Avanzadilla de estimaciones de las pérdidas por el coronavirus: 257.000 millones de euros a nivel mundial en los primeros tres meses del año. Sólo China podría perder 57.000 millones. La vida y la economía han de seguir. ¿Solución? Tal y como se está proclamando estos días desde multitud de tribunas, estamos ante “la gran prueba del teletrabajo”, la mejor oportunidad y el más extenso (por la escala de la amenaza y la disrupción simultánea en decenas de países) experimento del empleo en remoto que muchas empresas van a poder ejecutar.
China, Japón e Italia instando al teletrabajo: el punto en el que estamos
Multitud de chinos de todas partes del país han recibido órdenes de no ir a sus centros de trabajo. Sólo en Beijing, y según cifras del periódico del partido China Daily, a día de hoy más de la mitad de los empleados de la capital están trabajando desde sus casas. Las compañías tecnológicas nacionales e internacionales (desde Tencent hasta Alibaba o Microsoft) están estableciendo protocolos. Tanto en Japón como en Italia los respectivos gobiernos han hecho un llamamiento a que las empresas habiliten esta fórmula de deslocalización, en el caso del país mediterráneo con un decreto ley urgente para facilitarlo.
Según El Independiente algunos departamentos de las siguientes compañías, tanto en sus sedes españolas como chinas, ya han empezado a aplicar medidas de fomento del teletrabajo (así como restricciones a los viajes): Santander, BBVA, Endesa, Iberdrola, Red Eléctrica, Enagás, Mapfre, IAG-Iberia, Vodafone, Meliá y KPMG.
Reflejo de la magnitud de las medidas que se están tomando en China vienen de los movimientos tecnológicos de estos días. WeChat Work, una app de mensajería para el trabajo similar a WhatsApp, vio un pico desmedido de descargas el 10 de febrero, cuando la mayoría de trabajadores vuelven después de las vacaciones del Nuevo Año Lunar.
Alibaba anunció que tendría que añadir otros 10.000 servidores sólo para mantener la actividad de los millones de nuevos usuarios que están ahora entrando por Dingtalk, plataforma de trabajo en remoto similar a Slack por la que se están conectando cada día más de cinco millones de estudiantes y, según las últimas cifras, 10 millones de empresas, lo que ha llevado a parones temporales.
Según un proveedor de internet nacional, el país está generando un consumo diario de 6.100 millones de horas online, 1.000 millones más que las equivalentes el mes anterior. Dicen que hasta algunos juzgados locales están operando en remoto.
Unos resultados prematuros e irregulares
Entre los empleos de cuello blanco ofertados en China prima el sistema 996 (de 9 de la mañana a 9 de la noche seis días a la semana), y según varias cabeceras hay una tendencia cultural al presentismo y a la constante supervisión y hostigamiento del trabajador como forma de motivarle y sacar sus mejores resultados. Es decir, y comparado con la cultura occidental, hay una mayor inclinación por el sistema de castigos que por el de premios. Por eso mismo muchas compañías eran reacias antes del coronavirus a abrirse al teletrabajo.
Pero con el riesgo de pandemia, a muchas no les ha quedado más remedio. Cuenta la publicación canadiense The Globe and Mail que empleos como los de programadores están operando sin pérdidas de productividad, pero que en otros ambientes tecnológicos, y por la falta de un plan de teletrabajo (compra de ordenadores, conexiones apropiadas y software dedicado en los hogares de los trabajadores, así como un cambio de mentalidad entre los encargados para pedir a los subordinados que cumplan objetivos en lugar de una disponibilidad presencial), ha habido algunas trabas iniciales. “Entre los diseñadores y desarrolladores de hardware la eficiencia ha caído un 30%. Es un impacto inmenso”.
Pero también ha habido casos de éxito. Cheng Zheng, fundador de DDD Online, una compañía de realidad aumentada, empezó diciendo que abandonarían el trabajo en remoto al que están ahora adscritos por fuerza mayor el 60% de sus empleados tan pronto como terminase el veto. “No hay forma de supervisar lo que hace la gente. No sabemos si nuestros trabajadores están tecleando código o jugando con sus mascotas. Todo esto va en la dirección contraria al estilo de trabajo tradicional de nuestro país”.
Tres semanas después llegó el balance: aunque los primeros días la productividad se desplomó al 60%, para la segunda semana subió al 90% y en algunos casos llegaron “al mismo nivel que teníamos antes. Ya nos hemos acostumbrado y casi no nos sentimos incómodos”, según Zheng. El directivo ha anunciado que extenderá el plan otros seis meses y que al término de la amenaza estudiará adoptar una forma de presencialidad híbrida por la que sus empleados no tengan por qué perder tiempo diario viajando hasta sus oficinas si no lo desean.
Dado que todo apunta a que el COVID-19 seguirá algún tiempo entre nosotros y que a medida que se extienda el virus más países y empresas irán aplicando planes de contingencia, en unos meses tendremos resultados prácticos muy interesantes sobre la viabilidad del teletrabajo en nuestras sociedades.
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