Ser el elegido entre una multitud de 60.000 personas puede ser algo maravilloso o escalofriante. Seguramente al señor Ao su experiencia le habrá parecido más bien la segunda. Este ciudadano chino, que era requerido en la provincia de Guangxi Zhuang como sospechoso por crímenes económicos y no había respondido a las autoridades, acudió hace dos noches al concierto masivo del cantante kongkonés en Nanchang, una población a 100 kilómetros y en otra provincia distinta de la que era requerido. Cuando Jacky Cheung empezó a cantar, los guardas fueron inmediatamente a detener al fugitivo. Las cámaras del estadio le habían grabado y reconocido en cuestión de décimas de segundo.
No es el primer arresto por IA en China: ni mucho menos. Algunos otros casos conocidos son los de la policía china a través de sus nuevas gafas de reconocimiento facial, que sólo en una única estación de tren se saldó con 33 arrestos, incluyendo el de un secuestrador y un hombre que provocó un atropello y se dio a la fuga. También, en un festival de cerveza del año pasado se detuvo a otros 25 sospechosos de entre la multitud por crímenes largamente buscados.
EE.UU. lo probó mucho antes que China: y cuando decimos mucho antes, hablamos de un mundo anterior al 11 de septiembre de 2001. En un partido de la Superbowl, y mientras 100.000 espectadores disfrutaban del juego de los Ravens contra los Giants, la policía federal probó a escanear con un software los rostros de los asistentes de forma no anunciada, como experimento para ver su viabilidad y efectividad. Resultado: la tecnología identificó a 19 personas en la multitud que tenían órdenes de arresto pendientes menores, aunque no se procedió a arrestarles. 18 años después, el programa de reconocimiento facial se ha perfeccionado hasta niveles impredecibles.
Aunque sabemos que los chinos son quienes más lo sufren: es parte de su actual programa de control social mediante una amplísima red de cámaras, una identificación facial y dactilar sistemática de todos los ciudadanos, una aplicación de rastreo en el móvil que debe estar siempre activa en sus teléfonos y un sistema de créditos que ha provocado titulares de lo más apocalípticos.
¿Quieres comprar la vida de Qiang? ¿O la de otros 300.000 ciudadanos chinos? Nombre, género, teléfono, historial de compras, historial de movimientos o matrícula de coches, todo ello puedes hacerlo por un puñado de dólares. Es lo que ofrece la reflexiva obra de Deng Yungfen que adquirió todos estos datos por menos de 800 dólares a un intermediario de acumulación de datos. Su exposición no ha hecho demasiada gracia al Gobierno, pero está claro que ha sabido transmitir su mensaje. No es sólo que el Gobierno haya eliminado la privacidad de sus ciudadanos, es que estos también están dando enormes cantidades de información a entidades privadas sin darse cuenta. Dicen que la publicidad que reciben los chinos en sus mensajes online o directamente por teléfono son mucho más personalizados que en occidente.
¿Y cómo podemos resistirnos a esta invasión de nuestro espacio? Si es posible, alertando a nuestros vecinos y votando en contra de la implantación de estas herramientas. Es lo que habría ocurrido, por ejemplo, en la provincia de Zhejiang, donde los ciudadanos se negaron a permitir el uso de una app para vigilar a los vecinos, denunciando tácticas que les recordaban demasiado a los tiempos de la Revolución Cultural. Este "autoritarismo en red" puede muy fácilmente ampliar sus suspuestos y su presión a cosas triviales, como el descrédito de los ciudadanos que pasen demasiado tiempo libre jugando a videojuegos, o a territorios más turbios, como desacreditar a los disidentes políticos. El plan es actuar antes de que sea demasiado tarde. Las consecuencias de no intervenir las constataremos dentro de unos cuantos años, en la China de, pongamos, 2025.
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