¿Para qué querría nadie darle un alucinógeno a un animal? Muchos investigadores, sin embargo, se han enfrentado a esta pregunta con respuestas tajantes: para saber más. Saber más sobre su comportamiento y el nuestro, cómo afectan las drogas al organismo, cuáles son los recovecos más recónditos de la psique animal...
Cuestiones éticas aparte, lo cierto es que esto de drogar a animales para ver cómo se comportan no es nuevo. El último experimento es de hace apenas unos meses y tiene que ver con un pulpo y una dosis de MDMA. ¿Qué han descubierto los biólogos? ¿De verdad merece la pena hacer este tipo de experimentos?
Drogas, pulpos y hábitos sociales
¿Para qué querría nadie darle a un pulpo MDMA? La 3,4-metilendioximetanfetamina, o MDMA, también conocido como éxtasis, es una droga que provoca euforia, sensación de intimidad con los demás y disminución de la ansiedad. Produce una clara pérdida de timidez, además de una serie de manifestaciones fisiológicas: aumento de la tensión muscular, dilatación de las pupilas y una pérdida parcial del sentimiento de dolor físico, en el ser humano.
¿Qué cefalópodo que se precie no disfrutaría de un poco más de extroversión? Unos biólogos decidieron no quedarse en la pregunta. En su experimento administraron a un O. bimaculoides una dosis de MDMA para comprobar si este se volvía más "simpático" y menos huidizo, que es el comportamiento típico de un pulpo.
El resultado demostró que sí: también funciona con los cefalópodos. Normalmente los pulpos son solitarios, ariscos y hasta agresivos con otros pulpos. En época reproductiva, sin embargo, algo cambia y su comportamiento se vuelve más social, buscando compañeros. Esto mismo es lo que se observa al drogar a un pulpo. En vez de mantenerse apartado, contra la pared de un tanque, escondido o agresivo, el pulpo con MDMA se vuelve hacia sus compañeros.
En vez de mantenerse apartado, contra la pared de un tanque, escondido o agresivo, el pulpo con MDMA se vuelve hacia sus compañeros
Esto, según indican los investigadores, se debe a que la droga trabaja sobre un mecanismo supresor del comportamiento social de los pulpos, inhibiéndolo. Pero lo interesante no es el pulpo en sí, sino que los seres humanos, con 500 millones de años de diferencia evolutiva, también tenemos un mecanismo similar.
Lo importante del experimento no es el pulpo, sino el saber que evolutivamente hablando existe un mecanismo conservado y compartido entre los cefalópodos y nosotros. Y, lo más importante, que tal vez podamos usar ese mecanismo (con ayuda de drogas como el MDMA) para tratar trastornos de ansiedad social y asocialidad.
Alucinaciones arácnidas
¿Qué pasa si le damos LSD a una araña? La dietilamida de ácido lisérgico, LSD o ácido es una droga psicoactiva que induce alucinaciones, sinestesia, percepción distorsionada del tiempo y disolución del ego. Lo más característico, sin embargo, es la alteración de la percepción, la conciencia y los sentimientos, además de sentir o visualizar sensaciones o imágenes irreales.
Las arañas son artrópodos (no son insectos, sino quelicerados arácnidos), por lo que su sistema nervioso es muy diferente al nuestro. Por eso, los investigadores querían saber qué le pasa a estos animales cuando están bajo la influencia de diversas sustancias psicoactivas. El resultado es espectacular: sus telas de araña cambian por completo. Del patrón natural a diseños completamente deformados.
Lo más curioso es que la intención original del estudio, de 1948, era cambiar el horario en el que las arañas hacen sus telas (entre las 2 y las 5 de la mañana, según sostenía el investigador H. M. Peters), para lo que probó diversas sustancias. No funcionó, pero las arañas comenzaron a tejer sus telas de diferentes tamaños y con diversos patrones, lo que abrió las puertas a otros nuevos experimentos.
Los estudios mostraron que la cafeína afecta muchísimo al comportamiento de las arañas, tanto o más que el LSD y otras sustancias
Los estudios mostraron que la cafeína afecta muchísimo al comportamiento de las arañas, tanto o más que el LSD y otras sustancias. Los resultados se utilizaron para formular una manera de detección de drogas y toxicidad con arañas, por parte de la NASA. Incluso se llegó a estudiar la percepción de patrones complejos (por parte del cerebro de las arañas) bajo los efectos alucinógenos.
La relación que se saca es que, bajo las drogas, la percepción de complejidad es menor. ¿Podemos extrapolar el resultado a otros animales? No lo sabemos, aunque sí que hemos comprobado que el LSD afecta a nuestra percepción de las cosas de diversas y extrañas maneras.
El hombre que drogaba a los gatos
Allá por los años 70, el doctor Barry Jacobs, de la Universidad de Princeton, les daba LSD a los gatos. ¿Para qué? Para saber qué les hacía. En aquel momento el tratamiento de animales de experimentación no tenía tantas (necesarias) trabas como ahora. Así que disponer de los animales y de recursos era ya motivo suficiente como para hacer cualquier experimento que le viniese en gana a un investigador.
Así, este investigador se puso a la caza de los neurotransmisores que participan en el proceso de "alucinación". Lo que se encontró, por el contrario, es que este proceso no se debe a uno o varios receptores, como se pensaba. ¿Pero cómo se comporta un gato en mitad de un "viaje" de LSD? Según el investigador, ninguno de los gatos pareció nunca asustado. Algunos se volvían hiperactivos, otros se quedaban largos ratos mirando fijamente al infinito.
Ciertos gatos se lamían muchísimo las patas y el pelaje, probablemente, sostiene el autor, por la sensibilidad aumentada de la piel, mientras que otros presentaban tics nerviosos. ¿Y qué aprendimos de ellos? Además del factor molecular neurológico del que hablábamos, el investigador trató de formular un modelo de comportamiento animal ante las drogas. Pero aparte de las nociones básicas, parece que lo de drogar gatos no ha resultado especialmente productivo.
Ratas, elefantes, macacos y otros animales
Por supuesto, existen muchos más ejemplos de animales intoxicados a propósito para entender su comportamiento bajo el efecto de las drogas. Las ratas, el modelo animal más utilizado, son las más comunes. Estas se han utilizado para estudiar todo tipo de cosas: la forma de moverse, la actitud y el miedo o, incluso, los cambios permanentes en el comportamiento.
Con estos experimentos se busca todo tipo de información: cómo afectan estas sustancias al sistema neuronal (el de las ratas, y el nuestro, que se parece lo suficiente como para hacer analogías), al comportamiento o al metabolismo de las drogas. También se ha probado el LSD en elefantes, como cuenta la triste historia de Tusko, que fue objeto de un experimento en el que se le administró una dosis 1.000 veces más fuerte que la de un ser humano.
¿Qué ocurrió? El elefante se volvió loco, cayó al suelo y, poco después, moría debido a un coágulo sanguíneo. No queda claro si la muerte se debió a la propia droga o los fármacos que trataban de salvarlo. La intención, en esta ocasión, era comprobar el efecto de la droga en el comportamiento del elefante para saber si esta inducía al animal a un estado de must, relacionado con el celo.
Como no podía ser menos, los primates también han sido objeto de este tipo de estudios. El estudio de su comportamiento es muy interesante debido a la cercanía evolutiva que tenemos con ellos. Estos estudios nos han llevado a saber que el LSD actúa en el sistema de aprendizaje y en el circuito neuronal.
De todos estos estudios hemos sacado cosas interesantes sobre dosis, posología, biología celular... Y algunas historias curiosas. Pero, ¿aprendemos realmente con este tipo de experimentos? ¿Son lo suficientemente productivos como para explicar su existencia? A pesar de los resultados positivos, lo que queda claro es que el simple hecho de poder darle drogas a un animal no justifica el experimento.
Imagen: Avi Richards/Unsplash