fue a pastos más verdes. Decidió poner rumbo a Vernon, Nueva Jersey, a 70 kilómetros al noroeste de Nueva York. Compró en 1978 un resort de esquí más sus terrenos colindantes con la idea de ampliar los beneficios: si en invierno se podría esquiar (intentó incluso que se pudiese esquiar en meses posteriores con el ultraprocesamiento de nieve artificial, sin mucho éxito), en verano podrías ir a un parque acuático de próxima construcción. 

Nacía Action Park.

Mulvihill no era amigo de las regulaciones. No creía en el valor de la intromisión gubernamental. Tampoco creía en la ingeniería: los diseños del recinto nunca estuvieron hechos por reputados profesionales licenciados con experiencia en la creación de construcciones seguras. Según el propio hijo de Gene, todas las atracciones fueron propuestas del propio empresario, de los imaginativos empleados del parque o de un par de arquitectos parias a los que los grandes players del sector tipo Disney o Six Flags habían rechazado.

Y así pasó que Action Park se convirtió en un terreno de pruebas de las ideas más sagaces de la mente humana en cuanto a diversión. La más infame de todas sus propuestas fue el Cannonball Loop de 18 metros de altura, un tobogán de agua cerrado que se asemeja a una pajita retorcida en un bucle de 360 ​​grados y que no sólo parece la idea de bombero que alguien escribiría en una servilleta de un bar, sino que, en efecto, así fue como "diseñó" Gene la atracción.

Iban probando: echaban los maniquíes en el tubo y, mientras saliesen al otro lado desfigurados, seguirían calibrando su construcción. Cuando consiguieron que los dummies saliesen enteros, se ofrecieron a darle a los empleados un dinerillo extra si se animaban a tirarse ellos mismos para comprobar el efecto en personas de carne y hueso.

En los casi veinte años de vida del parque, Cannonball Loop nunca consiguió estar abierto más de dos semanas seguidas, pero en ese reducido tiempo consiguió destruir las piñatas de un buen puñado de personas (al abrir la compuerta superior del loop, los trabajadores estaban acostumbrados a recoger los dientes que quedaban incrustados en el techo), y mientras no estaba abierto, seguía siendo, con su espectacular diseño, una sobredimensionada metáfora de la experiencia que te esperaba en el resto de tu jornada mientras permanecieras allí.

Una atracción llamada "La tumba"

El resort tenía tres zonas: la de esquí y toboganes de gran tamaño, la de agua y piscinas y Motorworld, con sus coches kart y motos marítimas. Los empleados no solían pasar de los 25 años, ni que decir sobre el respeto a las leyes laborales, y si llevabas trabajando allí un par de veranillos, ya te hacían mánager de alguna zona. También estos infracualificados chavales se encargaban de las gestiones de socorrismo o enfermería. Para espabilar a los recién llegados, los "hermanos mayores" colocaban al aprendiz a pasar unas horas en la "silla de la muerte" a vigilar la piscina de olas, la Tidal Wave Pool, a la que ellos llamaban cariñosamente "La tumba".

Aquí, en esta temeraria atracción, fue donde murió el primero de los seis individuos que a lo largo de la vida activa del parque se ha podido certificar que fallecieron allí. Y decimos esto porque Papa Gene se saltó a la torera la normativa sobre registros de accidentes sucedidos en sus instalaciones, y con algunos de los muertos sólo se certificó que habían ocurrido en Action Park después de varias apelaciones de las familias.

En La tumba, como en el resto de zonas de juego, no había ningún control de aforo, así que mucha gente entraba por la sensación de reposo. La realidad es que las olas no actuaban como en alta mar, y ahí, una vez te arrastraba hacia abajo, la física acuática te forzaba a permanecer en la profundidad por más tiempo que el que tus pulmones pueden resistir, y al haber tanta gente era casi imposible para los doce socorristas que constantemente tenían que vigilar una atracción tan mal diseñada (decían que, en hora punta, podían sacarse a unas diez personas por hora) poder atisbar que alguien se estaba ahogando. 

Cinco años después murió otro tipo en Tidal Wave Pool.

Precipicios artificiales de diez metros de altura en los que la gente se tiraba de cabeza a un foso que aún no había sido despejado con los desorientados tipos que se habían tirado antes que tú; unas lianas a lo Tarzán con una fuerza propulsora excesiva; toboganes con una física tan abrupta que, sus participantes, sin saberlo, salían de ellos con el primer enema de sus vidas; una imitación de unos rápidos que se quiso que fuesen "tan vertiginosos como los reales, tío" y que por eso mismo ostentaba cifras récord de fémures, clavículas y resto de materias óseas fracturadas en las estadísticas internas del parque; lagunas para las motos acuáticas llenos de culebras hambrientas, con máquinas que habían sido trucadas para correr más de lo que permitía el fabricante…

La lista es larga, como ves. La filosofía siempre fue brindar el chute máximo de adrenalina que fuese materialmente posible, llegar hasta el límite mismo de la naturaleza sin provocar indefectiblemente una muerte instantánea, que ésta sólo ocurriese en raras excepciones.

Una de las muchas atracciones que quedó por el camino era una idea de una mente que está más allá que acá en este mundo: imagina una bola de hámster tamaño humano en la que quedase fijado con arneses el pasajero. Vale, ahora mete esa bola en otra bola más grande que haga que todo rote mucho más. Y coloca esa bola en unos raíles que caen sin ningún tipo de freno por una cuesta empinada. El proyecto sólo se abandonó porque los raíles se rompían cada vez que caía una de sus esferas por ella.

Otro plan sagaz, este sí llevado a cabo: el empresario pensó que lo mejor que podía colocarse al lado de la zona de karting era una gran carpa de cervecería. Que servía constantemente, a todas horas, y en la zona de conducción, salvo que caminases haciendo eses, no había ningún tipo de control de alcoholemia.

Era el paraíso adolescente, el sitio que estaba en la diana de todos los chavales a varios kilómetros a la redonda. El que, gracias a la relajación de las normas, te dejaba cicatrices que luego llevabas al instituto con orgullo como prueba de valentía. La arcadia en la que entre nado y salto conociste a tu primer flechazo y pudiste descubrir qué era eso del amor lejos de la mirada de los adultos. Una máquina de generar recuerdos que muchos visitan hoy con nostalgia, aunque también con una mirada incrédula hacia todos los riesgos que sólo ahora se dan cuenta alguien tenía que haber evitado que corrieran.

Todo esto fue posible, según el propio hijo del magnate, por los vínculos que su padre tenía con personas prominentes del estado. En el documental sobre el lugar estrenado en Estados Unidos en HBO (y que podría llegar próximamente a la edición española de la plataforma), cuando algún periodista publicó los hechos de corrupción, el periódico local le terminaba relegando. Action Park era un destino excepcional incluso para los estándares de su región, y pese a ser claramente el parque de atracciones más peligroso de Estados Unidos, se descubrió a posteriori que sólo fue multado una vez en su lo que se mantuvo abierto.

Hubo un punto en el que el goteo de malas noticias fue imparable. Las contusiones cerebrales, las personas que acababan paralíticas o muertas se hacían insoportables. Así todo, fue la falta de inversores que refinanciasen los agujeros de la empresa los que terminaron por tumbar el mito. Action Park terminó cerrando sus puertas para siempre en 1996.

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