De un tiempo a esta parte, las ciudades del norte de Europa se han convertido en el modelo de movilidad a seguir. En especial por su elevadas tasas de uso de la bicicleta. Ámsterdam es el mejor ejemplo: más del 30% de sus habitantes se desplaza diariamente sobre las dos ruedas, el modo de transporte más popular de la ciudad. En España, sólo Vitoria, una clara excepción, se acerca, y a muchísima distancia (13%). ¿El secreto? Muchos. Uno de ellos inesperado.
Párking. Resulta que Ámsterdam es la ciudad del mundo donde más cuesta aparcar un coche. No sólo por la cantidad de minutos desplegados en busca de un hueco decente, sino por el precio a pagar por él. El último ránking de Parkopedia, un índice dedicado a analizar cómo evoluciona el precio del aparcamiento en las principales ciudades del mundo, coloca a la capital holandesa a la cabeza. 13,1€ por dos horas en la calle.
Puntera. Uno de los muchos obstáculos que afronta un conductor cualquiera en las angostas calles de Ámsterdam. No hay ciudad en el mundo donde el aparcamiento exterior sea tan caro. Se trata de una rara excepción entre las urbes contabilizadas. En la mayoría de ellas, los párkines privados, subterráneos o edificados en altura, son mucho más caros (el ejemplo más extremo, el de Nueva York, a $34 las dos horas).
En Ámsterdam aparcar en la calle es un 24% más caro.
Agitación. ¿Por qué? Porque la ciudad quiere desincentivar el tráfico de agitación. Diversos estudios ilustran cómo hasta el 30% de los vehículos circulando por la calzada en un momento dado tan sólo están buscando aparcamiento. Copan calles adyacentes no cruciales para la movilidad, generan más ruido y emisiones, contribuyen a congestionar las calles. De ahí que algunas de las propuestas más inmediatas para reducir el volumen de coches sea quitando aparcamientos.
Ejemplos. Hay algunos ejemplos en Europa que ilustran esta tendencia: Oslo decidió eliminar las plazas públicas hace dos años, con cierto éxito. Ante todo buscaba desincentivar el traslado de vehículos desde barrios más periféricos al centro (ante la imposibilidad de dejarlos en la calle). Ámsterdam no ha llegado al extremo noruego, pero sí ha buscado la penalización económica. A largo plazo, el objetivo de ambas es el mismo. Menos coches en sus calles.
¿Funciona? Con todo, esta clase de restricciones también tienen externalidades negativas. La política es regresiva, en tanto que los conductores con más renta siempre se la podrán permitir antes que los más pobres. Y está por ver que funcione. Pese a sus ambiciosos planes, el coche aún representa el 20% de los desplazamientos diarios de Ámsterdam, no demasiado lejos del 29% de Barcelona. Los desplazamientos a pie siguen siendo menores (29% vs. 42%).
Imagen: Pxhere
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